miércoles, 25 de agosto de 2010

San Beda, Padre de los Venerables Maestros

Introducción al estudio de San Beda y su obra De Templo Salomonis Liber

La publicación de ésta nueva entrada sobre San Beda y su Libro acerca del Templo de Salomón responde a varias razones que creo prudente exponer. La primera de ellas es que los estudios que he realizado sobre este monje ingles, Santo y Doctor de la Iglesia, Padre de la Historia de Inglaterra, se encuentra dispersa en tres obras, publicadas en 2001, 2005 y 2010. Esta circunstancia hace que salvo aquellos que han tenido acceso a "Monjes y Canteros", "Los orígenes cristianos de la Francmasonería" y "De Templo Salomonis Liber y otros textos masónicos medievales" sólo tengan una información sesgada. Recientemente volví a exponer aspectos de este libro en el Ateneo Piedra Clave, un ámbito masónico propiciado por la Logia Patron Saints 746 de Maestros Masones de la Marca en la que se dan sita HH.·. provenientes de distindos Ritos. He visto nuevamente la necesidad de rescatar aspectos fundamentales de esta figura, mencionada por el autor del manuscrito Cook entre sus fuentes, y principalmente la imperiosa urgencia de que muchos masones accedan al texto original, al menos aquellos capítulos fundamentales que hemos traducido con el H.·. Jorge Sanguinetti. Pues bien, este ensayo queda a disposición de todos los lectores de Temas de Masonería y en particular para los masones cristianos de habla hispana. Para aquellos que quieran obviar las cuestiones biográficas y mis comentarios pueden ir directamente a lo escrito en azul, que es el texto del propio San Beda. Espero vuestros comentarios.


Notas Preliminares


Luego de muchos años de estudio sobre documentos antiguos y medievales vinculados con el arte de la construcción tengo la íntima convicción de que todos los actuales ritos masónicos practicados en el mundo –muchos de los cuales a decir verdad ya no debieran denominarse masónicos- surgieron de una matriz cristiana en la que se gestó el simbolismo que ha dado su característica a esta sociedad iniciática. Esa matriz fue el monasticismo.

Ha pasado un tiempo prudente desde la publicación de las dos obras que dediqué a los orígenes de la masonería medieval: Monjes y Canteros en el 2001 y Ordo Laicorum ab Monacorum Ordine en 2004, que luego sería editada en una versión ampliada con el título más amigable de La masonería y sus orígenes cristianos. En ambos ensayos advertí al lector de que se trataba de libros especialmente dirigidos a los estudiosos de la francmasonería. No tenían el objeto de explicar qué era la masonería sino de describir la herencia monástica que aun estaba viva en los rituales masónicos, cubierta de varias capas de pretendido racionalismo, enciclopedismo ilustrado, modernidad, posmodernidad y decadencias varias. Capas superpuestas una tras otra como los estratos arqueológicos que conforman los tells en el Oriente Medio, montañas gigantescas de escombros acumulados por el tiempo, debajo de las cuales se han encontrado ciudades maravillosas.

Debo confesar que mi búsqueda de la ciudad maravillosa tuvo relativo éxito; al menos puso en un brete a muchos masones que estaban convencidos de que la herencia medieval de la Orden era apenas un detalle histórico, pero que la verdadera masonería era hija del Siglo de las Luces y madre del progreso de la humanidad concebido como el numen del relativismo y el racionalismo científicos. Pues bien, quien se haya tomado el trabajo de consultar las numerosas fuentes monásticas citadas en mis trabajos ya sabe que el simbolismo masónico encierra algo más que la supervivencia de algunas herramientas de los albañiles medievales. El conjunto de alegorías que componen el lenguaje masónico encuentran su partida de nacimiento en las múltiples expresiones del monasticismo benedictino.

Hay un dicho que reza que no todos los arqueólogos tienen la fortuna de encontrar la tumba de un rey. Salvando las distancias podría decir que cuando traduje los primeros capítulos del libro de San Beda Acerca del Templo de Salomón,[1] escrito en el siglo VIII, sentí algo parecido a lo que un arqueólogo ante una tumba real, pues a partir de allí, con la ayuda de hermanos y estudiosos, se fue deshilvanando una vasta madeja de autores y textos que no dejan lugar a muchas dudas en torno al fuerte componente monástico cristiano de las alegoría masónicas primitivas. Como era de esperar, al principio fui ignorado por la mayoría de los masones racionalistas, pero ningún racionalista puede –por definición propia- descartar una tesis sin oponerle otra. Al momento de publicar este ensayo nadie ha podido negar la existencia de las obras escritas por los monjes benedictinos acerca del arte de la construcción. Forman parte de la Patrología Latina de Migne y pueden ser consultadas en las grandes bibliotecas de todas las ciudades del mundo. Demuestran que la masonería cristiana articulada en el siglo XVIII, abroquelada en los denominados Rito Francés y Régimen Escocés Rectificado, es la heredera legítima de la antigua masonería medieval. Se puede matar al mensajero, pero eso no cambia ni inhibe la naturaleza del mensaje.


En estos años he recibido numerosas y valiosas críticas. También he recibido la repulsa de muchos masones racionalistas y de la propia Gran Logia de la Argentina, potencia masónica en la que fui iniciado hace veinte años. La existencia de un origen monástico en la protomasonería medieval es una herida abierta en el corazón de muchos hermanos que hubiesen preferido que estos documentos permaneciesen desconocidos para siempre. También en estos años pude comprobar que otros habían encontrado la huella antes que yo, pero que por diversas razones no pudieron, o no quisieron, completar la tarea.

Por citar dos casos mencionaré en primer lugar a Marcial Ruiz Torres, quien siendo Gran Secretario de la GLA publicó en la década de 1960 un libro de instrucción para maestros en el que menciona a Wilhelm de Hirsau y a las logias benedictinas establecidas por él en Alemania en el siglo XI. La importancia de las constituciones monásticas denominadas Hirsaugienses ya ha sido ampliamente expuesta y forman parte de la vasta reforma iniciada desde la mítica abadía de Cluny[2]. Entre otras muchas cuestiones podemos hallar en ellas el origen de algunos signos y señas masónicas y la utilización del mandil no sólo como indumentaria del oficio sino como significado de la dignidad del constructor. El abad Wilhelm es uno de los eslabones fundamentales en la larga cadena de monjes que construyeron la estructura de las logias abaciales. Por esa razón hemos incluido -como complemento de los documentos traducidos- un ensayo ampliado sobre los alcances de estas Constituciones, tomando como base el ya publicado en La Masonería y sus Orígenes Cristianos.

En segundo lugar cabe señalar que en la década de 1990 un grupo de hermanos israelíes fue encomendado a buscar y encontrar los verdaderos orígenes europeos de la francmasonería. El informe cuya copia obra en mi poder dice claramente que las investigaciones se detuvieron en el mismo momento en que llegaron a las puertas de la abadía de Cluny. Estos hermanos consideraron que seguir avanzando en la investigación implicaba la inevitable ruptura del mito masónico en el que estaba anclada su propia tradición.

Si estos hermanos judíos hubiesen llegado hasta el tuétano se habrían encontrado con que muchos de estos benedictinos, con San Beda a la cabeza, no sólo habían recibido una fuerte influencia judía sino que así lo manifestaban, como es el caso de Rabano Mauro, abad de Fulda y Arzobispo de Maguncia, que ya en el siglo IX reconoce la ayuda de maestros judíos. Pero temían –como teme la francmasonería liberal y la andersoniana respecto de los documentos benedictinos- arribar a la conclusión que magistralmente resume Paul Naudon cuando afirma que “En el rito iniciático de los Masones, Hiram, proyección y adaptación de la tradición, es el paredro de Cristo. Es lo que la propia Iglesia ha afirmado durante ocho siglos con Beda y Walafrid Strabon en los comentarios a la Biblia. Se ve a Hiram y a Adoniram confundidos en un único personaje, imagen y figura de Cristo. Hic est Christus, está textualmente escrito de Adoniram…”[3]

Al respecto, Jorge Sanguinetti concluye que “La importancia capital del De Templo Salomonis, libro de Beda el Venerable, no puede descuidarse lo más mínimo, porque cuando Beda se propuso centrar en el Templo de Salomón la espiritualidad de los maestros constructores de catedrales y palacios, y al describir los aspectos simbólicos de las partes de ese Templo, no hizo otra cosa, ni nada menos, que crear el método de desarrollo personal que la Masonería ha asumido como método característico y gradual de perfeccionamiento de la personalidad humana.. Cierto es que Beda tenía alto conocimiento del método simbólico de los Padres de la Iglesia y de las prácticas de la Cábala, pero es él quien le imprime el estilo propio de interpretar los símbolos y convertirlos en modelos emblemáticos de conducta y vida espiritual.”[4]

San Beda y sus sucesores, Alcuino de York, Rabano Mauro y Walafrid Strabón, consolidaron la construcción figural sobre la que el movimiento monástico surgido en la abadía de Cluny redactaría las Constituciones que reglamentan a las Ordenes monásticas de Constructores Laicos, cuyo ejemplo más notorio son las denominadas Hirsaugienses, tratadas in extenso en la Tercera Parte de este ensayo.[5]

Posteriormente, el espíritu del Cister –la otra gran reforma del movimiento monástico benedictino cuya figura prominente fue San Bernardo de Claraval- se introduciría en la Militia Christi al proveer de una Regla a la Orden del Temple cuya influencia en la francmasonería hoy ya no se discute.[6]

Si bien la herencia monástica puede incluirse en lo que el Régimen Escocés Rectificado denomina La tradición cristiana indivisible, nutrida por las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, esta dimensión de la espiritualidad cristiana puede redescubrirse como un aporte específico, puesto que el monasticismo no constituye un esoterismo ni una teología aunque no por ello deje de ser compatible con ambos.

Mucho tiempo antes de descubrir que estas aportaciones del monacato medieval encajaban armónicamente con la doctrina trinitaria del Rectificado, me había cautivado la visión cosmoteándrica planteada por Raimón Panikkar en El Espíritu de la Política. Es en Panikkar donde encontré la respuesta a muchos de los interrogantes más complejos de la espiritualidad en el mundo moderno, desde su visión escatológica de la política (sin polis no hay Salvación) hasta su discurso sobre La Experiencia de Dios recogido de las conferencias que dictara en el monasterio benedictino de Silos. Tal vez haya que reconocer que su visión de la experiencia monástica sea uno de los grandes aportes a la espiritualidad renovada del siglo XIX.[7]

Panikkar está hoy más vigente que nunca y su figura es destacada por muchos masones cristianos, como tuve oportunidad de comprobarlo recientemente en Barcelona. También es un faro para toda una generación de monjes del siglo XXI, que ya no llegan a la tonsura como resultado de una decisión de sus padres que otrora los entregaran como oblatos, sino como consecuencia de una creciente búsqueda interior que es capaz de abrazar la tradición cristiana más pura y lúcida sin, por ello, desconocer otras tradiciones espirituales cuyo mensaje es válido para cualquier verdadero creyente.

Una aportación de la vida monástica, de la atmósfera espiritual del cristianismo medieval y una visión expandida de la importancia de la oración traerían a la masonería un renovado espíritu a su alicaída condición de Escuela Iniciática. En los siglos de las grandes reformas monásticas, someterse a las rigurosas reglas de lo cenobios benedictinos era un acto de heroísmo sin parangón. En un mundo donde la libertad era un bien escaso y la autoridad se ejercía sin complejos, abandonar ambas condiciones –la de ser libre y la de ejercer la autoridad- significaba un sacrificio que, de facto, acercaba al individuo a la santidad.

Ser masón, tal como lo concebimos los masones cristianos, debiera representar un compromiso mucho mayor del que actualmente se pretende del iniciado. La descristianización de la masonería ha abierto sus puertas al hombre light, de Enrique Rojas, el hombre líquido de Zygmunt Baumann. Su compromiso político no es con el hombre inspirado en Dios sino con el hombre carente de Dios. Se asumió relativista, reafirmando su veneración a la razón, olvidando que, como señala Panikkar un estado secular sólo puede conformar a una sociedad para la cual la secularizad se ha convertido en una nueva religión. Coincido con él en que esto no puede permitirse. Tiene que ser resistido, pues ya lo ha dicho Oscar Wilde, se puede admitir la fuerza bruta, pero la razón bruta es insoportable.

No se trata de que el masón busque la santidad, pues para ello están las religiones y la vida piadosa. Pero sí una visión sagrada de la condición humana, un acto volitivo de superación espiritual, una postura intrépida (sin trepidación, sin temor) frente al devenir de la vida y un anhelo de restauración del estado primordial del hombre antes de la Caída. En otras palabras, volver a comprender que el hombre puede recuperar aquello que los escolásticos denominaban el intellectus fidei, el discernimiento de la fe.

La masonería cristiana debe hacer el profundo esfuerzo de recuperar el espíritu de los monjes que construyeron Europa. No necesita más que emprender el trabajo de traducir y publicar a los santos padres abades que levantaron las monumentales abadías e iglesias románicas. A los que vieron en los constructores de sus monasterios a los obreros de Salomón y de Hiram. A los que encontraron la alegoría de cuadrar la piedra bruta como significado del trabajo de reconstrucción del espíritu humano. A quienes trazaron los planos del Templo como dimensión cósmica del hombre. A los que modelaron el trivium y el cuadrivium como esquema básico de la educación universal. A los que organizaron el trabajo y dieron a los artesanos el marco logístico adecuado para erigir tamaños monumentos de piedra. A los que organizaron nuestro mundo tal como es concebido desde Occidente, desde el Sacro Imperio hasta las modernas democracias. Pues, desde un punto hasta el otro del arco de nuestra historia, tal como la definiría Panikkar, se trata de la misma especie cultural.


La nueva "Tierra de Promisión"

Hemos mencionado, desde el inicio de nuestro trabajo, la figura de San Beda, a cuya obra consideramos la piedra angular sobre la que construirían los futuros estrategas del llamado Renacimiento Carolingio. Fue el gran impulsor de la tradición hebrea en Inglaterra y el norte de Europa, merced a la influencia que ejerció en Alcuino de York (York, 735 - San Martín de Tours, 804), constituido en la máxima autoridad de las escuelas del Imperio en tiempos de Carlomagno. Su importancia en nuestro trabajo se basa en que escribió un trabajo fundamental sobre el famoso Templo de Jerusalén titulado De Templo Salomonis Liber, obra que se convertiría en una referencia obligada para las posteriores exégesis sobre el "Libro de los Reyes" y el "Libro de las Crónicas" (conocido antiguamente como "Paralipomenos") llevadas a cabo por Rabano Mauro (Maguncia, 776 - Vinicellum, 856) y Walafrid Strabón (Suabia, 808 - 849). Por otra parte, Beda aparece mencionado como fuente en el "M. Cooke", junto a otros autores benedictinos.

San Beda, a quien apodaron "El Venerable", nació en Northumbria entre 672 y 673 y se crió entre monjes. Hijo de una familia originaria de la región, fue entregado por sus padres al abad del monasterio de Wearmouth a la edad de siete años, la misma en la que los hijos de los guerreros sajones eran dados a sus maestros de armas.

Como bien señala Newman, Beda es considerado el primer eclesiástico inglés en cuyos trabajos se encuentran unas pocas y aisladas alusiones al hebreo. Menciona al respecto los trabajos de Hody (De Bibliorum Textibus), Steinschneider (Roger Bacon, Opus Minus), y Soury (Des Ëtudes hébraiques et exégetiques au Moyen Age chez les chrétiens d'Occident) y dice: Hody, quien en 1795 publicó en Oxford un trabajo titulado "De Bibliorum Textibus", donde revisaba la lista de teólogos ingleses que en su opinión tenían conocimiento del hebreo antes de Roger Bacon, cita algunos pasajes para probar que Beda era "un hebraísta de primer orden". Este testimonio ha sido discutido por Steinschneider y otros, quienes afirman que la "Expositio Nominum", encontrada entre los trabajos de Beda, prueba en tan poca medida como cualquier otro diccionario de nombres un conocimiento directo del hebreo. Soury señala: "Beda también parece haber aprendido de algún judío los primeros elementos de la lengua hebrea; conocía al menos la forma de las letras". Pese a que sus conocimientos del hebreo han sido materia de debate entre eruditos e historiadores, no hay acuerdo acerca de si el mismo se limitaba al conocimiento de las letras o si, en verdad, dominaba la gramática. En su obra "De Temporum Ratione", Beda afirma que basa su cronología en la "verdad hebrea" y, aunque no existe certeza de que tuviera la guía de algún erudito hebreo contemporáneo, Newman lo considera muy probable[8].

Luego de permanecer algunos años en Wearmouth, se traslada al monasterio de San Pablo en Jarrow, donde sería ordenado diácono en 692 y monje en 703. Ambas abadías eran consideradas hermanas y habían sido fundadas en 674 por un noble de sangre real. Construidas en piedra "al estilo romano", asomaban hacia el mar y dominaban los estuarios del Tyle y el Wear. Beda transcurrió toda su vida en la abadía de Jarrow -salvo por un par de viajes que realizaría a Lindisfarne y a York- íntegramente dedicado, según sus propias palabras, a aprender y a enseñar. Solía decir:

Entre la observancia de la disciplina canónica y el cuidado cotidiano de cantar dentro de la Iglesia, siempre he tenido el agrado de aprender, o bien enseñar, o bien escribir...

Su obra más renombrada, "Historia ecclesiastica gentis anglorum" -escrita en 731, cuando ya era un anciano-, describe el difícil proceso de conversión al cristianismo en Inglaterra.

En efecto, a diferencia de Irlanda -cuya unidad de lengua y de leyes había facilitado su integración como nación cristiana- la Britania sajona era un conjunto de reinos en constante conquista de los pueblos establecidos más allá del "Muro de Adriano", grupos de colonos -como los denomina Peter Brown- a los que Beda definirá, por primera vez, como "gensAnglorum".

Apenas separado por cien años de los hechos que describe, Beda logra trasmitir la particular atmósfera de la Northumbria sajona que abraza la fe cristiana. El momento de la conversión de Edwin -imaginada por Beda- en el que el monarca pone a debate de su consejo de pares la grave decisión, descripta en el segundo capítulo de su "Historia ecclesiástica", constituye una de las más conmovedoras páginas de la literatura medieval. Hay un fragmento que quisiera reproducir, porque expresa, como un fresco, la atmósfera del momento. En uno de los pasajes, un noble toma la palabra y expresa: ...Cuando pienso, ¡oh, rey!, en el curso de nuestra vida terrena, y la comparo con aquellas épocas de las que nada sabemos, se me ocurre una imagen: una noche de invierno estás sentado ¡Oh, rey!, cenando junto con tus capitanes y tus ministros. Hay fuego encendido, la habitación está caldeada; afuera se agitan los torbellinos de la nieve. De pronto entra volando un gorrión extraviado, atraviesa la sala y vuelve a internarse en la noche. Mientras se encuentra en la habitación está a salvo del hielo invernal, pero ese instante pasa pronto y de nuevo se ve arrastrado de tempestad en tempestad. Tal me parece, ¡Oh, Señor!, la vida del hombre: ignoramos lo que fue y lo que será. Si la nueva fe nos trae una esperanza, pues bien, escuchémosla...[9]

Para San Beda, aquel pueblo -que aspiraba a conducirse como una sola nación cristiana- se establecía, poco a poco, en una nueva "Tierra de Promisión". ...Como grupo-dice Brown- ...eran responsables ante Dios de sus pecados, igual que lo era el pueblo de Israel... y agrega:
...Como ocurriera en el antiguo Israel, también entre los anglos era la conducta de los reyes la que invariablemente inclinaba la balanza del favor divino hacia el conjunto del pueblo. En los pecados más graves, el sincretismo sin paliativos y la apostasía recalcitrante, resultaba más sencillo, como ocurriera en Israel, echar la culpa a los reyes que recrearse en las complejas vacilaciones de toda una población. Del mismo modo, los breves momentos de paz y de grandeza de la que gozaron los anglos en tiempos de sus monarcas más poderosos podían achacarse a su disposición a escuchar a los obispos cristianos, muchos de los cuales eran presentados por Beda como dignos herederos de los profetas, personajes vigorosos cuya intervención en la vida cotidiana podía ser tan decisiva y misericordiosa, aunque inconstante, como la de Samuel o Elías...[10]

Al escribir su historia de los pueblos de Inglaterra, San Beda trasvasaba a la incipiente nación británica el concepto judío de "pueblo elegido", que luego sería adoptado por la cristiandad carolingia. Lo que planteaba como una alegoría terminaría contribuyendo a la construcción de los símbolos del Imperio, sostenido por una monarquía hereditaria de derecho divino, representada por el Emperador -e inspirada en la dinastía davídica- y tutelado por los patriarcas, interlocutores e intérpretes de la voluntad de Dios (recordemos las figuras de Gad y Natán en tiempos de David) representados por el papa y los obispos. Esta sociedad, que Beda evoca e imagina como modelo de su tiempo, encuentra en el carácter alegórico de la construcción del Templo de Salomón el ideal de aquéllos que tienen la responsabilidad de edificar la arquitectura sagrada del nuevo Imperio. La alegoría queda claramente planteada por el propio Beda cuando dice que la construcción del tabernáculo y el templo simboliza la iglesia misma de Cristo, puesto que es ...la casa de Dios, que construyó el rey Salomón en Jerusalén, como prefiguración, a imagen de la santa Iglesia Universal.[11]

Beda es consciente del carácter simbólico de lo que escribe, y así lo manifiesta. En una carta enviada a su hermano Acca, a modo de prólogo de "De Templo Salomonis Liber" le expresa que ...me pareció bien enviar a tu santidad, para una breve lectura, esta pequeña obra que a modo de una alegoría escribí hace poco, acerca de cómo se construyó el templo de Dios, siguiendo los pasos de los grandes exegetas...[12]


Los masones galos de Benedicto Biscop

No resulta extraño que Beda haya escrito un libro acerca del Templo de Salomón, si se tiene en cuenta que su vida monástica -en especial su juventud- transcurrió en medio de las construcciones de los monasterios de San Pedro de Wearmouth y San Pablo de Jarrow, los cuales por sus características y dimensiones, habían demandado ingentes esfuerzos logísticos y económicos. Es inevitable imaginar a Beda observando a cientos de albañiles galos, expertos constructores, ubicar las piedras y trabajar el mortero en los muros de las más grandes abadías de Northumbria, estableciendo un paralelo con los constructores del Templo salomónico. Los dos monasterios habían sido fundados en 674 por Benedicto Biscop (628-690), por lo que Beda pudo ver estas construcciones desde su niñez. Biscop era un noble originario de la región, que había abrazado el monacato y que vivía con intensidad la regla benedictina. Su condición de potentado le había permitido peregrinar a Roma en seis ocasiones y reunir una gran biblioteca que viajaría desde Italia a estos monasterios sajones, así como objetos de culto, reliquias, íconos y tejidos costosos, todo ello equivalente al valor de "tres fincas rústicas".

Pero para poder erigir ambas abadías, debió traer también, desde la Galia79, a maestros vidrieros y -como explica el propio Beda- ...albañiles capaces de construir para él al estilo romano que siempre había amado tanto... La importancia de las abadías de Wearmouth y Jarrow es descripta por Brown quien apunta que ...ambos monasterios llegaron a albergar a más de seiscientos monjes, y su mantenimiento corría a cargo de varios miles de arrendatarios. Beda tendría acceso a más de trescientos libros, algunos de los cuales habían tenido que ver con Vivarium, el monasterio de Casiodoro. Se trataba de la biblioteca más grande reunida por aquel entonces al norte de los Alpes...[13]

San Beda creció junto con la construcción de estos complejos abaciales. Su contacto cotidiano con las obras bien pudo haber inspirado un libro sobre el Templo de Salomón. Cabe preguntarse cuál era el origen de estos operarios, albañiles y vidrieros de los que habla el propio Beda. En principio no eran monjes, lo cual indica que nos encontramos en una etapa anterior a la organización de las asociaciones monásticas de constructores. El hecho de que Biscop debiera buscar albañiles en la Galia, es también una muestra clara de la total desaparición de los collegia fabrorum romanos en Inglaterra. Paul Naudon afirma que ...después de las invasiones de los Pictos, de los Anglos y de los Sajones las instituciones romanas se derrumbaron en Inglaterra. Es de pensar que los colegios, que habían tenido tanta importancia, no resistieron a esta crisis...[14]

Aquí se plantea la apasionante cuestión de la supervivencia, en determinadas áreas del sur de Europa, de los colegios romanos. Existe una opinión aceptada en cuanto a su desaparición en las regiones al norte de Loire. Sin embargo, la Auvernia -durante siglos el centro religioso de la Galia (apunta Naudon)-, Lombardía (asiento de la legendaria corporación de los "magistri comacini") y otras comarcas meridionales pudieron haber conservado estas instituciones hasta muy entrada la Alta Edad Media. Según Naudon ...Esta supervivencia de las instituciones galo-romanas en las regiones al sur de Loire, en el valle del Ródano, del Saona y especialmente en Auvernia, regiones donde precisamente la influencia romana había sido intensa, permite deducir la de los colegios... y agrega luego ...Si este arte de construir "more-romano" se conservaba en Francia, si había numerosos obreros y si eran famosos, era porque existían asociaciones heredadas de los colegios romanos...

Durante el siglo VII, otras grandes obras arquitectónicas religiosas son construidas por arquitectos y albañiles provenientes del sur del continente, a quienes podemos considerar "romanos". Tal es el caso de los monasterios fundados por Agustín de Canterbury en 605, la iglesia de York levantada en 627 por Edwin -luego de su bautismo a manos del obispo Paulinus en una antigua iglesia de madera- y la catedral de San Andrés de Hexham, construida por San Wilfrido.

La ausencia de documentos acerca del carácter de las organizaciones galo-romanas, que construyeron estos edificios religiosos en tiempos de Beda, nos impide conocer cómo estaban estructuradas y cuáles eran sus tradiciones. Pero la obra de este autor nos permite aproximarnos a una época muy particular de Inglaterra, donde, precisamente, se comienza a delinear una nueva tradición y un nuevo estatus para las corporaciones de constructores. Esa nueva tradición suplantará los símbolos de la herencia clásica por otros, provenientes del Antiguo Testamento, la tradición judía y la nueva iconografía cristiana, mientras que el nuevo estatus tendrá que ver con la paulatina asimilación de estas organizaciones a la vida monástica. La construcción quedará así en manos de la Iglesia -en particular del movimiento monástico benedictino- mientras que los obispos y abades serán de aquí en más -y durante varios siglos- los grandes arquitectos.

La otra imagen que surge potente de la pluma de San Beda es la de la confluencia de estos antiguos masones meridionales con estos exegetas, inspiradores de una nueva fe que se construye como un nuevo modelo universal, abrazado por toda la cristiandad. No en vano muchos documentos masónicos antiguos -tanto ingleses como franceses- atribuyen a Carlos Martel -fundador de la dinastía carolingia- el haber impulsado y protegido a los antiguos constructores en los territorios que controlaba, pues serán en definitiva los emperadores francos los que convocarán a estos monjes a Aquisgrán para organizar el espíritu y la estructura del imperio cristiano.


A continuación el texto de la obra:


De Templo Salomonis Liber
El Libro acerca del Templo de Salomón

Fragmentos fundamentales de la obra escrita por San Beda (673-735) –santo patrono de los escritores y los bibliotecarios- en Northumbia, hacia el año 720 circa. PL TOMUS XCI

1.- Que la construcción del Tabernáculo y del Templo simboliza la iglesia misma de Cristo
[17]

"La casa de Dios que construyó el rey Salomón en Jerusalén como prefiguración de la santa Iglesia Universal, que día a día es construida por el primero hasta por el último de los elegidos que ha de nacer al término de este mundo, por la gracia del rey amante de la paz, y ciertamente, de su redentor. Esta Iglesia, en parte, es mantenida por él en la tierra hasta este momento, en parte, como ha podido librarse de los pesares de esta permanencia, reina él con ella en los cielos, en los que, cuando concluya el juicio final, toda ella reinará con él. A esta casa pertenecen los ángeles elegidos, de los que se nos promete en la vida futura su semblanza, según afirma el Señor: aquellos a los que se considere dignos en la vida terrena y en la resurrección de los muertos, ni contraerán matrimonio, ni vivirán con mujeres, porque luego no podrán morir. “Ellos son iguales a los ángeles, y son los hijos de Dios, ya que son los hijos de la resurrección” (Mateo XIX). A esta casa pertenece el mismo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Jesucristo, quien lo confirma cuando dice: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. Y cuando el evangelista lo explicaba, añadió: “lo decía refiriéndose al templo de su cuerpo”. Por otra parte, el Apóstol dice sobre nosotros: “No lo conocéis, puesto que sois el templo de Dios, y el espíritu de Dios habita en vosotros” (II Cor. VI).

Por lo tanto, si aquel fue hecho templo de Dios al asumir en sí la humanidad, y nosotros hemos sido hechos templo de Dios gracias a que el espíritu habita en nosotros, es sin duda evidente que aquel templo contuvo materialmente la forma de todos nosotros y de él, el Señor, ciertamente, y de sus miembros, que somos nosotros. “Pero de él mismo, elegido excepcionalmente como piedra angular y valiosa, cimentado en el cimiento, y de nosotros, como piedras vivas, construidos sobre los cimientos de los apóstoles y los profetas, es decir, sobre el Señor mismo” (Ephes. II)
Quedará a la vista con mayor claridad, partiendo de la disposición establecida para la construcción del Templo, que en algunos la imagen se parece al Señor mismo, en otros a todos los elegidos. En algunos describe la impoluta felicidad de los ángeles en el cielo, en otros la invencible paciencia de los hombres en la tierra. En algunos indica el auxilio de los ángeles entregados a los hombres, en otras las preocupaciones de los hombres recompensadas por los ángeles. Simboliza la propia casa espiritual del Señor, incluso un tabernáculo levantado en el desierto por Moisés.
En verdad, aquella casa [el Tabernáculo] fue construida en el camino por el que se venía a la tierra prometida; esta lo fue en la misma tierra y en la misma ciudad de Jerusalén; para aquel que, trasladándose de un lugar a otro mediante el constante servicio de los levitas, finalmente fuera conducido a la tierra de la herencia prometida; para que, edificada casi en la patria misma y en la ciudad real, esta se mantuviera con cimiento por siempre inviolable, hasta que alcanzara el favor de las imágenes celestiales asignado a ella. Se puede figurar en aquélla el trabajo y el exilio de la Iglesia presente, en ésta el descanso y la felicidad futura. O bien, con seguridad, dado que aquélla fue realizada únicamente por los hijos de Israel, y ésta por los convertidos a la religión judía y por los gentiles, en aquélla pueden expresarse principalmente los padres del Antiguo Testamento y el antiguo pueblo de Dios, en ésta figuradamente la Iglesia congregada a partir de los gentiles. Aunque el edificio de ambas casas fue examinado de acuerdo con su significado más sobriamente espiritual, se muestra que los trabajos cotidianos de la Iglesia presente y las recompensas eternas en el futuro, y el gozo del reino celestial, y la Ley de la primera Iglesia de Israel y la salvación de todos los pueblos en Cristo se manifiestan de diversos modos por medio de alegorías. Por lo tanto, parece adecuado que, quienes hemos de tratar, con el agrado del Señor, acerca de la construcción del Templo, quienes hemos de buscar en la estructura material, la casa espiritual de Dios, digamos algunas cosas de los que trabajaron en él, quienes y de donde eran, así como de sus materiales cómo fueron elaborados. Pues el Apóstol probó que también estos encerraban enseñanzas espirituales, al decir: “todo les concernía a ellos alegóricamente y fue escrito para nosotros”

2.- Cómo el rey Hiram ayudó a Salomón en sus obras
[18]

Narra la Historia de los Reyes que “cuando Salomón de disponía a construir la casa para el Señor, pidió la ayuda de Hiram, rey de Tiro, que en todo momento había sido amigo de David, y que ya había comenzado a convivir en paz con el propio Salomón. Y a tal punto lo encontró dispuesto a ayudarlo en todo sin dilaciones, que le ofreció sus artesanos y maderas y oro en la medida de sus posibilidades. En compensación por estos favores, cada año Salomón le ofrecía a aquel una inmensa cantidad de coros de trigo y aceite como alimento para su casa” (III Reg. V). No caben dudas de que Salomón, a quien se considera un hombre de paz, tanto por su nombre como por el apacible estado de su reino, da cuenta de aquello de lo que decía Isaías: “Se multiplicará su poder, y su paz no tendrá límite” (Isa. XI).

Hiram, por otro lado, de quien sin exageración se dice que vivió excelsamente, representa de manera figurada a los creyentes de los pueblos gentiles, gloriosos por su vida tanto como por su fe. Y nada impide que Hiram, dado que era rey y ayudaba a Salomón con su apoyo real a construir la casa del Señor, sea una alusión a los reyes gentiles convertidos a la fe, con cuyo poder consta que la Iglesia muchas veces fue auxiliada, noblemente engrandecida, y mediante sus decisiones, defendida contra los herejes, los cismáticos y, sobre todo, los paganos. Por lo tanto, Salomón pidió la ayuda de Hiram para construir el Templo, ya que, cuando el Señor, al venir como hombre, ordenó construir una casa que fuera querida por él, eligió ayudantes para su obra no sólo de entre los judíos, sino también entre los pueblos gentiles. Pues de cada uno de estos pueblos se proveyó de ministros de su palabra. “Hiram envió madera de cedro y de abeto blanco que provenía del Líbano, para que fuera dispuesta en la casa del Señor”, puesto que la gentilidad convertida envió al Señor a hombres en otro tiempo ilustres en esta vida, mas ahora humillados y derribados del monte de su soberbia por el hacha de la reprobación divina, para que, instruidos en el precepto de la verdad evangélica, fueran ubicados en el edificio de la Iglesia, en vistas de su mérito o de su situación. “También envió artesanos” porque la gentilidad presentó al señor a los filósofos convertidos a la verdadera sabiduría, a los que por sus conocimientos con toda justicia se prefería en la tarea de guiar a los pueblos. En los tiempos de los apóstoles, tales filósofos eran Dionisio Areopagita, más tarde el padre de la Iglesia, el dulce y vigoroso mártir Cipriano, y muchísimos otros. “Y envió oro”, ya que en esta misma alusión se entiende que evidentemente presenta hombres ilustres por su sabiduría. A cambio de todas estas ofrendas la gentilidad espera los dones de la gracia celestial, sin duda el trigo del verbo de Dios y el aceite de la caridad y la extremaunción y la iluminación del Espíritu Santo.

Se pusieron de acuerdo, entonces, sobre los asuntos de la Iglesia, y apropiadamente, puesto que con respecto a la construcción del Templo con apremio Salomón le dice a Hiram: “Ordena, por tanto, que corten los cedros del Líbano, y tus esclavos estén junto a los míos”. Los esclavos de Hiram, en verdad, aquellos que cortaban los cedros del Líbano para Salomón, son los padres de la Iglesia elegidos de entre los pueblos gentiles, cuyo deber consistía en derribar, amonestándolos, a los que en este mundo se regocijan en las cosas terrenales y en la gloria, desde el esplendor de su soberbia, y en transformar los votos que hacían a los dioses en un servicio a su Redentor. Sin duda junto a estos esclavos estaban los esclavos de Salomón, y a su vez se dedicaban a la célebre obra; porque los primeros doctores de los gentiles tenían necesidad de los apóstoles, que habían aprendido de la sabiduría del Señor a instruirse en la palabra de la fe, para que si comenzaban a enseñar sin la ayuda de los maestros, no resultaran ser maestros del error. Por esta razón, pues, quiso Salomón que los esclavos de Hiram cortaran la madera del Líbano para él, porque eran más hábiles que sus esclavos para cortarla. Y por esta razón quiso que al mismo tiempo se sumaran sus esclavos, para que les mostraran a los que cortaban la madera, en que medidas debían hacerlo. La alegoría de estos hechos está a la vista, dado que los apóstoles sabían predicar con mayor certeza a otros la palabra del evangelio, que merecieron escuchar del Señor; pero los gentiles, una vez que corregían su error y se cambiaban a la verdad del Evangelio, conocían mejor los errores de los pueblos gentiles, y con cuanta mayor certeza los conocían, tanto más diestramente aprendían a luchar contra ellos y a eliminarlos. Pablo ciertamente conocía mejor la enseñanza del Evangelio, que había aprendido a través de la revelación, pero Dionisio podía refutar mejor las falsas doctrinas de Atenas, cuyos silogismos, con sus errores, y todos los argumentos conocía desde pequeño. A su buen juicio se asocia con toda adecuación lo que sigue: “Pues sabes que no existe en mi pueblo alguien que sepa cortar la madera como los Sidonios”. Pues no había en el pueblo de los judíos, en donde el Señor, efectivamente presente, enseñaba, ninguno que tan sabiamente hubiese sabido refutar los errores de los gentiles, como los gentiles convertidos a la fe, y de gentiles, devenidos cristianos. Y así pues, los sidonios y los de Tiro, ya que fueron pueblos gentiles, merecidamente son admitidos en la alegoría de los gentiles.

3.- Cuántos trabajadores tenía empleados Salomón en la construcción del Templo
[19]

En las siguientes líneas de este discurso místico se indica cuántos esclavos había enviado Salomón a esta obra, al decirse: “Salomón seleccionó trabajadores de toda Israel, y fueron en el plazo de quince años treinta mil hombres, y enviaba al Líbano diez mil por turno cada mes, de modo que durante dos meses estuvieran en sus casas”. De donde debe notarse, en primer lugar, que no en vano Salomón seleccionó a los trabajadores de toda Israel, y que no había ningún sector del pueblo del que no tomara hombres de tal tarea, ya que ciertamente ahora no deben ser seleccionados de la sola descendencia del sacerdote Aarón, sino que deben ser requeridos de toda la Iglesia, quienes basten a construir la casa del Señor, sea con su ejemplo o con sus dichos, donde sea que fuesen encontrados, deben ser ascendidos casi a la función de doctores sin ningún favoritismo. Y son tales los hombres que toman las órdenes para instruir a los infieles y para convocarlos al colegio de la Iglesia, como los hombres distinguidos y resueltos que fueron alentados a cortar, en el Líbano, las maderas del Templo.

Y ciertamente la cantidad de treinta mil de los que eran nombrados serradores, bien pueden comprenderse como la alegoría de aquellos que han alcanzado la perfección en la fe de la Trinidad, puesto que concuerdan perfectamente con los doctores. Pero ya que treinta mil fueron organizados de tal modo que diez mil cada mes se dedicaran a la obra santa, debemos entender la enseñanza sagrada del número diez. En efecto, diez mil hombres son enviados cada vez para cortar la madera de la obra del Señor, y esto se explica porque cualquier doctos o instructor de los incultos que deba tomar las órdenes, debe no sólo respetar él mismo los diez preceptos de la ley en todas las cosas, sino señalar a sus oyentes que aquellos deben ser respetados, y deben no sólo ellos mismos tener esperanzas en las recompensas futuras, sino inculcar en sus oyentes que se debe tener esperanza en ellos. Por otra parte, el período de un mes cada tres, cuyo intervalo fue impuesto a los serradores, simboliza típicamente la perfección de las tres virtudes evangélicas, la limosna, sin dudas, la oración y el ayuno. Pues cuando el Señor decía en el Evangelio: “Procurad ejercer vuestra justicia en presencia de los hombres, de modo que seáis visto por ellos” (Mateo VI), no hizo mención, al continuar con su pensamiento, sino a la limosna, la oración y el ayuno, que no se debían realizar para la jactancia de los hombres, sino únicamente para la gloria del observador interno. De lo contrario, permanecerían vacíos del fruto de la eternidad. Por medio de estas palabras con toda claridad nos enseña que todos los frutos de las virtudes se insinúan por estas tres como ramas que brotan de la única raíz de la caridad. Por limosna se concibe todas aquellas cosas de las que con benevolencia nos ocupamos en atención a nuestros hermanos para colmar el amor de la persona cercana. Por oración, todas aquellas cosas por las que, mediante el arrepentimiento interior, nos unimos a nuestro Creador. Por ayuno, todas aquellas cosas con las que nos cuidamos de contagiarnos los vicios y las tentaciones de la esta vida, de manera que, con la mente libre y el cuerpo puro, podamos estar siempre unidos al amor de nuestro Creador y de la persona cercana.

Estos son los tres meses de los trabajadores del Templo. Pues ya que el mes se completa con la totalidad de los días que abarca la órbita lunar, por aquella se nos representa la totalidad de las virtudes espirituales, en la cual la mente de los infieles es vista por el Señor, que la ilumina cada día, como la Luna por el Sol. Uno de los meses, en los que se cortaba la madera para la obra del Templo, es la limosna, esto es, la obra de misericordia por la que nos preocupamos de la salvación del prójimo, para que, progresando en la forma correcta, alcance la unión de la Santa Iglesia; y lo hacemos enseñando, corrigiendo, sacrificando el bienestar temporal, señalando los ejemplos de la vida. Los dos meses restantes, en los que se les permite permanecer en sus casas y satisfacer sus necesidades, son la oración y el ayuno, por medio de los que, además de ellas mismas, que llevan a ocuparnos de la necesidad de nuestros hermanos fuera de nosotros, nos encargamos, dentro de nosotros, del cuidado de nuestra propia salvación, vuelta nuestra mente hacia el Señor. Y porque aquellos sólo se encargan plenamente del cuidado de su salvación y la de sus hermanos, y se someten humildemente a la visión de la gracia divina, con justicia sigue: “Y Adoniram estuvo de esta manera durante los quince años”. Y pues Adoniram, sin exageración alguna, es llamado ‘Señor mío excelso’ ¿A quién nos hace reconocer mejor que a quien imita en su nombre? Sin duda al Señor Salvador. Y Adoniram encarga a los trabajadores del Templo que con su previsión, y debidamente, se organice en qué meses irá cada uno a trabajar, en cuales nuevamente volverán a cuidar de su casa, del mismo modo que nuestro Señor y Salvador dispone con su tan habitual iluminación las mentes de los santos predicadores para decir cuándo conviene emprender con su prédica la obra de construir la Iglesia, u otras obras piadosas con su servicio; y cuándo, al contrario, sea adecuado examinar sus conciencias, como si volvieran a sus casas para inspeccionarlas, y las volvieran dignas con sus oraciones y ayunos, a modo de un elevado visitador e inspector. “Fueron” por lo tanto, “a Salomón setenta mil de ellos, que trabajaban como cargadores, y ochenta mil látomos que trabajaban en el monte, sin contar los tres mil trescientos hombres que fueron encargados de dar las instrucciones al pueblo, y aquellos que realizaban la obra”. “Látomos“ quiere decir talladores de piedra. Y talladores de piedra, ya que simbolizan figuradamente a los que cortan la madera, esto es, a los santos predicadores, quiere decir quienes ejercitan la mente de los insensatos en la labor de la palabra divina y se esfuerzan de apartarlos de la vileza e indignidad en la que nacieron, y se preocupan sin duda por convertirlos, una vez que han sido preparados conforme a las reglas para participar de la comunidad de los fieles, en hombres aptos para la construcción. Y puesto que la madera y las piedras son cortadas en el monte, y cortados y prestos ambos materiales para ser transportados al monte de la casa del Señor, se hace evidente la idea de que todos los hombres nacimos en el monte de la soberbia, ya que de la violación de la Ley, cometida por el primer hombre, por la que se instauró la soberbia, arrastramos el origen de la carne.
Y todos los que, señalados por la gracia de Dios, salimos a la vida catequizando y recibiendo las enseñanzas de la fe, somos trasladados desde el monte de la soberbia hacia el monte de la casa del Señor, puesto que, arrancados del poder de las tinieblas, llegamos a la ciudadela de las virtudes, que se encuentra en la unión de la Santa Iglesia. Es de notar, además, que los trabajadores estaban dispuestos de tal modo que una parte cortaba las piedras en el monte y otra trasportaba las cargas. Pues diferentes unos de otros son los dones del espíritu. Algunos tienen mayor firmaza en la expresión y en la refutación de los insolentes, otros surgen más leves para consolar a los irresolutos y levantar al débil, otros, dotados con el favor de ambas virtudes, son adecuados para la obra del Señor. Quiso hacer aquellos dones de los que hablaba el Apóstol, quien afirma: “Censurad a los que poseen una mente perturbada, consolad a los irresolutos, sostened a los débiles, sed paciente con todos”. Quienes fueron puestos al mando por estar al frente de cada una de las obras, son los sacros creadores de las Escrituras, de cuya dirección todos hemos aprendido cómo conviene enseñar a los ignorantes y censurar a los despreciadores, cómo llevar adelante nuestras propias obras, para cumplir con la Ley de Cristo.. Cuanto más trabaje uno para socorrer a sus prójimos en sus necesidades o en amonestarlos por sus errores, tendrá esperanzas en bienes más seguros para el futuro, ya sea el descanso de las almas después de la muerte, ya sea la feliz inmortalidad de las almas. De ahí que justamente se diga que los trabajadores fueron setenta mil y ochenta mil. Setenta sin dudas por el descanso eterno de las almas, pues el séptimo día ha sido consagrado al Sabat, es decir, el descanso. Ochenta por la esperanza de la resurrección, que ocurrió en el Señor en el octavo día, es decir, luego del sábado, y en nosotros también esperamos la resurrección en el octavo día así como en la octava edad.“Habían sido puestos al mando tres mil trescientos” (II Part II), ciertamente por la fe de la santa Trinidad, que los santos discursos predican para nosotros. Pero el hecho de que el Libro Paralipomeno en lugar de tres mil trescientos encargados de la obra, esté escrito tres mil seiscientos, se relaciona enteramente con la perfección de los hombres más gloriosos. Pues dado que el Señor completó la configuración del mundo basándose en el número seis, correctamente suelen las obras perfectas de los buenos hombres representarse con él; y ya que la santa escritura enseña que las obras de la justicia se deben considerar con la fe en la verdad, correctamente se dice que fueron encargados de la obra del templo tres mil seiscientos hombres. Y no se debe omitir que los setenta mil cargadores y los ochenta mil latomos junto con los encargados de la obra no provenían de Israel, sino de los prosélitos, es decir, de quienes moraban con ellos. Pues está escrito en el Libro Paralipomeno: “Contó Salomón a todos los prosélitos que estaban en la tierra de Israel, después del cálculo que realizó su padre David, y encontró ciento cincuenta y tres mil seiscientos, y separó de ellos setenta mil para que transportaran las cargas etc.” Y las prosélitas eran llamadas griegas, porque nacidas en otras naciones pasaron, luego de aceptar la circuncisión, a la fe y a la comunidad del pueblo de Dios. Por lo tanto, hubo trabajadores de la Casa del Señor que provenían de los hijos de Israel, los hubo de los prosélitos, los hubo de los gentiles. De los hijos de Israel hubo sin dudas treinta mil, que fueron enviados para cortar los cedros del Líbano. De los prosélitos de los que hemos hablado, fueron enviados talladores de piedra. De los gentiles, el mismo Hiram y sus esclavos, que con los esclavos de Salomón cortaban la madera del Líbano. De este modo, todas las razas de los hombres por medio de las que debía ser construida la Iglesia, marchaban hacia la construcción del Templo. Los judíos, pues, los prosélitos y los gentiles convertidos a la verdad del Evangelio construyen la única y la misma Iglesia de Cristo, sea viviendo correctamente, sea también enseñando...”


4.- Con qué piedras fue hecho el templo
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Mandó el rey que tomaran grandes piedras preciosas en fundamento del templo, etc. Por fundamento del templo no debe entenderse, simbólicamente
[21], otra cosa que lo que el Apóstol expresa al decir: Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, es decir Cristo Jesús (I Cor. III). El cual pues puede apropiadamente llamarse fundamento de la casa del Señor, pues (como dice Pedro) no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos. Para tal fundamento se toman piedras grandes y preciosas, pues los varones notables en obras y santidad adhieren a su Creador en familiar santidad de mente, a fin de que, cuanto más esperan en él, sean con mayor ánimo capaces de dirigir la vida de otros, lo que es soportar la carga. Porque las piedras que se ponían como fundamento del templo para soportar todo el edificio son en verdad los apóstoles y profetas, quienes por la palabra y los sacramentos verdaderos, ya sea visiblemente ya invisiblemente, alcanzaron la sabiduría misma de Dios. Por donde también nosotros, cuya doctrina y vida nos empeñamos en imitar según nuestra medida, dice el Apóstol, estamos fundados sobre el fundamento de los apóstolos y profetas (Efes. II). Lo mismo en general se diga de los perfectos, que fielmente adhirieron al Señor, y con entereza aprendieron a llevar las carencias que atañen a los hermanos, a los cuales también se señala como grandes y preciosas piedras.
A tales piedras en verdad se manda que primero se las cuadre, y así cuadradas se las ponga como fundamento. Pues todo lo que ha sido cuadrado, de cualquier manera que se lo tumbe, siempre queda firme. A cuya imagen se asimilan espléndidamente los corazones de los elegidos, quienes han aprendido tanto a mantenerse firmemente en la fe, que por ninguna adversidad aveniente, ni siquiera la muerte misma, pueden ser apartados de la rectitud de su estado. Lo cual ha sucedido no sólo a doctores de la Iglesia de Judea, mas también a muchas iglesias gentiles. Por eso de estas piedras grandes preciosas bien se dice: las que desbastaron los albañiles de Salomón y los albañiles de Hiram. Se labran pues las piedras preciosas, cuando algunos elegidos, por la instrucción y a instancias de los santos, abandonan todo lo que en sí tienen de nocivo e inane, y, en presencia de su Creador, muestran sólo el imperio de la ínsita justicia, cuasi mostrando la forma a escuadra. Desbastaron sin embargo las piedras no sólo los canteros de Salomón, sino también los de Hiram; porque no pocos hubo provenientes de ambos pueblos, que también fueron doctores, parte de los mismos por derecho propio doctores sublimes, y como cuadrando a aquellos trabajaron para elevar el edificio de la casa del Señor. Y no sólo Jeremías e Isaías, y demás profetas de la circuncisión, sino también el santo Job quien a sus hijos, que eran gentiles, les enseñó los límites máximos de la vida de paciencia, la máxima difusión de la saludable doctrina que enseñarían los doctores de la edad siguiente, por donde, superadas las palabras, los actos y los pensamientos supervacuos, se hicieran aptos y dignos de sobrellevar el peso de la santa Iglesia. Por consiguiente fueron Giblis los que prepararon maderas y piedras para la construcción del edificio. Giblos es una ciudad de Fenicia, que recuerda Ezequiel, que dice: Tus sabios, ¡oh Tiro!, se hicieron tus mandatarios, tus ancianos y prudentes Giblis. (Ezeq. xxvi); por lo cual en Hebreo se pone Gobel o Gebel, que se traduce por definidor, o delimitador. Vocablo que adecuadamente conviene a quienes preparan los corazones de los hombres para el edificio espiritual, el cual se construye con las virtudes. Así pues son los únicos capaces de enseñar a sus oyentes la fe y las obras
[22] de justicia, pues doctorados primero en las sagradas páginas, aprendieron diligentemente qué fe hay que guardar y cuál es la vía que conduce a la virtud[23][3]. Porque en vano usurpa el título de doctor, quien ignora los términos de la fe católica. Porque no edifican el santuario del Señor, sino un edificio ruinoso para sí, quienes intentan enseñar a otros las reglas que ellos mismos no aprendieron.
Para edificar pues la casa del Señor, lo primero es abatir maderas y piedras del monte; porque a quienes queremos instruir en la fe de la verdad, primero deben renunciar al diablo, y del estado de la prevaricación primera en la que nacieron, enseñarles a renacer de la destrucción. Luego hay que buscar piedras preciosas y grandes, que hay que poner como fundamento del templo; a fin de que recordemos, que abandonada la primera forma de vivir, los llevemos a escrutar vida y costumbres en todas las cosas, proponiéndoles a los que nos escuchan que imiten a quienes sabemos que, especialmente por virtud de humildad, se adhirieron al Señor, a quienes hemos visto poseer una estabilidad mental invencible en cierto modo puestos a escuadra, y perdurar inmóviles ante la agresión de todas las tentaciones, a quienes hallamos preciosos y grandes en fama y méritos.
Luego de conformado el fundamento con tales y tan grandes piedras, hay que edificar la casa, diligentemente preparadas las maderas y las piedras, y colocadas en el orden establecido, las que antes fueran arrancadas de su antiguo sitio o raíz: porque después de los rudimentos de la fe, después de puestos en nosotros los fundamentos de la humildad siguiendo el ejemplo de sublimes varones, hay que alzar la pared de las buenas obras, como órdenes de piedras superpuestos uno a otro, marchando y prosperando de virtud en virtud.
O también las piedras grandes piedras fundamentales, preciosamente cuadradas, son (como antes dije) los primeros maestros de las iglesias, quien oyeron la palabra de salud del mismo Señor.
Establecidos entonces los órdenes de piedras o maderas, vienen a su tiempo sacerdotes y doctores, por quienes ora crece el edificio de la Iglesia con su predicación y ministerio, ora se embellece con sus virtudes.
Cuál color era el de las piedras con las que fue hecho el templo, lo declara abiertamente el libro de los Paralipómenos, cuando, al mostrarle los materiales que preparara para el Templo, decía David a Salomón: He preparado toda tipo de piedras preciosas y mármoles Parios. El mármol de Paros, entonces, es mármol blanco, que dicha isla acostumbra a producir, por lo que el poeta dice:
Olearos, y la nívea Paros, dispersas por la mar Cicládica, agitadas olas dicen por vientos impetuosos. Dice la nívea Paros, porque produce un mármol de blanquísima condición: es una de las islas Cicladas, con cuyas piedras pues fue hecho el templo como insinúa Josefo al decir: Se elevaba pues hasta la cámara el templo, construido de piedra blanca, cuya altura fue de 60 codos y cien (Lib. VIII Antiq. 3), : y no carece de sentido oculto, que se elucida en que el mármol blanco, del que fue hecho el edificio, designa los actos puros de los elegidos y también su conciencia libre de toda tacha de corrupción. Así quería aquel sabio arquitecto que fueran los que instalaba sobre el fundamento de Cristo, preciosas piedras redimidas en oro y plata: Carísimos, decía, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, culminando nuestra santificación en el temor de Dios.


5.- De la subida o sea de la forma de la Cámara del Medio y de la Tercera
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La puerta del piso medio estaba en la parte derecha del edificio, etc. Algunos que entendieron mal este pasaje, pensaron que la puerta del templo daba al mediodía, sin darse cuenta que, si tal hubiera querido decir la Escritura, no hubiera dicho: La puerta del piso medio estaba en la parte derecha del edificio, sino simplemente y mejor: y tenía el edificio una puerta al mediodía. Ahora bien, mucho más es lo que así se significa. Llama a la parte derecha del edificio el lado meridional del Templo. En la tal parte oriental había una puerta ubicada al borde mismo, a ras del suelo. Quienes entraban por ella, subían a los pisos altos por escalones, en un camino ascendente por la parte de adentro de la pared misma, de modo que por tal camino llegaban a la cámara media, y de la media a la tercera. Y sin duda alguna, aunque la Escritura no lo diga, mientras ascendían tenían unas estrechísimas ventanas mirando al mediodía, gracias a cuya luz podían avanzar a lo largo sin tropiezos. Pasaje que claramente se refiere al cuerpo del Señor que tomó de la virgen. La puerta del piso medio estaba en la parte derecha del edificio, porque, muerto el Señor en la cruz, un soldado abrió su costado. Y dice bien en la parte derecha del edificio, porque la santa Iglesia cree que el lado abierto fue el derecho. Y también acertadamente el evangelista hizo uso del verbo, de modo que no dijo golpeó o hirió, sino abrió, como si se refiriera a la puerta de la pared media, por el cual se nos abrió un camino al cielo. Por eso agregó: Y luego salió agua y sangre. Agua, a saber, agua por la que nos lava el bautismo, y sangre, por la que somos consagrados en el santo cáliz.
Por esta puerta pues ascendemos a la cámara del medio, y del medio al tercero; porque por la fe y los misterios de nuestro Redentor, ascendemos de la vida de la iglesia presente al descanso de las almas después de la muerte, y de nuevo del descanso de las almas, en el día del juicio, a la inmortalidad inclusive del cuerpo, y por un más sublime avance, ingresaremos como a un tercer cenáculo, a fin de que vivamos en felicidad perpetua. De este camino, en verdad, se habla como de invisible, de manera que sólo lo conocieran los que entrasen, a pesar de que los que estaban afuera veían la puerta; porque es cierto que los réprobos pueden observar los actos de los fieles en esta vida, y las celebraciones de los sacramentos, pero nadie conoce los arcanos de la fe y la gracia del íntimo amor a no ser que, llevado por el Señor, ascienda por ella al reino celeste.Quien dice conocer a Dios, y sus mandatos no cumple, mentiroso es.
Es de notar que hasta la cámara del medio mediaban 30 codos de altura, como se lee un poco antes. De allí se añadían otros 30 codos hasta la cámara tercera, desde donde se extendía el techo hasta el vestíbulo que había junto al templo, en el sur, en el norte y en el oeste, como sabemos por testimonio de Josefo. Luego hasta el techo superior se contaban otros 60 codos, y así la altura total del edificio, conforme al libro de los Paralipómenos, se concluye en 120 codos. El vestíbulo, que estaba al oriente frente al templo, según el testimonio del dicho volumen, tenía también el mismo número de codos de altura. El citado libro, a estos vestíbulos que estaban junto al templo llama almacenes o aposentos. David, dice, dio a su hijo Salomón una descripción de los vestíbulos y del templo, y de los almacenes y altas cámaras, y de los aposentos en los santuarios interiores y en la sala propiciatoria. (1 Par. 28, 11). A continuación menciona también las salas exteriores, que estaban fuera del atrio de los sacerdotes, en la periferia del templo, cuando agrega: Asimismo también le dio la descripción de todo lo que imaginara de los atrios y exedras periféricos para los tesoros de la casa del Señor y las reservas de los santos. (ib. 12).
Que la altura del Templo fuera de 120 codos se refiere al mismo arcano [sacramento dice] de la iglesia primitiva en Jerusalén, la cual, luego de la pasión, resurrección y ascensión del Señor a los cielos, recibió la gracia del Espíritu santo sobre un número igual de varones. Pues el quince, que se constituye de siete y ocho, suele algunas veces usarse para significar la vida futura, que ahora las almas de los fieles poseen en el sabatismo [es decir en el siete], pero se perfeccionará el fin del siglo por medio de la resurrección de los cuerpos inmortales [es decir en el 8 perfecto]. El mismo quince llevado al triángulo, es decir, numerado con todas sus partes, producen 120 [?, pero 15 x 8 = 120]. Por lo cual adecuadamente por el número centenario y el veintenario se designa la magna felicidad de los elegidos en la vida futura. Bien se dice en este tercer cenáculo se consuma la casa del Señor, pues después de las fatigas presentes de los fieles, luego de recibido el descanso de las almas en el futuro, la felicidad plena de toda la iglesia se colmará en la gloria de la resurrección. Al cual misterio igualmente pertenece, como dijimos, que resurgiendo de los muertos el Señor y ascendiendo a los cielos, a este número de varones el Espíritu santo envió las lenguas de fuego, a los que, bien que estaban apartados entre sí por la diversidad de las lenguas, los hizo, en un idioma emparentado, tener una oración común en alabanza de Dios. Pues también la iglesia, resurgiendo a su tiempo de la muerte, y ascendiendo a los cielos en carne incorruptible, estará ilustrada plena y perfectamente por don del Espíritu santo, cuando, según la promesa del apóstol, Dios será todas las cosas en todos. Entonces será completa la unificación de las lenguas en todos para publicar las grandezas de Dios, porque con mente y voz concordantes todos juntos alabarán la gloria de la majestad divina, en cuya presencia estarán viéndola.


6.- En cuántos años fue construido el Templo
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En el cuarto año se fundó la casa del Señor etc.” Es evidente el sentido de la alegoría. Según esta, la casa del Señor fue construida en siete años, pues con toda certeza la Santa Iglesia se construye con las almas elegidas en el transcurso de la totalidad del tiempo de esta vida, que se completa en un giro de seis días, y al terminar esta vida, aquella misma lleva su crecimiento a su término. E incluso se construye en siete años, en cuanto indicación de la gracia espiritual, a través de la que la Iglesia únicamente se comprende en tanto es Iglesia. Lo cierto es que, siete dones del espíritu Santo, enumera Isaías (Isa. XI), sin los cuales nadie puede llegar a ser fiel o preservar la fe o alcanzar, gracias a su fe, la corona de la justicia. Por esto, en el séptimo año, y en el octavo mes de él, se finaliza la casa del Señor en toda su obra y en todo lo que le era necesario, y se extiende hacia la vida futura y el día del juicio, cuando la santa Iglesia alcance tal perfección que no sea posible encontrar lo que sea posible agregarle. Tendrá entonces lo que aquel puro y deseoso suplicante requería del Señor cuando decía: “Señor, muéstranos al Padre, y esto nos bastará” (Juan XIV). Pues consta que en las Escrituras muchas veces se hace referencia al día del juicio por medio del número ocho, aquel que sigue a esta vida, que se recorre en siete días. Por ello también el profeta puso, en lugar de octavo, un título a su salmo, y lo cantó, por temor a aquel severo Juicio, comenzando de esta forma:“Señor, no me acuses en tu ira ni en tu furia” y lo que luego sigue (Sal. VI). Pero no carece de importancia que naciera esta controversia acerca de porqué se dice que la casa del Señor fue terminada en el séptimo mes en toda su obra y en todo lo que le era necesario, en tanto que luego se lee que su término y su dedicación se completaron en el octavo. Pero no es increíble que el templo que construyó Salomón en siete años lo haya terminado en el octavo mes del octavo año, o que haya diferido el momento de concluir su dedicación al séptimo mes del noveno año. Parece más cercano a la verdad que la casa se haya construido en siete años y siete meses, de modo que el séptimo mes haya sido celebrada la ceremonia de dedicación y en el vigésimo tercer día del mismo mes, tal como lo declaran las palabras referidas a los días (2 Par, VII), se haya permitido al pueblo de Salomón volver a sus tiendas. De este modo, luego de una semana, al llegar el octavo mes, es posible que la casa del Señor se encontrara totalmente terminada, así como todas las obras necesarias, y con su misma dedicación ya realizada. A no ser que debamos pensar que luego de la dedicación del Templo se agregaron algunos enceres necesarios para la liturgia hasta el comienzo del octavo mes, en la medida en que el rey se daba prisa, de modo que durante todo el séptimo mes, que era todo el asignado a las ceremonias, el templo fuera dedicado. Así en verdad se entiende tanto que el templo fuera terminado en toda su obra y en todo lo que fuera necesario, como que fuera dedicado en el séptimo mes.
“El rey Salomón mandó que le enviasen e Hiram trajo de Tiro al hijo de una mujer viuda, de la tribu de Neftalí, de padre tirio, maestro en el arte de labrar el oro, y de vasta sabiduría, ciencia e inteligencia. Y lo mandó traer para que realizara todas las obras de oro. El, luego de haber llegado al rey Salomón, realizó toda la obra” (III Reg. VIII) Y todo se realizó tomando en cuenta su significado simbólico. En efecto, el artesano tirio que Salomón tomó como ayudante alude a los ministros de la palabra divida, elegidos de entre los gentiles para la realización de las obras. Y era llamado artesano con toda propiedad, debido a que era el hijo de una mujer viuda del pueblo de Israel. En esta persona suele figurarse algunas veces la Iglesia de esta vida presente, a favor de la que su héroe, Cristo sin duda, resucitó luego de haber experimentado la muerte, y a la que, mientras él ascendía a los cielos, dejó, peregrina, en la tierra. No es difícil explicar, en suma, cómo es que los hijos de esta viuda son los santos predicadores, en la medida que es evidente que todos los elegidos por su valor son los hijos de la iglesia. Incluso se nos asegura acerca de estos predicadores del nuevo testamento, de acuerdo con las palabras del profeta: “En lugar de tus padres, han nacido para ti estos hijos. Los considerarás los señores de toda la tierra”. (Salm. XLIV)
Hiram llevó a cabo toda la obra para Salomón, pues evidentemente los santos predicadores, al sostenerse fielmente en su servicio de la palabra divina, se ocupan sobre todo de la obra de Dios: Externamente con sus discursos abren el camino de la verdad a través de ellos mismos, e internamente, por el hecho de ser iluminados, Dios les otorga una vida eterna. “Yo”, dijo, “sembré, Apolo regó y Dios hizo que creciera” (I Cor. III) Hizo entonces la obra de oro, porque el esforzado doctor quiso confiarles la palabra a aquellos que desean tomarla a su cargo piadosamente y protegerla con perseverancia, y que intentan, con su prédica rebatir a los otros en lo que hayan podido aprender. Y es de oro, porque es un metal no en vano duradero, y que resuena de varias maneras.


7.- De las columnas aéreas
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Y puso dos columnas aéreas, etc. Estas son las columnas de las que Pablo habla: Jacobo y Cefas y Juan, que eran columnas, nos tendieron la diestra a mi y a Bernabé, en sociedad, para que nosotros fuésemos a los gentiles, ellos en cambio a la circuncisión (Gal. II). Las cuales palabras parecen como exponer el misterio de las columnas materiales, a saber, qué figuraban y porqué fueron dos. Significan pues todos los apóstoles y los doctores espirituales, fuertes mucho en fe y obras, y erguidos a lo alto en la contemplación. Dos a su vez, para que, predicando, hagan que entren a la Iglesia gentiles y circuncisos. Erectas en el pórtico al frente del templo, y con su buena presencia y belleza ornaban admirablemente la entrada a ambos lados. El Señor es la puerta del templo, porque nadie viene al Padre sino por él; como dice en otra parte: Yo soy la puerta, si alguien entrara por mi, se salvará (Juan, X). A esta puerta, a saber, la escoltan las columnas que están junto a ambos lados, como los ministros de la palabra que muestran a ambos pueblos la entrada al reino celeste, de modo que quien por la luz de la ciencia legal o por el rigor de la gentilidad viniera a la fe del Evangelio, disponga de quienes le muestren por la palabra el camino de la salud, y por el ejemplo. Porque en verdad de estas columnas en el libro de los Paralipómenos está escrito: Tales columnas puso en el vestíbulo del templo, una a la derecha, otra a la izquierda (II Par. III): por tanto hicieron dos columnas, y las dispusieron de tal manera que tanto en lo prosperidad como en la adversidad no enseñaran que debemos tener siempre ante nuestros ojos la puerta de la patria celeste. Por eso también Pablo, verdadera columna excelentísima de la casa del Señor, a fin de fortalecernos en las armas de la justicia a diestra y a siniestra, diligente nos exhorta con su ejemplo y el de los suyos, para que, sin complacernos en las buenas ni quebrarnos en las malas, no nos apartemos en nada del camino regio de la vida, por el cual debemos ascender a la heredad de la patria celeste que nos ha sido prometida. (II Cor, VI).
Es saludable notar que en la sentencia de los Paralipómenos que expuse, al pórtico mismo del templo también se lo llama vestíbulo; por eso cuando en los profetas leemos: Entre el vestíbulo y el altar oraban los sacerdotes, debemos entender entre el pórtico y el altar.Por otra parte se nos recuerda que ambas columnas tenían 18 codos de altura. Pues tres veces seis hacen dieciocho. Porque tres en verdad pertenecen a la fe por la Santa Trinidad, seis a las operaciones, porque en tal número de días fue hecho el mundo, lo que es más claro que la luz. Y tres se multiplican por seis, porque el justo, que vive de fe, por la buenas obras incrementa y acumula el conocimiento de la piadosa creencia. La columna que está delante y fuera del templo, tiene pues dieciocho codos de altura, porque un egregio predicador nos instruye a todos claramente que sólo por la fe y las obras de justicia podemos alcanzar el gozo de la vida celeste. Sin embargo lo mismo podría entenderse más elevadamente, pues el nombre de Jesús, en griego, comienza con ese número, ya que la primera letra del nombre de Jesús en griego vale diez y la segunda ocho. [Iota y eta]. Adecuadamente pues son de dieciocho codos de altura las columnas de la casa de Dios, porque los santos doctores, y más aún todos los elegidos, se proponen alcanzar aquel fin de merecer ver a su Creador cara a cara. Ni querrán ninguna otra cosa más cuando llegaren al que está por encima de todas las cosas. Y un hilo de doce codos abrazaba ambas columnas. Un hilo de doce codos es la norma de la institución apostólica, que justamente rodea ambas columnas, dado que cuando un doctor, judío o gentil, es enviado a predicar, se cuida de hacer y enseñar aquellas cosas que la santa Iglesia recibió y aprendió de los apóstoles. Porque si alguien quisiera vivir o predicar de otro modo, sea despreciado los decretos apostólicos, sea a su antojo creando novedades, ese tal no es columna apta para el templo de Dios, porque al despreciar la obediencia a lo que los apóstoles han establecido no les acomoda la cuerda de doce codos, sea por la flacura de su acidia, sea por el túmido exceso de su soberbia. Tal longitud de hilo dio el Señor por circunferencia de sus columnas, cuando enviando a los discípulos a bautizar a todas las gentes, les dijo: Enseñadles a guardar todas las cosas que yo os mandé (Mat. XXVIII). Quien pues observa y enseña lo que ordenó el Señor a los apóstoles, sin agregar nada, ni preterir ninguna cosa, es en verdad columna en la casa de Dios, que es la Iglesia, y firme soporte de la verdad, como el apóstol Pablo previno debía ser Timoteo.
Y en verdad como sin la ciencia de las escrituras no puede haber firme vida ni palabra de doctores, se agrega convenientemente: Hizo también dos capiteles, para que se pusieran sobre las columnas, fundidos en bronce. Uno de cinco codos de altura, y de cinco codos de altura el otro. Porque la cabeza de las columnas, es decir la parte superior, son el corazón entrañable de los doctores de los fieles, cuyos devotos pensamientos, como miembros de la cabeza, dirigen al Señor, igual que todas sus obras y también sus palabras. Además los dos capiteles que encimaban esas cabezas, son los dos Testamentos, en cuya meditación y observancia los santos doctores se someten, de alma y cuerpo por entero. Por donde es razonable que ambos capiteles tengan cinco codos de altura, porque es así como en cinco libros se comprende la Escritura de la ley Mosaica, y también en cinco siglos se encierra la serie entera de la edad del Viejo Testamento. El Nuevo Testamento verdaderamente no nos predica otra cosa que lo que Moisés, por esos libros, predijo que había de predicarse, e igualmente los profetas. De ahí que el Señor a los Judíos que inútilmente adherían a la letra del Viejo Testamento y despreciaban la gracia del Nuevo, les dijo: Si creyesen a Moisés, me creeríais tal vez a mi; porque él escribió de mi (Juan V). Escribió sí, Moisés, de Dios, mucho en figuras, y aquello abiertamente cuando narra la promesa del Señor a Abraham, que en tu simiente serán bendecidas todas las familias de la tierra; y cuando él mismo dice a los hijos de Israel: Porque el Señor Dios vuestro os suscitará un profeta de entre vuestros hermanos, al que oiréis como a mí mismo todo lo que os hablare. De cuyo presagio advirtió a los discípulos la voz del Padre desde el cielo, cuando, apareciéndoseles el Señor en gloria, entre el mismo Moisés y Elías, atronó en el santo monto diciendo: Este es mi Hijo amado, en el que me he complacido, oídlo a él (Luc. XI). Por consiguiente, como por la admirable armonía de la divina operación, no sólo la gracia del Nuevo Testamento estuvo antes escondida en los velos del viejo, sino ahora los misterios del Viejo Testamento están revelados en la luz del nuevo, así es como el capitel de ambas columnas tiene cinco codos de altura, porque manifiesto es que en el Antiguo Testamento, cuyos misterios todos están ocultos ya en los cinco libros indicados, o ya mejor y con más plenitud en las cinco edades, también tiene ínsita la gracia de la perfección evangélica. Igualmente un egregio predicador que, enviado a los judíos o a los gentiles, confirmado en el concordante testimonio de las divinas palabras, conservara sin error el combate de la fe y la rectitud de la obra, en su enseñanza sabrá extraer lo nuevo y lo viejo de su propio tesoro. Empero no sólo expone los Testamentos relacionando entre sí los divinos misterios, sino que todos los selectos textos que están contenidos en los libros de ambos Testamentos, están dotados de una misma fe y unidos entre sí en una misma claridad. Por donde acerca de la forma de estos capiteles correctamente se agrega: Y en forma de red, y de cadenas entretejidas con admirable factura, estaba hecho el fuste de ambos capiteles de las columnas. Por lo que en el libro de los Paralipómenos está escrito: Hizo asimismo cadenas en el oratorio, y las puso sobre las cabezas de las columnas (II Par. III). La forma pues de las cadenas, semejantes a las redes de los capiteles, es la variedad de las virtudes espirituales en los santos, de la que el Señor canta en los Salmos: De pie está la reina a tu derecha en vestido bordado, de variedad ceñida (Ps. XLIV); es decir, en vestido de fulgurante amor, ceñida de la variedad de los diversos carismas. O también, la compleja contextura de las cadenas y la distribución de la red, simboliza las multifacéticas personas de los elegidos, que suscriben las palabras de los santos predicadores escuchando y obedeciendo con fidelidad, a la manera de las cadenillas puestas sobre las cabezas de las columnas ofrendan el milagro de su comunión con todos los presentes.
Estas cadenas entonces están entretejidas en admirable labor, porque en definitiva la mirífica gracia del Espíritu Santo obra para que la vida de los fieles, en diversos lugares y tiempos, según grado y condición, y sexo y edad, aunque existan muchas cosas secretas entre unos y otros, sin embargo permanezca mutuamente unida en una y la misma fe y amor. Que la fraterna congregación de los justos, que viven en tiempos y lugares distintos, sea producto pues de la propiedad unificadora de los dones espirituales, se refleja en las siguientes palabras que se añaden en referencia a la hechura de los capiteles: Guirnaldas de siete hilos en un capitel y guirnaldas de siete en el otro. Pues el número septenario suele indicar la gracia del Espíritu Santo, como lo atestigua Juan en el Apocalipsis, quien como viera que el Cordero que le hablaba tenía siete cuernos y siete ojos, enseguida dio la explicación siguiente: Los cuales son los siete Espíritus de Dios enviados a toda la tierra (Apoc. I). Lo cual el profeta Isaías explica abiertamente cuando hablando del Señor que había de nacer en la carne decía:Descansará sobre él el Espíritu del Señor, Espíritu de sabiduría e intelecto, Espíritu de consejo y fortaleza, Espíritu de ciencia y piedad, y lo llenó del Espíritu del temor de Dios (Is.XI). Había pues siete guirnaldas formadas de hilos en ambos capiteles, y los padres de ambos testamentos, por la gracia recibieron de uno y del mismo septiforme Espíritu para que fueran elegidos.
E hizo columnas y dos órdenes de guirnaldas individuales alrededor para que cubrieran los capiteles. Había además dos órdenes de guirnaldas en rededor de los capiteles, pero cada orden corría por siete hilos, hasta que, cumplido el giro del capitel, de nuevo volviera al principio, haciendo un círculo. Esta figura de los sacramento no está oculta, porque dos son los órdenes de las guirnaldas, pues la virtud del amor tiene dos aspectos gemelos, porque se nos manda amar a Dios de todo corazón y con toda el alma, con todas las fuerzas, y al prójimo como a nosotros mismos. Ambos órdenes tienen guirnaldas de siete hilos, porque no se puede amar a Dios sin la gracia del Espíritu Santo, ni al prójimo. Firme está pues la verdadera sentencia, de que la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones, no por mérito nuestro, sino por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. Empero allí donde está la caridad de Dios, allí ciertamente se difunde la del prójimo en los corazones de los fieles, porque en verdad de manera alguna no es posible tener una sin la otra.
Estas guirnaldas pues fueron hechas para que cubrieran los capiteles, es decir rodeándolos en rededor, porque toda página de la Santa Escritura, entendida inteligentemente, resuena en toda gracia de caridad y de paz. Las guirnaldas de los capiteles de las divinas palabras son vínculos de amor mutuo. Y los capiteles fueron vestidos de guirnaldas, pues se prueba que las palabras sagradas, como dije, se establecen universalmente por el don de la caridad. Porque inclusive en aquellas palabra de la Escritura que no entendemos bien, se percibe con largueza la caridad. Por ello sobre estas guirnaldas y capiteles se añade: Que estaban coronadas de granadas. Pues las granadas, cuya naturaleza es de envolver con una corteza robusta muchos granos en su interior, cabalmente se ponen como figura de la santa Iglesia que encierra bajo la protección de una sola fe innumerables elencos de elegidos. Puede también designar la justicia y la forma de vivir de cada uno, que cuida de cercar con su custodia, en firme fidelidad y humildad, las muchas cosas nobles de los pensamientos y de las virtudes, no sea que se pierdan. Y muy adecuadamente, en misterio, las cabezas de las columnas estaban en rededor circundados por granadas, porque los santos doctores deben recordar la vida de los primeros fieles, y convalidar por todos los medios sus actos y palabras siempre con el ejemplo de aquellos, no sea que erraran, viviendo y enseñando, tal vez bajo una regla de vida diferente de la de ellos. Por consiguiente, así como la trabazón admirable de las guirnaldas significa la unidad de los fieles, que es vínculo de paz, así también las granadas designan simbólicamente la misma unidad, la cual acoge y abraza innumerables pueblos del mundo en una sola regla de la fe católica. O también la trabazón admirable de las guirnaldas demuestra la concordia manifiesta de todos los fieles; las ganadas en cambio el modo de las virtudes interiores del alma, que, completamente invisible a los demás, expresa a saber paciencia, humildad, benignidad, modestia y demás cosas semejantes. Y como la piel bellísima de las granadas asoma afuera, aunque interiormente no se ven los muchos granos, así la piedad de los santos se deja ver ampliamente de todos, los cuales no se percatan de lo que adentro hay de fe, de esperanza, de amor, y de los demás bienes del alma.
Ahora bien cuando se dice de las guirnaldas que eran para que adornar los capiteles que estaban en la parte superior de las granadas, se implica en esa expresión, que las granadas habían sido puestas alrededor de los capiteles, por la parte inferior, y a partir de estas mismas granadas nacían las guirnaldas que cubren los capiteles y otras partes. Se ve pues la figuración del misterio, porque las guirnaldas superiores anexadas a las granadas significan simplemente ya las virtudes humanas ya las espirituales. Pues sabemos que las virtudes nacen de las virtudes, y que los santos avanzan de virtud en virtud, hasta ver al Dios de los dioses en Sion. Sabemos (dice) que la tribulación engendra la paciencia, la paciencia a su vez la constancia, y la constancia la esperanza (Rom. VIII). Llegan también al mismo universal colegio de los elegidos una tras otra las variadas personas de los justos, y los menores de sus mayores y predecesores gozan fielmente afirmándose en seguir sus pasos y sus dichos y sus escritos, no sea que tal vez pudieran caer en error.
Las guirnaldas pues están ubicadas sobre la parte superior de las granadas, porque la concordia del amor se sobre añade a las obras perfectas. Y siendo que en ambos servicios de la virtud, a saber obra y amor, resplandece la vida de los santos, así la trabazón sobreañadida de las guirnaldas acompaña en forma semejante al ornamento circular de las granadas en los capiteles. Y como todos los dones de las virtudes presentes están ordenados a la remuneración de la gloria eterna, que nos ha sido prometida y administrada por el Evangelio, perfectamente se agrega: Los capiteles que estaban sobre el extremo superior de las columnas, en el pórtico, tenían como una labor de lirios de cuatro codos. ¿Qué otra cosa designan los lirios sino la claridad de la patria superna y de la inmortalidad fragante de flores, la amenidad del paraíso? ¿Qué se muestra por los cuatro codos sino el discurso evangélico que nos promete el introito a su eterna beatitud, y el camino para alcanzarla? Los santos doctores pues nos muestran en los cuatro libros de los Evangelios las prometidas fronteras del celeste reino, como las cabezas de las columnas exhiben en ellos la labor de los cuatro codos de lirios. Donde hay que notar, según el sentido literal, que como se menciona la labor de lirios en los capiteles de cuatro codos, y no se agrega de qué latitud ni a qué altura, se ha dejado a juicio del lector que imagine a qué altura y en qué latitud estaba. Consta sin embargo sin duda alguna que las columnas, cuya cintura abarcaba doce codos, tenían cuatro codos de grosor. Pues toda circunferencia tal dimensión tiene de diámetro cuanto el triple tiene en la circunferencia. Así el mar de bronce, cuyo diámetro tenía diez codos, como se dice a continuación, consecuentemente tenía treinta codos de circunferencia. Bien con verdad se dice que la labor de lirios era de cuatro codos, sea cual fuera la latitud o la altura, de cualquier manera la forma de la figuración es evidente, porque ya resonó por el mismo Evangelio la tan deseada voz diciendo: Haced penitencia, porque se acerca el reino de los cielos. (Mat, III). A lo que se sigue: Y nuevamente otros capiteles por encima de la parte superior de las columnas, de acuerdo a la medida de la columna, adosados a las guirnaldas; de acuerdo a la medida de la columna dice, de tanta altitud cuanta era la columna, de cuya altitud cuanta era nunca se describe. Pues bien, estos capiteles, fueran cual fueran y de qué tamaño (pues la Escritura no designa claramente cuál fuera su medida), parecen estar cubiertos de alguna manera por los lirios; de cuya labor, si se busca el placer de inquirir cierto sentido místico, puede designar, y no incongruentemente, la sublimidad del reino celeste, que el ojo no vio, no el oído oyó, ni entró en el corazón del hombre, lo que Dios tiene preparado para los que lo aman. Tras los lirios de cuatro codos se agregan otros capiteles de cuya altura nada se dice, porque muchas son las cosas que de la felicidad celeste leemos en el Evangelio, a saber: que los puros de corazón verán a Dios, que no se casarán, ni serán dadas en matrimonio, que ya no podrán morir, que dondequiera este Cristo, allí estarán también sus ministros, que a ellos él mismo se manifestará, que abiertamente os expuse acerca del Padre, que el deleite de la visión no podrá nadie quitarles. Pues de estas cosas que dijimos, su naturaleza, el estado y la forma de vida de la patria celeste misma, cómo se lleve a cabo, sólo las conocen sus ciudadanos, los que merecieron entrar en ella. Por donde la hechura y la altura de estos capiteles, que estaban arriba de los lirios, por incomprensibles para los habitantes de la tierra, insinúan muy bien la calidad de la morada celeste; de la cual lo que menos se oculta es que allí todos disfrutan de la común felicidad de la contemplación divina, tanto más sublime, cuanto más puros para mirarla sean los ojos del corazón. Porque así dijo: Bendigo a todos los que temen a Dios, los más pequeños como también los mayores; él mismo dijo: Porque tú darás a cada uno conforme sus obras (Ps. CXIII). Será pues común allí la bendición de todos los elegidos. Sin embargo de acuerdo a la diferente cualidad de las obras, muchas son las habitaciones de bienaventurados en la una y misma casa eterna del Padre en los cielos: lo cual creo que también está místicamente expresado por la estructura de estas columnas, cuando se dice: Y de nuevo otros capiteles encima de la cumbre de las columnas, conforme las medidas de la columna, opuestas a las guirnaldas. De acuerdo a las medidas de las columnas son los capiteles superiores, pues los santos doctores, y más aún todos los justos que siguen sus pasos, recibirán los premios de la retribución celeste, de acuerdo a los méritos de las obras pías. Opuestos a las guirnaldas están los dichos capiteles, porque de acuerdo al modo del amor que en esta vida la santa fraternidad maridó a todos entre sí, así también en los cielos estará también unificada la sociedad de los supernos ciudadanos en presencia de su Creador. Y como en verdad una misma sociedad de supernos ciudadanos se concede a ambos pueblos, se agrega: En rededor del segundo capitel había doscientos órdenes de granadas. Dijimos que las granadas son símbolo de toda la Iglesia; la centena en cambio que a la derecha viene primero, muchas veces quiere figurar la vida de la eterna beatitud. Se duplica en cambio la cantidad de las gradas en rededor del segundo capitel, para indicar místicamente que el pueblo de ambos testamentos, unificado en Cristo, recibirá la corona de vida eterna. A cuya figuro corresponde lo que está escrito de los apóstoles que, luego de la resurrección del Señor, estaban pescando y lo vieron detenido en la orilla: No estaban lejos de la orilla, como doscientos codos, sacando la red de pescar (Juan XXI). Por doscientos codos pues sacan para el Señor la red colmada de grandes peces, indicando en la orilla el efecto de su resurrección, así como los santos predicadores, dan a Judíos y a gentiles la palabra de la fe, y habiendo retirado a los elegidos de ambos pueblos de los olas del presente siglo, los conducen a la gloria de la futura paz e inmortalidad. El circuito entonces del segundo capitel tiene doscientos órdenes de granadas, pues la sublimidad del reino celeste congrega a ambos pueblos elegidos en una sola arca de beatitud. Y estableció dos columnas en el pórtico del templo. Cuando puso la columna derecha, la llamó Yakim, esto es, firmeza. Levantó igualmente la segunda columna, y la llamó Boaz, es decir, en solidez. La columna derecha, dijimos, expresa la figura de los doctores que en Jerusalén crearon la primitiva Iglesia; la segunda de los que están destinados a predicar a las gentes. O también la columna de la derecha significa a aquellos que predijeron profetizando al Señor que vendría en la carne; la segunda, los que dan testimonio de que ya vino y redimió al mundo con su sangre. Y rectamente con un término similar ambas columnas se designan, cuando a una firmeza se la llama, y a la otra solidez; para que sea patente que una sola fortaleza de fe y de obra había en todos los doctores, para que se revele la inoperancia de nuestra época, cuando no pocos doctores, sacerdotes se dejan ver como columnas de Dios, y así quieren que se los llame, cuando no tienen nada de fe firme que los lleve a despreciar las pompas seculares ni a desear los bienes invisibles, nada tienen de solidez para corregir los errores para lo que han sido designados, ni nada de inteligencia para entenderlos.


[1] Beda, De Templo Salominis Liber, PL XCI; París, Brepols-Turnhout, 1850
[2] Ver la Tercera Parte Wilhelm de Hisrau y la Orden de Conversos Laicos.
[3] Naudon, Paul El carácter especulativo de la Masonería de Oficio. El Ritual, La Leyenda de Hiram y el Mito Iniciático.
[4] Sanguinetti, Jorge, Espiritualidad y Masonería, Kier, Buenos Aires, 2007.
[5] Recomendamos al lector los trabajos del H.·. Karel Musch, An exploration of Monastic and Masonic Orders (de la Respetable Logia Nº 280 del Gran Oriente de los Países Bajos).
[6] Estos estudios llevados a cabo sobre documentos históricos tuvieron un correlato inevitable, pues definidos los antecedentes monásticos de la francmasonería, la labor inmediata me llevó a trazar la historia de la transición de las logias monásticas a las corporaciones medievales y la de estas últimas a la denominada masonería especulativa. La primera parte se publicó en España en 2005 bajo el título El otro Imperio cristiano (Nowtilus, Madrid, 2005), obra que abarca desde la proto masonería de la Alta Edad Media hasta la restauración masónico-templaria del siglo XVIII. La segunda vio la luz en 2007 con el título El mito de la Revolución Masónica (Nowtilus, Madrid, 2007) cuyo fin era explicar de qué manera y en qué circunstancias históricas se articuló el denominado Régimen Escocés Rectificado, estructura que restituyó a la masonería en su sesgo cristiano primitivo, y que fue fundado por Jean-Baptiste WIllermoz. (Lyón, 1730-1824). Estas obras abarcan la historia de la masonería cristiana desde la Alta Edad Media hasta la Revolución Francesa, razón por la que remitimos al lector a lo ya escrito, disponiéndonos al desarrollo de un ensayo que pretende un nuevo giro sobre estas cuestiones.
[7] Mi aproximación al sacerdote y filósofo catalán es una compleja hipérbole a la que puedo definir como un providencial descubrimiento progresivo. Buenos Aires es una ciudad alejada infinitamente del Ganges que Panikkar observó durante décadas desde la terraza de su casa en India. Lejana de su retiro en Manresa en las faldas occidentales de los Pirineos. Sin embargo tuve oportunidad de escuchar su mensaje en dos producciones televisivas de Holograma, emitidas en los 90[7]. La primera fue su intervención en el debate sobre Arte, Ciencia y Espiritualidad en una Economía Cambiante, realizado en Ámsterdam a mediados de la década; la segunda fue una serie de reportajes realizados en la India y en Cataluña por la RTSI.
[8] Newman, Louis Israel, “Jewish Influence on Christian Reform Movements” (AMS PRESS, Inc., New York, 1966), p. 32.
[9] Hist. Eccl., lib. II, cap. 13 .
[10] Brown, Peter, Ob. cit, p. 184.
[11] Beda, TSL; 737-D.
[12] Beda, TSL; "Epistola ad Eumdem Accam" 738-B.
[13] Brown, Peter, Ob. cit. p. 189.
[14] Naudon, Origenes, p. 36.
[15] Beda, TSL; 737-D "Domus Dei quam aedificavit rex Salomon in Jerusalem, in figuram facta est sanctae universalis Ecclesiae, quae a primo electo usque ad ultimum, qui in fine mundi nasciturus est, quotidie per gratiam regis pacifici, sui videlicet Redemptoris, aedificatur".
[16] 2 Co 6:14-16
[17] Capítulo I
[18] Capítulo II
[19] Capítulo III
[20] Capítulo IV
[21] Místicamente dice, pero creemos, y no me caben dudas que esta palabra entonces no había aún adquirido el sentido emocional y de actitud pasiva ante la divinidad que alcanzará en los místicos de épocas posteriores. Se trata aquí de un sentido superior, alegórico, simbólico, que es el elaborado por una mente sabia e iluminada. (Comentario de Jorge Sanguinetti)
[22] Notar “fe y obras”, es formulación técnica, como Dante dice que los hombres nacieron para la “virtud y el conocimiento”, terminología que destaca los dos elementos indispensables de la perfección.
[23] Se repite lo mismo, pero acentuando la necesidad de lograr un conocimiento verdadero y saber cuál es la vía cierta que permite llegar a la virtud.
[24] Capítulo VIII
[25] Capítulo XVII
[26] Capítulo XVIII

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