miércoles, 23 de febrero de 2011

Un Poder encerrado en la Piedra.


Los Masones, la Construcción y el Poder



Desde la más remota antigüedad la humanidad registra la existencia de hombres peculiares, poseedores de un conocimiento cuyo patrimonio es exclusivo de los de su clase. Todas las formas de cultura y civilización han generado sus sociedades secretas, a veces de naturaleza mágica o mística, otras de tinte político, agentes de dominación, jefes de clanes, oráculos inapelables, sabios cuya opinión se consideraba tan infalible como la del propio Papa ex catedra.

La historia de las denominadas sociedades secretas integradas por estos hombres conforman un segmento desconocido de la realidad, la de los constructores de un destino paralelo subyacente bajo las cronologías, que suelen actuar como un agente catalizador de acontecimientos inexplicables. Han existido en todo el Orbe y sus miembros, insospechados e insospechables, caminan entre nosotros sin que seamos capaces de percibir su presencia. Se ha escrito tanto acerca de estos grupos que resulta sumamente difícil establecer cuál aspecto refleja la realidad y cuál la fantasía.

De esta enorme masa de información literaria podemos inferir algunas cuestiones que el lector debe saber. La primera de ellas es el gran porcentaje de personas predispuesto a aceptar no sólo la existencia de cofradías sino el de otorgarle poder real sobre la sociedad. La segunda, no menos importante, es la inclinación que sienten los seres humanos en torno al secreto y la conspiración. Se supone que toda organización de este tipo guarda un secreto que confiere poder y que, consecuentemente, conspira para mantenerlo y acrecentarlo. Es más: Se podría afirmar que cuando un miembro de una sociedad secreta afirma en público que ésta no posee ningún secreto se produce el efecto inverso, pues el público reafirmará su sospecha de que, en verdad, existe ese secreto y que aquél que lo niega sólo está intentando ocultarlo. 

Dentro del amplio campo de las sociedades secretas existe una subcategoría que se distingue del resto por su propio peso. Son las de carácter místico e iniciático. A estas se las denomina genéricamente como Ordenes Iniciáticas, pues la característica común es la incorporación a través de una ceremonia ritual denominada, precisamente, Iniciación. Sin embargo se trata de una forma ritual específica que conviene aclarar.

En Occidente existen distintos estadios en los que interviene el rito como factor de transformación. La incorporación a la comunidad religiosa de nuestra familia, el ser recibidos en la sociedad de los adultos, o en una comunidad, cualquiera haya sido su característica, hubo implicado necesariamente un rito que demarca un antes y un después. El tipo de sociedad secreta que intentamos definir posee las características específicas en base a las cuales se copiaron muchos de los modelos posteriores, incluida la más celebre y difundida de todas las sociedades iniciáticas: la de los masones.

            La iniciación, tal como se concibe en estas órdenes, es una línea divisoria que marca dos dimensiones muy diferentes de conocimiento; pero, fundamentalmente, dos dimensiones diferentes de responsabilidades. Todo aquello que en la vida implica un profundo cambio en esta dimensión de la responsabilidad necesita de un rito. Pues bien, nuestra cultura descansa sobre las profundas raíces psicológicas de estos ritos. Y todos ellos responden a fuentes ancestrales y se convierten en las herramientas más adecuadas para la transformación del individuo.

La Masonería es, entonces, una Escuela Iniciática. ¿Qué significa esto? Que se ingresa a ella mediante una Iniciación que otorga al iniciado un lenguaje  especial y que este juramenta guardar y poner a cubierto de cualquier persona no iniciada o de menor grado. Ese lenguaje son los símbolos. Pero ¿Cómo puede un iniciado reconocer a otro iniciado? Mediante signos. La consecuencia de esta definición es simple: Sólo quien posee los signos tiene acceso a los símbolos, a un conocimiento superior.
No es de extrañar que los masones, en tanto constructores, hayan estado, históricamente, asociados con el poder.

Los Templos y Palacios son símbolos del poder divino y del poder terrenal. Los constructores son los intérpretes del poder. Las construcciones reflejan el poder de quien las habita o del Dios en honor a quien se han erigido. Por lo tanto construcción y poder van de la mano. Una Iglesia poderosa necesita de templos grandiosos. Un Estado poderoso necesita de una arquitectura propia que exprese ese poder: Catedrales, Obeliscos, Pirámides, Capitolios, son símbolos de un poder supremo. (Pensemos en el Obelisco de Washington, en la nueva Pirámide del Museo del Louvre, en Notre Dame, en la basílica de San Pedro, en Al Aksa, en Santa Sofía, en Petra etc.

Sin embargo, todas estas construcciones poseen una característica  de sesgo sagrado: Desde el emplazamiento hasta los materiales, desde su orientación hasta su geometría, desde sus proporciones hasta el juego de tensiones de sus nervios de piedra, todo el conjunto está atravesado por un concepto de conocimiento sacro que responde a un axioma pitagórico: El de la Geometría Divina. Esta dimensión sagrada de la arquitectura tiene un correlato respecto del constructor. Se espera que este –en tanto capaz de dar forma a un monumento sagrado- posea, él mismo, la dimensión de su templo interior. Es por ello que entre los masones circula una antigua historia que relata el encuentro de un peregrino con tres albañiles desbastando piedra. A los tres les pregunta lo mismo ¿qué están haciendo? El primero responde: me gano mi salario; el segundo contesta que está desbastando una piedra; el tercero mira al peregrino y dice, con voz firme: Estoy construyendo un Templo! Sólo el último, el maestro, es conciente de su poder, porque conoce la totalidad del plan.

Es común encontrar en la iconografía medieval imágenes de Dios sosteniendo en sus manos los instrumentos del Arte –generalmente un compás- con los que traza los planos de la creación del mundo. La arquitectura se consideraba, por lo tanto, como una continuación terrestre del poder divino. Quien erigía un templo desarrollaba un oficio vinculado con el propio Creador.

Para Joseph Campbell, el poder que antiguamente representaba la catedral como edificio más alto de la urbe, luego pasó a ser la sede del gobierno (El Capitolio de los Estados Unidos de América). Actualmente las construcciones más altas ¡son los Headquarters, las sedes de las grandes corporaciones! Siempre, construcción y poder son funcionalmente aliados.

Sin embargo esto no quita que la masonería puede ser utilizada –y de hecho ha sido utilizada- como una Sociedad Secreta con fines ajenos a los de la iniciación, pues grupos de hombres supuestamente iniciados, en distintas épocas, se dieron cuenta de que, por la forma en la que estaba organizada, la Masonería constituía la estructura ideal para llevar adelante, exitosamente, cualquier tipo de conspiración. De este modo hubo logias creadas para lograr derechos sindicales, tramar revoluciones, intentar el control de los Estados, atacar a las Iglesias constituidas –en particular a la Iglesia de Roma- emancipar colonias o realizar estafas fabulosas como las perpetradas por Licio Gelli con la tristemente célebre logia Propaganda Due. Esta es la razón por la que debemos diferencias, claramente, a la Masonería en tanto Escuela Iniciático respecto de aquellas otras, en tanto organizaciones que asumen un modelo de acción similar al de las estructuras masónicas. 

Nueva edición de "La Masonería y sus orígenes cristianos"

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