lunes, 16 de abril de 2012

Hablemos de Masonería "Conversaciones en el Claustro"

Nunca es gratuito decir la verdad. Por alguna razón los masones han colocado a la hipocresía en la primera línea de los enemigos a vencer. La Masonería Universal vive momentos de gran hipocresía, también de mentira y, por qué no, de ambición. La Sociedad Secreta por antonomasia, la gran Vía Iniciática que muchos reconocemos en ella, se profaniza, se vuelve laxa, indefinible. De tan abarcativa se ha vuelto tan difícil de comprender que sólo sigue llamando la atención por la "conspiración", los "juegos de poder", el "tráfico de influencias" y algún que otro escándalo de vez en cuando. Eso no es la Masonería; al menos no es la masonería que muchos HH.·. construyen con su esfuerzo día tras día. 
Todos somos conscientes de la necesidad de expresar y debatir ideas. También somos conscientes de la necesidad de diferenciarnos claramente en tanto que algunas Obediencias parecen encaminarse en sentido diametralmente opuesto de otras. Las manifestaciones públicas de algunas Grandes Logias, arrogándose la representación de la Masonería en su conjunto producen desazón, confusión, y en muchos casos la peor de las actitudes: La resignación.
La Orden Masónica, ya lo he dicho más de una vez, es una utopía. Sin embargo aún quedan pequeños espacios, pliegues resguardados, ámbitos de supervivencia, en los que lo sagrado continúa siendo la espina dorsal de la Iniciación Masónica. Para algunos la Orden se ha convertido en una cuestión de número y de poder; se han olvidado que en términos de Iniciación el poder no radica en el número. La Iniciación no es una Institución democrática. Si así fuera no necesitaría de rituales, grados, jerarquías y reglas. Los símbolos serían lo que el voto mayoritario decidiese que fuera y, a tono con los tiempos que corren en la Argentina, decretaríamos una "Masonería para Todos". Y entonces, como ya lo he dicho y lo digo ahora, ya no sería masonería y deberíamos cambiarle el nombre.

Hoy, el Gran Priorato de Hispania introdujo una nueva sección en su página web. No es una tribuna; es una conversación que sostienen dos HH.·. en el claustro de un antiguo convento. No se trata de una provocación, aunque la sola mención de claustro y de convento les revuelva las tripas a no pocos masones. Se trata en todo caso de un diálogo, una excusa si se quiere, para que esa Masonería que aun late en el corazón de muchos iniciados, se exprese en un lugar de paz y de luz. Después de todo, seguiré insistiendo que la protomasonería, la que gestó a la que nosotros conocemos, nació justamente en el seno de los monasterios benedictinos. Queridos Hermanos, Temas de Masonería reproduce aquí estas


El sol de la tarde se oculta tras las antiguas piedras del monasterio del Sant Pau del Camp. Dos hombres del Gran Priorato de Hispania se han dado cita allí y conversan en un rincón del claustro. Ambos masones; ambos cristianos. Uno de ellos indaga a su maestro… Intenta comprender cuales el rol de un masón cristiano en un mundo que parece tan alejado de la paz que encierran estos muros. Medita acerca de las preguntas; de la oportunidad que tiene ante sí. Finalmente interroga y el maestro responde.



1. Querido Hermano: Pese a tanto que se ha escrito respecto de la masonería, el común de la gente sigue viendo en nosotros a una sociedad secreta que se mueve en los pliegues del “poder político” y que parece estar soterrada en los cimientos mismos de todas las conspiraciones. ¿Qué es hoy la masonería? ¿Por qué razón se hace necesario hablar de “masonerías” en plural? ¿Qué llevó a la ruptura de la supuesta unidad primitiva de la Orden.

Nunca ha habido una unidad primitiva de la Orden, contando a partir de la masonería que conocemos y ha llegado hasta nosotros. Desde que la masonería dejó de ser operativa –es decir, que dejó físicamente de construir- para pasar a ser especulativa, en ésta su segunda etapa que es la que nos es dada a conocer a los actuales masones, ya nació o renació dividida. No hay que olvidar que ello se produjo en un período especialmente convulso de la historia –el siglo XVIII- marcado por la Revolución francesa en que se rompió un modelo de sociedad que hasta entonces había regido el mundo occidental. La masonería especulativa existía anteriormente a la Revolución, pero no pudo quedarse al margen del conflicto social y político que desgarró la sociedad de ese momento, trastocando los valores que hasta entonces habían regido su pensamiento. Hasta entonces, la sociedad estaba formada por tres ordenes sociales: 1º el clero, 2º la nobleza y 3º el tercer estado o pueblo; con la abolición del feudalismo, surgió un cuarto estado: la burguesía, que hasta entonces había estado confundida con el tercer estado, tomando una relevancia en el nuevo modelo de sociedad -a costa de la nobleza-, que no ha parado de crecer hasta nuestros días, convirtiéndose en la auténtica clase dominante. Hasta entonces, el pueblo había creído en el derecho divino de los reyes, pero los filósofos, politólogos, científicos y economistas denominados philosophes, y posteriormente desde 1751, enciclopedistas, minaron dicho poder divino basándose en el racionalismo expresado años antes por René Descartes en el principio: “pienso luego existo”. No quiero decir con esto que la monarquía de Luis XVI y su corte no estuviera corrompida –cosa por otra parte bastante normal en toda obra humana- y merecieran ser corregidas, pero su exterminio o abolición no elimino la corrupción como tampoco lo hizo la Revolución rusa en el siglo XX, sino que tan solo le cambió la etiqueta en un “quítate tú para ponerme yo”. La masonería especulativa que conocemos es hija de este contexto histórico y no podremos entender su realidad actual si obviamos el contexto e influencias que tuvo cuando se generó.

La ruptura de esquemas que estalló en el siglo XVIII y representó el dejar de creer en una monarquía de inspiración divina, era el producto de otra ruptura anterior iniciada con el Renacimiento italiano que dio lugar a un amplio movimiento cultural conocido como “humanismo” en los siglos XV y XVI y que dio lugar a su vez al abandono del teocentrismo medieval para ir hacia un cierto antropocentrismo. Sin el “humanismo” renacentista, René Descartes no hubiera podido sentar las bases de su racionalismo, que creó el caldo de cultivo para que los enciclopedistas encontraran los argumentos necesarios para hacer la Revolución y derrocar el ordenamiento establecido hasta entonces.

Por su parte, y en paralelo, la masonería continuaba haciendo su propia transformación, habiendo dejado de construir esos magníficos templos y construcciones que aún hoy podemos admirar por toda Europa, y abriendo sus puertas inevitablemente a las distintas corrientes de pensamiento que agitaban el mundo. Cuando la masonería especulativa estableció sus nuevas bases, aún y teniendo como referencia sus propios usos y costumbres entroncados en la tradición católico romana, no pudo evitar la entrada del humanismo y del racionalismo que llegaba con las nuevas incorporaciones, de modo que desde primer momento nació dividida y plural, aceptando a regañadientes la tradición encontrada, con la esperanza de hacerla evolucionar hacia nuevos horizontes. De alguna manera, la historia de la masonería es la historia de la humanidad. Desde que el hombre es hombre, siempre ha eludido hacer lo que debe por hacer lo que quiere.

A partir de que el hombre decide abandonar la voluntad de Dios para hacer su propia voluntad, el hombre queda dividido dejando de participar de la voluntad divina, y a partir de ahí, se produce la desviación humana que nos ha llevado a nuestra realidad actual en la que el hombre ha dejado de mirar a Oriente, quedando desorientado.

En la masonería especulativa, nunca ha habido una sola masonería, como tampoco se ha logrado que haya una sola Iglesia, sino distintas iglesias cristianas. Toda obra humana es imperfecta; por mucho que su institución haya podido ser sagrada, el orgullo, la soberbia, la envidia y toda la cohorte de bajezas humanas se ocuparan de marcarla con su triste sello.

¿Qué es hoy la masonería? Pues el fruto de cuanto acabo de decir. En contra del enunciado masónico de “reunir los disperso” la masonería se encuentra más y más dispersa y perdida porque se ha apartado más y más del principio único de todas las cosas que da sentido al hombre y al universo, y que para los cristianos es Dios. Perdido el sentido inicial -el de permanente reconstrucción del ser humano-, la masonería puede tomar los aspectos más variopintos, aprovechando con finalidades perversas e inconfesables el secreto inherente al ámbito sacro en que debe de desarrollarse el trabajo de reconstrucción a que antes hacía ilusión y que tiene por objetivo que el hombre vuelva a tomar conciencia de su pasado esplendor y origen divino. Esto es lo que llevó a la ruptura de la unidad primitiva de la Orden.

Homo homini lupus, si “el hombre es un lobo para el hombre”, el peor enemigo de la Masonería son los propios masones, que como hombres, se dejan llevar por sus pasiones desordenadas. Mi discurso no quiere ser catastrofista, tan solo constata una realidad palpable. Tampoco quiero ir hacia el desaliento –antes al contrario- el hombre ha sido Creado libre y en consecuencia dotado de libre albedrio y capacidad de discernir y cambiar las cosas. Por ello se hace necesario hablar “de masonerías en plural”, porque un grupo de hombres y de Masones –por pequeño que este sea, que aquí la cantidad no cuenta-, por su propia voluntad y libre determinación, quiere ponerse a un lado y distinguirse del resto, defendiendo una ética y una moral, no marcada por la razón humana sino por la Religión, e iluminando su pensamiento y acciones con la Luz de luces.

2. Cuando hablamos del Gran Priorato de Hispania estamos hablando de la Masonería Cristiana en el territorio español y en países latinoamericanos. Esta Masonería Cristiana, que está sustentada en valores concretos, más específicos que el de la denominada Masonería Liberal ¿Qué trabajo está llamada a realizar de cara a la sociedad en la que trabajan sus miembros? ¿Cuál es, en el siglo XXI, la misión social de un Masón Cristiano?

Los valores sobre los que se sustenta la Masonería Cristiana –y por ende, el Gran Priorato de Hispania- son los valores dimanantes de la Religión. La Religión es para la Masonería lo que el sistema operativo es para un ordenador. El sistema operativo, es la espina dorsal del ordenador; por muy buenos y sofisticados programas que podamos cargar en un ordenador, si no tiene instalado el sistema operativo que lo ordene y lo regule, nada va a funcionar. En Masonería sucede lo mismo, si le quitamos la base sobre la que se sustenta –que es la Religión-, le negaremos su trascendencia, y entonces tendremos una masonería menor, sin base y débil.

La Masonería Liberal –y la anglosajona también, pues con sus Constituciones de Anderson y su religión natural, dejó la puerta abierta a posteriores desviaciones-, olvidando su base y sus orígenes cristianos –en aras de una supuesta apertura a todas las religiones que la ha llevado a la práctica a un sincretismo- ha querido crear una escala de valores, basada únicamente en valores y leyes puramente humanas, exentas de esa trascendencia que contempla al ser humano en algo más que su contingencia material, viéndolo ontológicamente; que desde un punto de vista cristiano, es viéndolo en cuerpo, alma y espíritu.

Está claro que la masonería en general –digámosle liberal o anglosajona- no responde a estos criterios, y a tenor de lo que podemos ver en nuestra realidad actual, la masonería no ha sido capaz de aportar al mundo y a nuestra sociedad esos supuestos valores que deberían haber llevado “la luz a las tinieblas” del mundo, y que en todo caso, muchas de esas tinieblas han entrado y oscurecido ese Templo de Luz que teóricamente hubiera debido ser la Masonería. Está claro también, que esta masonería no aporta nada ni al mundo, ni a los propios masones, que formando parte de esa institución no reciben otra enseñanza que no sea, el decirles que han de regirse por su propio criterio, y éste a su vez, al no tener un marco en el que desarrollarse que no sea la libertad absoluta de pensamiento, pues no puede hacer otra cosa que divagar y perderse.

Sucede como en nuestro mundo y sociedad occidentales, en que la mayoría de seres, teniendo y gozando teóricamente de la más amplia de las libertades, cada vez se sienten más atrapados y más esclavizados. Como si pudiendo respirar con toda libertad, queriendo tener cada vez más aire, la misma angustia por conseguirlo, hiciera que respiremos cada vez más rápido hasta hiperventilarnos y llegarnos a ahogar de tanto aire. Así de absurda es la situación de la humanidad y del mundo, y como no, de la masonería que por popularizarse y abrirse a la sociedad, no ha hecho sino hacerse más mundana.

Por el contrario, la Masonería Cristiana del Gran Priorato de Hispania, propone al hombre y al masón, un retorno a los valores eternos, un mirar al mundo más allá de sus aspectos contingentes y materiales, en definitiva una llamada a la esperanza. Por supuesto, que nuestra llamada no va dirigida a todo el mundo; va dirigida solamente a los cristianos, para los cuales, todas las enseñanzas que nuestro sistema masónico denominado Rito Escocés Rectificado puede prodigarles a lo largo de las distintas Clases de las que se compone el Régimen Escocés Rectificado, puede y tiene sentido. Es por esto que exigimos y restringimos la entrada a la Orden Rectificada, exclusivamente a cristianos, pues de lo contrario las enseñanzas que recibirían no tendrían ningún sentido para ellos.

Partiendo de estas premisas, la tan “cacareada” noción de universalidad de la orden masónica, no tiene ningún sentido, porque partimos de bases y marcos distintos. Creo que ha llegado el momento de decirlo en voz alta: ¡no todos los masones somos iguales! Resulta difícil reconocer a un “masón” en algunos de aquellos a los que a la práctica nos vemos obligados a llamar “hermanos”, porque podemos reconocer en ellos ciertas formas masónicas, ciertamente, pero se ha perdido para ellos el fondo y el significado tradicional que dichas formas tienen para nosotros. Alguien que es capaz de poner un libro con las páginas en blanco como testigo de su compromiso, no puede ser equiparable con aquel otro que lo hace encima de una Biblia, y a esto es a lo que hemos llegado. Puedo llegar a mantener una cordial amistad con quien así procede, ofrecerle -por descontado-, toda mi comprensión y caridad cristianas, pero ¿puedo realmente llamarle hermano? ¿dónde están los principios que nos unen? ¿dónde la comunión?.

Claro que hay un trabajo a realizar ante la sociedad por parte de aquellos de nosotros que profesamos ésta visión tradicional de la Masonería, claro que hay una misión social a realizar en este siglo XXI para un Masón Cristiano: la de dar testimonio de los valores que profesamos y representamos, pero actuando desde una perspectiva distinta de la que lo están haciendo el resto de masonerías.

Los masones quieren cambiar el mundo, influir en él, y que los gobiernos de las naciones les consulten y tengan en cuenta. Sucede aquí que es más fácil ir a arreglar la casa del otro que ordenar la propia, o que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. Nosotros nos situamos en otra perspectiva ¿cómo poder pretender arreglar nada fuera, cuando no hemos sido capaces de poner orden a nuestros propios problemas? ¿cómo pretender amaestrar las pasiones del mundo cuando no somos capaces de dominar nuestras propias pasiones? Se trata aquí de hacer una revolución a la inversa; primero en nuestro interior para que su resultado fluya luego al exterior. Dicho de otra manera, nuestra sociedad se halla sumida actualmente en una profunda crisis económica, pero para que esta tremenda crisis pudiera llegar a producirse, antes ha habido –a lo largo del tiempo- una profunda crisis moral, de valores y de falta de escrúpulos, que ha posibilitado las condiciones para que se produjera después la actual crisis económica.

Evidentemente que una Masonería como la nuestra tiene algo que decir, aportar y transmitir a este siglo XXI que parece sobrado de todo y carente de lo fundamental, aunque ello sea mostrar al mundo lo vano de lo que hasta ahora creíamos como fundamental y lo importante de trabajar esos valores olvidados.

3. Resulta curioso –y a la vez complejo- entender que Occidente, como espacio cultural, cuyas instituciones fueron fundadas en el mismo centro del Sacro Imperio Romano Germánico, esté empeñado en un proceso de descristianización que va en aumento. ¿Qué ha hecho que una gran cantidad de personas nacidas de una cultura sustentada en los principios del Evangelio quiera abandonar, de forma deliberada, sus propias raíces?

Así es la condición humana, siempre proclive a dejarse llevar por lo aparentemente fácil y placentero, y procurando rehuir todo compromiso y obligación. La historia sagrada nos dice que el mismo Moisés tuvo que subir por segunda vez al Sinaí en busca de unas nuevas Tablas de la Ley, pues las primeras las rompió enfurecido al ver que aquel pueblo que había dejado aguardando al pie de la montaña lo que tenia que ser la primera alianza entre Dios y los hombres, habiendo sido incapaces de guardar la espera, se habían librado a adorar otros dioses.

A Occidente le ocurre algo parecido; olvidados los orígenes cristianos, desprovisto de su base, es una enorme estatua pero con los pies de barro, que se tambalea a falta de una base sólida. Tanto es así, que cuando Europa quiso definirse, estableciendo una moneda única, el euro, unos signos identitarios, fue incapaz de reconocer esos orígenes cristianos sobre el papel como principal signo identitario y aglutinador. Pero estos lodos de ahora son el resultado de aquel polvo de antaño, y todo arranca de un proceso en que el hombre se ha ido apartando paulatinamente de Dios, dejándolo de tener por objeto de su existencia, proceso jalonado en la historia por distintos acontecimientos que han ido marcando puntos de inflexión de esta separación, como por otra parte decía anteriormente respondiendo a la primera pregunta. Por poner un ejemplo, dentro del mundo del arte, una vez abandonadas las cavernas, el único arte desarrollado por el hombre era sacro: representaciones de Dios y lo sagrado, con una candidez y un aire un tanto infantil del arte Románico y Gótico, hasta que en el Renacimiento, el hombre deja de mirar a Dios y a fijarse en lo humano, pintando voluptuosos angelotes, dejando esa Contemplación de Dios para pasar a expresar sensaciones, sentimientos y pulsiones humanas. De ahí al racionalismo, luego la Revolución francesa y de ahí hasta nuestro momento actual.

Pero no nos equivoquemos; el hombre necesita a Dios, y sin él siente un profundo desarraigo que exterioriza en una búsqueda incansable sin saber muy bien lo que busca. Se sabe heredero de un antiguo esplendor que no sabe cómo recuperar; perdido el conocimiento de Dios por su propia culpa, ningún conocimiento le resulta bastante; habiendo poseído el infinito, solo lo Infinito puede bastarle. Así, esa búsqueda incesante la vemos traducida en una búsqueda constante de la espiritualidad, bajo cualquiera de sus formas, y desestimando la mayoría de ocasiones la propia que tiene a mano, va a buscarla en otras culturas ajenas y extrañas, porque el mundo le ha enseñado que es libre y no está dispuesto ha aceptar que nadie le diga lo que debe creer y profesar, y mucho menos someter su voluntad ante nadie aunque sea el mismo Dios, y ¿qué mejor que crearse su dios o creencia a su gusto y medida? No hay más que ver la multitud de sectas e iglesias menores y de medio pelo que proliferan en América y en Europa. Cualquier cosa antes que aceptar el menor sacrificio. Así, los países europeos económicamente más desarrollados y con mayores índices de bienestar material, son los que registran los mayores índices de suicidios. Paradójicamente, aquellos que “lo tienen todo” no encuentran sentido a la vida y terminan por quitársela. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?

4. Resulta evidente que para muchas personas somos una suerte de anacronismo medieval. Hoy, hablar de caballerosidad –ni que mencionar la caballería- suena a tiempos pasados. Los masones cristianos anclamos nuestra ética en una regla caballeresca. ¿Somos acaso una suerte de pieza de museo? ¿Es posible trasmitir estos valores a una generación barrida por el hedonismo, el consumo y la indiferencia?

La caballerosidad puede parecer hoy en día una reliquia del pasado, pero todo el mundo desearía, cuando la vida los enfronta con una dificultad cuya resolución de la misma dependiera –y con ello de alguna manera la propia suerte- de la decisión de un hombre, desearían encontrarse ante un caballero. Esto quiere decir que a la noción de caballero y caballerosidad, se le atribuyen una serie de valores como son: justicia pero también magnanimidad, equidad, rectitud, altitud de miras, coraje, valerosidad, vigor, firmeza, que el portador de los mismos supuestamente pondrá en práctica ante las situaciones que tenga que afrontar en la vida, por muy anacrónicos que dichos valores puedan verse en nuestros días. Hay subyacente en este modo de pensar, la sensación y la conciencia de que algo hemos perdido en el camino en la evolución de esto que hoy conocemos como “modernidad”, de manera, que a pesar de que estos principios puedan tener un regusto “antiguo”, no por ello dejan de ser consoladores cuando la vida nos pone en situación de tener que necesitarlos; entonces nos vendría bien tenerlos ahí para que nos echaran una mano. Es como la figura del padre o de la madre, que por mucho que se haya querido inventar una nueva “familia” considerando el modelo antiguo como opresor, continúan siendo insustituibles. Y esto es así porque estamos hablando de principios y valores atemporales que han tenido sentido ayer, lo tienen hoy y lo tendrán siempre, porque forman parte de la misma naturaleza del ser humano.

Decía anteriormente que el hombre puede llegar a ser un lobo, un depredador, para el hombre, pero también puede ser el autor de las acciones más sublimes, todo dependerá en qué se inspire, y efectivamente, nada es posible en medio del caos necesitamos un ordenamiento y la misma vida del ser humano y de la naturaleza está regida por un orden natural –la noche, el día- unos períodos y unos tiempos en que debemos y necesitamos dormir y alimentarnos de manera pautada para no enfermar. El mismo mundo occidental y Europa en particular, está acrisolado en torno al principio y regla benedictina del “ora et labora”, que marca unas pautas y un ordenamiento de la vida humana y la sociedad, en las que se dedica un tiempo a la oración y a Dios y otro tiempo a trabajar para subvenir las necesidades humanas y materiales. Esta Regla, conocida como Regla de San Benito, sirvió de base para posteriores reglas adoptadas por todas las Ordenes de Caballería. Ahora bien, el problema surge –y con ello el desarreglo- en la medida que la humanidad trastoca estos tiempos, dedicando más y más tiempo a subvenir las necesidades humanas –reales, inventadas o adquiridas- y menos tiempo a Dios hasta llegar a su total olvido, olvidando –valga la redundancia- esa parte divina perdida de la naturaleza humana, lo cual se traduce en esa búsqueda incesante de espiritualidad desordenada y torpe –pero en definitiva búsqueda de sentimiento religioso- que podemos ver en tanta gente.

Los Masones cristianos, y particularmente, el Régimen Escocés Rectificado, con su clase masónica y su orden caballeresca, denominada Orden de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa, tienen una regla propia, denominada Regla Masónica –inspirada, como no, en la benedictina- y que en modo alguno es comparable con lo que otros sistemas masónicos conocen como Código Moral Masónico, cuyo primer artículo se titula “Deberes con Dios y la Religión”. El Código Masónico, es un conjunto de consejos éticos y morales, en que la noción de lo que el “hombre debe a Dios” queda diluida en un “pórtate bien” más inspirado en las buenas maneras que en considerar al resto de seres humanos como obras suyas, inspirados por él y en consecuencia merecedores del respeto y veneración que el ser humano pueda deber a Dios. ¿Dónde está el anacronismo en cuanto estoy diciendo? ¿no corresponde todo ello a valores eternos?

Estos valores, no tan solo es posible transmitirlos si no que es de todo punto necesario hacerlo, y a ello es a lo que estamos llamados Masones y Caballeros. ¿A qué si no? El Caballero de hoy en día ya no va montado a caballo ni está llamado a liberar Tierra Santa, pero no por ello es menos necesario en nuestro mundo y en nuestra sociedad. El Caballero actual ya no dirime su nobleza en justas y torneos, pero ¿acaso no tiene ocasiones diariamente de dar muestras de su nobleza y valentía? La lucha a llevar a cabo ya no se desarrolla con la espada, pero puede utilizar las armas de la palabra, de la convicción, de la escritura, pero sobre todo las del ejemplo. Hay una eterna lucha en nuestro mundo entre el bien y el mal y esa es la lucha a la que está llamado el Caballero. Ahora bien, si ese caballero no está bien inspirado, entonces se puede convertir en el caballero negro, aquel que lucha no en el mantenimiento de los valores y virtudes a los que antes me he referido, cayendo, como dice cierta terminología de una saga cinematográfica, en el “lado oscuro” de la fuerza.

¿Cuántos masones se han preguntado por el sentido de la Masonería o la naturaleza del Caballero hoy en día?, yo les responderé: precisamente éste, el transmitir estos valores al mundo y a la sociedad, en una suerte de “Pepito el grillo” que sacuda ese inconsciente colectivo, domesticado y aletargado, denunciando públicamente comportamientos que repugnan toda condición humana y moviendo a reflexión al individuo del porqué de su situación actual. Este es el verdadero sentido de la Masonería, no los oropeles ni las grandes manifestaciones y reconocimientos de los poderes establecidos. Cristo trató de igual modo y fue igualmente estricto con el rico o el recaudador de impuestos que con el pobre y visto con ojos de hoy, sería un ácrata y un insumiso, y es que el hombre ha de someterse a la voluntad de Dios, pero ha de levantarse contra la injusticia, entendiendo la noción de justicia, como que la verdadera Justicia solo es la Divina, siendo la humana, solamente un pálido reflejo de la misma.

Pero la noche ha caído sobre nosotros y sobre este Claustro, Querido Hermano, aconsejando que nos retiremos a reposar.

jueves, 12 de abril de 2012

Mesa Redonda en la Feria del Libro




MASONERIA, SOCIEDADES SECRETAS Y DERECHOS HUMANOS
Lunes 30 de Abril, 17:00 hs.

Auspiciada por la 38º FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE BUENOS AIRES se llevará a cabo el próximo lunes 30 de abril (feriado) a las 17 horas, en la sala Leopoldo Lugones, una Mesa Redonda dedicada al tema MASONERIA, SOCIEDADES SECRETAS Y DERECHOS HUMANOS. Me alegra anunciarles que tengo el honor de haber sido invitado a exponer en dicha mesa.

Serán expositores el Lic. Luís Acebal, Gran Representante para la Argentina de la Orden Masónica Mixta Internacional Le Droit Humain; la Dra. Leonor Calvera, especialista en ordenes iniciáticas y sociedades secretas; Mauricio Javier Campos especialista, escritor e historiador en temas masónicos, y "un servidor" Eduardo R. Callaey, Representante del Gran Priorato de España (Masonería Cristiana) en Argentina

La coordinación estará a cargo del Dr. Antonio Las Heras, prestigioso autor de numerosos libros referentes al tema a tratar. Quedan todos invitados. Espero verlos.

lunes, 9 de abril de 2012

Sobre el masón y la Humildad

No resulta ajeno a ningún masón que la Humildad es una de las virtudes más difíciles de construir y que de ella depende, en gran parte, el destino de una Logia. Por contraposición, la Soberbia es una de las causas del infortunio, tanto en la vida de los Talleres como en la vida misma. Completando una trilogía de trabajos dedicados a esclarecer aspectos fundamentales del Régimen Escocés Rectificado, recurrimos nuevamente a la pluma de Muy Resp.·. Hermano Ferrán Juste Delgado, Canciller del Gran Priorato de Hispania que refleja, con aguda precisión, qué es la Humildad y porqué razón su incesante búsqueda nunca debe ser abandonada por un masón cristiano. Dejamos al lector con nuestro autor.

Sobre la Humildad

Aunque a priori pueda parecer un oxímoron por lo que pudiera tener de pedante por mi parte, si me disculpáis la indiscreción, quisiera compartir con Vos y el resto del Taller unas reflexiones personales referentes a una virtud, la humildad -cristianísima, vaya por delante-, y su otra cara de la moneda -la oscura-, la soberbia, “su” pecado capital “correspondiente” -antitético y antinómico-; y si tengo las suficientes luces para hacerlo no del todo mal, intentaré ver como interactúan estas dos pautas del comportamiento humano.

Consideremos para empezar que Lucifer, el ángel más hermoso creado por Dios, se rebeló contra su propio Creador por soberbia.

Por lo visto, eso de ser “portador de la luz” –significado de su nombre- era una carga demasiado pesada y se lo creyó también demasiado, lo que le supuso su derrota a manos del arcángel San Miguel, su expulsión de los Cielos y su confinamiento en el ámbito terrestre.

Desde entonces, y como consecuencia de aquella tentación primigenia y de aquel acto de protoorgullo, Lucifer sería para siempre el ángel caído.

Dice el Génesis que la serpiente, el animal “caído”, el más “terrestre y arrastrado” de la Creación, le dijo a Eva para tentarla “Seréis como dioses”, con el resultado que todos sabemos: sembrar la semilla de la tentabilidad, la susceptibilidad de ser tentados por la soberbia en todo el género humano.

Fue tras la tentación de Adán y Eva cuando Yaveh estigmatiza la serpiente, recordándole su condición de Bestia “caída” al suelo, y arrastrada por tierra y maldiciéndola con eterna “enemistad” con el género humano, linaje de Eva.

Desde entonces, el Maligno es enemigo -“el” enemigo- del hombre, y únicamente se le aproximará para tentarlo, arrastrándose por tierra.

Los Evangelios de San Mateo y San Marcos refieren como Satanás, en el desierto, tienta al mismo Cristo, pretendiendo aprovecharse de su naturaleza humana, cuando mezcla la flaqueza de un ayuno de cuarenta días con la soberbia, ofreciéndole todas las riquezas del mundo -“Todo esto te daré si me adoras de rodillas…”-.
Un buen cebo, un señuelo de orgullo para satisfacer la soberbia crónicamente herida del Gran Caído.
(Por cierto, una leyenda dice que la colina desde donde Satanás le mostró el mundo a Cristo para tentarlo con todas las riquezas materiales, era el Collcerola de Barcelona; por eso, de las palabras de la tentación en latín, “te daré” deriva el nombre de la montaña: “Tibi dabo”.)

Incluso en el momento de la Crucifixión, Cristo vio como se le ponía a prueba su condición de Hombre en la última tentación a la soberbia por Kistes, el mal ladrón, que como sabemos fue refutada por Dimas, el ladrón bueno.

Pero, ¿qué es el orgullo, además de un pecado?
¿Cómo funciona?

Maticemos que existe un “orgullo” legítimo y otro ilegítimo: el orgullo “legítimo” tiene que ver con la satisfacción que se siente por el acceso al éxito o a la felicidad adquiridos justa y merecidamente por uno mismo o por personas o entidades que vinculan personalmente al ”orgulloso”.
No es desafiante ni excluyente; por el contrario es integrador, festivo y en la medida en que se comparte, es enriquecedor.
Al orgullo ilegítimo lo llamamos soberbia y, técnicamente, es una tendencia o necesidad enfermiza a sentirse por encima de los demás.
Es un pecado; pero también es una enfermedad. La más grave del alma. La peor de la mente.
Obviamente, puede haber actos de soberbia aislados en la vida de un individuo; pero esta sería la excepción: desgraciadamente, en la mayoría de los casos, la soberbia no es un acto sino una actitud ante la vida, un elemento constitutivo de un carácter que muy a menudo deviene patológico en el plano personal, social y moral.
La soberbia acostumbra, en sus aspectos clínicos, a ser consecuencia de lo que Alfred Adler definió como complejo de inferioridad.
Es decir y para entendernos, que solo necesita sentirse por encima de los demás aquel que en su fuero interno se siente por debajo.
No necesariamente quien “está” por debajo, sino quien se  “siente”.
Y este “sentirse” por debajo, lleva quasi indefectiblemente, como reacción perversa, a sentirse humillado.
Perversa, sí, porque es la identificación de facto con Lucifer.
Este orgullo ilegítimo, enfermizo o “soberbia”, por contraposición al que llamamos “orgullo legítimo”, es desafiante, excluyente, egoísta por esencia, ya que esta a la defensiva ante el mundo entero.
Dado que es consecuencia clínica de un complejo, o en tanto en cuanto podemos considerarlo un complejo en sí mismo, es imposible de satisfacer –todos los complejos lo son- y por tanto, siempre exige más.
Es muy significativo que, para los espíritus torturados por esta verdadera maldición, siempre se confunde la idea de “humildad” con la de “humillación”.
Y, además, en el peor sentido posible.
Por eso hay soberbias que necesitan ayuda de un confesor; y también hay  soberbias que la necesitan de un psicólogo.

Además, está la idea de “dignidad”.

Más allá del sentido semántico que hace de “dignidad” sinónimo de ”honor”, “oficio de prestigio” o “cargo de alta posición”, la “dignidad” como pauta de actuación y de relación, es la sana aspiración a ser considerado como uno más; no “más” necesariamente, pero, en todo caso, tampoco menos.
Es la aspiración a la respetabilidad inherente a la condición humana y propia de todo hijo de Dios.

Es sintomático que para los orgullosos enfermizos –o soberbios-, siempre ansiosos (por su propia fragilidad de alma), de humillar al prójimo, la dignidad ajena es vivida como “soberbia”, mientras que la propia prepotencia, o sencillamente, su propia soberbia acomplejada, es sentida y morbosamente autojustificada como “justicia”.
Por este motivo podemos entender a los déspotas como verdaderos vampiros de la dignidad ajena, con la vana esperanza, como se dice, insatisfacible, de nutrir su propio orgullo enfermizo.

Sea como fuere, y como ya hemos dicho, la naturaleza humana “caída” y pendiente de reintegrarse con Dios, es débil ante la tentación, y donde más débil es, es precisamente en al ámbito del orgullo.

El “demonio” interior de cada uno de nosotros, el “daimon”, como lo entiende el Cristianismo desde la redacción de la Septuaginta, nos hace ser  presa esencialmente fácil de la tentación; y nada tiene que tener de extraño: tal y como decimos en referencia a Lucifer, la tentación primigenia fue ésta de la soberbia; en referencia al Génesis fue la tentación protobíblica de Adán y Eva; y fue la tentación por excelencia: fue la que sufrió Cristo mismo, a manos de aquel Lucifer, soberbio-enfermo desde el origen de los tiempos.

La tentación de la soberbia va, pues, implícita, casi más que ninguna otra debilidad, en la naturaleza humana.

Si popularmente se dice que la pereza es la madre de todos los vicios, el orgullo, la soberbia, es la abuela.


Reflexionemos: si es evidente que el pecado nos distancia del Padre, lo que más nos distancia es el pecado primigenio, el megapecado original, que es el que tenemos que reconducir para reintegrarnos plenamente con El, mediante la práctica de la virtud antitética de la soberbia que es la humildad.

Y es importante tener claro el matiz: la humildad es la vía que nos acerca al Padre. Y el Padre nos ama; y en tanto en cuanto el Padre nos ama, nos quiere dignos y no humillados, como todo Padre quiere a sus hijos.

Esta idea de la humildad nos toca muy de cerca en tanto masones cristianos:

No es gratuito recordar los votos de obediencia de muchas órdenes religiosas y caballerescas cristianas, que comportan tácitamente la humildad ante la jerarquía estructural de la orden en cuestión.

Como tampoco es gratuito recordar la posición que, en todo sistema docente, mantienen los discípulos respecto de los maestros: Mal iríamos si la maestría se cuestionase, se interrumpiese y no se respetase.
Especialmente mal iría el alumno, que poco y difícilmente aprendería nada.

Pero estas serían solo visiones formales: por encima de otra consideración, la humildad es una virtud per se, mucho más trascendente que una simple “reacción” al vicio del orgullo, o que una integración en una determinada estructura jerárquica.

Y es mucho más trascendente porque constituye la plasmación de la asunción de la realidad, del lugar que ocupamos en la Obra Creadora Divina.

Por eso tiene sentido asumir la jerarquía en la Orden, como reflejo simbólico de la humildad obvia ante Dios mismo.

Por eso, la humildad, en tanto en cuanto que por ella aceptamos la realidad de nuestra condición de hijos de Dios y hermanos en Cristo, es dignísimo sinónimo de sabiduría y de conocimiento.

De la Sabiduría y el Conocimiento con mayúsculas, que no son ni han sido nunca un bagaje acumulado de datos más o menos enciclopédicos, sino la buena disposición a aprender, es decir, la actitud positiva del aprendiz vitalicio, que no tiene miedo alguno a saber ni a enterarse de su propia dimensión.

Por eso, contra lo dolorosamente sentido por los enfermos de orgullo y soberbia, la Humildad no tiene nada de humillante, ya que es la vía de la Iniciación.

Porque el sabio, el verdadero iniciado, el ideal de Masón Cristiano al que aspiramos, siempre estará dignamente arrodillado ante la presencia de Dios.

Ferrán Juste Delgado
Gran Canciller - Gran Priorato de Hispania

Nueva edición de "La Masonería y sus orígenes cristianos"

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