En
la actualidad hay varios ritos masónicos que reclaman una herencia caballeresca.
En algunos no sólo está
presente sino que ha sido resguardada durante los últimos tres siglos. En otros esta
tradición fue trastocada y adaptada, primero por la influencia de la Ilustración y luego
por las corrientes republicanas, mutando en la medida que la masonería acompañaba a los
procesos políticos que vivía la sociedad. Pero esa
adaptación no ha podido quitar todos los elementos propios del imaginario
caballeresco, pues de hacerlo, estos ritos habrían perdido todo su
sentido.
Esta
cohabitación de una masonería con símbolos y
leyendas propias del Antiguo
Régimen con otra que nació, justamente, como
consecuencia del colapso de las monarquías absolutas y de la hegemonía de la Iglesia católica, provoca no pocas contradicciones y resulta muy
compleja de comprender si se la analiza en
forma superficial.
1. – La caballería masónica
Existen
diversos sistemas masónicos que poseen, dentro de sus estructuras, Órdenes
de Caballería; es decir, que los estamentos caballerescos están integrados y forman
parte de la escala de
grados del Rito o Régimen. En estos casos, los grados caballerescos se
encuentran en la cima de la escala y gobiernan sobre los grados inferiores.
Estas órdenes son, en su mayoría, herederas de la Orden
de la Estricta
Observancia Templaria, que fue influida y forjada a partir de la acción
directa de la masonería escocesa estuardista. El Régimen Escocés Rectificado es heredero directo de esta Orden.
Otros
Ritos han tenido la misma influencia pero con consecuencias y derroteros
distintos, como el Rito Escocés
Antiguo y Aceptado, al cual dedicamos un Apéndice de este libro. Pero en este
caso no se trata de una Orden de Caballería,
sino de Grados que guardan un resabio de las mismas. Se
podría decir que el REAA -el más poderoso y numeroso de los sistemas masónicos en la actualidad-, conserva buena parte de la herencia escocesa.
Por
último, cabe mencionar a la Orden Templaria masónica bajo
jurisdicción británica. Su actual organización data de principios del siglo XIX, siendo la más numerosa
y difundida de las ordenes masónico-caballerescas. Se denomina “The
United, Religious, Military and Masonic Orders of the Temple and of
Saint John of Jerusalem, Palestine, Rhodes and Malta of England
and Wales”. Sin embargo su estructura es independiente y queda despegada
de la masonería
simbólica inglesa. Como ente autónomo, su acceso está restringido a masones cristianos. Aunque se la considera un “Grado
Colateral” su posición es
claramente superior, pues para acceder a ella hay que poseer el Grado de Maestro Masón y
el de Compañero Real Arco. Su Patrono es la
reina Isabel II, quien ha sabido vestir el hábito de la Orden . Esta organización mantiene actualmente hospitales de ojos en Jerusalén y en Gaza, donde se han
atendido a numerosas víctimas del conflicto en Medio Oriente.
Como
dato adicional diremos que en 1917 el general británico Edmund Allemby entró en
Jerusalén al frente de una división del ejército británico luego de vencer
a las tropas turco-otomanas, convirtiéndose en el primer Knight Templar que la pisaba en siglos. Desde
1224 ningún ejército cristiano había vuelto a la Ciudad Santa. Este
acontecimiento fue celebrado en Londres, según relata John Robinson, con una
ceremonia de los “barristers”, que es el nombre con el que se identifica a los
abogados que trabajan en la zona de Temple
Bar, cuya sede es la
antigua iglesia templaria, situada entre Fleet Street y el río
Támesis.
Robinson
afirma que los “…barristers marcharon en procesión a la iglesia circular de los
templarios y colocaron la corona de laurel de la victoria sobre las efigies de
los caballeros, para transmitirle un mensaje sin palabras: No estáis olvidados…” Quien
recorre los rincones de Jerusalén, suele encontrarse con un monumento erigido
por esta Orden Templaria británica.
Aunque
dejaremos la cuestión de la masonería en Medio Oriente para un volumen futuro,
es preciso mencionar que la masonería británica tuvo fuerte influencia en ese
enclave estratégico desde épocas tempranas, contribuyendo, junto con la
masonería francesa, a establecer una avanzada occidental que, en su momento,
dio por resultado sendas democracias.
Pero
como se verá, el eje en
el cual se concentra la influencia
caballeresca escocesa en la
francmasonería, es la mencionada Orden
de la Estricta Observancia Templaria, creada por el barón von Hund. Su historia personal, y la de su Orden, están teñidas por el enfrentamiento
encarnizado entre los estuardistas escoceses y los
hannoverianos ingleses. La Estricta
Observancia nace, sin dudas, en el medio de
un profundo quiebre.
Robinson
sostiene que la masonería escocesa del siglo XIV se forjó en la sangrienta
insurrección comandada por William Wallace, a tal punto que su libro más famoso lleva por título Born in Blood. Con el correr del tiempo, en la medida en que fui
abordando la historiografía reciente en torno
a la masonería del siglo XVIII, llegué a la conclusión –al igual que muchos otros– que el
nacimiento de la masonería moderna fue tan sangriento como el
medieval, del que habla Robinson. Y que, en efecto, las
conspiraciones han marcado el destino de la masonería,
tanto en aquellos tiempos de castillos y caballeros, como en estos
otros que abordaremos en los próximos capítulos. De
algún modo los masones han sido fieles a su vocación de construir más allá de
la piedra.
Hagamos
un repaso del origen de esta tradición caballeresca en
la masonería escocesa.
2.– La Orden del Temple
A
diferencia de la francmasonería, la
Orden del Temple tiene un origen cierto y una historia
ampliamente documentada. Nació como
consecuencia de la primera de las
peregrinaciones armadas a Tierra Santa, que luego
tomarían el nombre de “cruzadas”. Fue creada por un grupo de nueve caballeros
provenientes en su mayoría de Champagna, liderados por Hugo de Payens, y su objetivo inicial era el de amparar y
proteger a los peregrinos.
En
el año 1118 el rey Balduino II cedió parte del “Templum Salomonis” a la naciente orden militar cuyos caballeros fueron
llamados, por ese motivo, con el nombre de Caballeros
Templarios. Apenas pocos años después ya se contaban en número
de 300 y gozaban de grandes privilegios concedidos por el monarca. Junto con los Caballeros
Hospitalarios y los Caballeros
Teutones conformaron el
brazo armado de los reinos cristianos en el Levante.
En
un principio, su organización fue similar a la del clero regular. Observaban
votos de pobreza, castidad y obediencia y se encontraban sometidos a la
autoridad del Patriarca de Jerusalén. En 1128, con el apoyo de
san Bernardo, el líder más carismático e influyente de toda la cristiandad, el
Concilio de Troyes aprobó su regla y la orden quedó establecida en
su doble condición de monástica y militar. Ya para ese entonces era uno de los ejércitos
más poderosos de Tierra Santa.
En
los siguientes dos siglos la fama de sus guerreros, su capacidad de
organización, su poderío económico y su particular petulancia la convirtieron
en la más admirada y odiada milicia de toda la cristiandad. Poseían preceptorías y encomiendas en
toda Europa y en Medio Oriente; participaban activamente en la reconquista de
España y acumulaban tal riqueza que pronto les permitió crear un sistema de
letras de cambio, precursor de la banca privada. Llegaron a tener una
importante flota con asiento en el puerto de La Rochelle cuya súbita
desaparición, en momentos previos a la captura del Temple de París, ha dado
lugar a numerosas conjeturas.
Con
la caída de Jerusalén se replegaron a sus castillos sobre la costa del
Mediterráneo Oriental. Luego debieron abandonar Tierra Santa y se constituyeron
en la Isla de
Chipre. Pero a principios del siglo XIV fueron acusados de herejía y prácticas
infamantes. En Francia, sus jefes fueron encarcelados, torturados y quemados en
la hoguera. El viernes 13 de octubre de 1307 todos los templarios de Francia
fueron apresados y encarcelados. Siete años después, el 18 de marzo de
1314, su último Gran Maestre, Jacques de Molay, junto a
Godofredo de Charney y otros
caballeros, fueron quemados por herejes relapsos en la ribera del
Sena.
Según
la leyenda, en medio del martirio, Jacques de Molay lanzó una
maldición contra el monarca y el papa conminándolos a comparecer ante el juicio
de Dios antes de un año. Pocos meses después ambos estaban muertos.
Desde
hace siglos los masones se proclaman herederos del Temple, afirmación que puede
encontrarse en diversos ritos. Durante mucho tiempo los historiadores restaron
importancia a esta cuestión. Sin embargo la percepción de este vínculo cambió
radicalmente en los últimos años. Citaremos brevemente a John Robinson “…la
persistencia de la leyenda y las frecuentes referencias a la orden [templaria] en el ritual masónico me hicieron lanzarme a varios
años de investigación... Aunque no soy masón quedé fascinado por lo que iba
descubriendo en las raíces templarias del ritual masónico, especialmente en lo que hace a
los símbolos y terminologías tan antiguos que sus orígenes y
significados se han perdido para los propios masones”.
¿Pudo
acaso la orden templaria sobrevivir
oculta en las logias masónicas? Como hemos dicho, la primera respuesta hay que
buscarla en la propia francmasonería, especialmente en la masonería escocesa
del siglo XVIII.
3.– Los
Templarios en el ejército de Robert Bruce
Según
la tradición masónica escocesa, numerosos caballeros templarios –que habían huido de Inglaterra luego de la abolición de su orden– se habrían refugiado en Escocia en tiempos en que el
futuro rey, Robert Bruce, intentaba liberar a su país de la dominación inglesa.
La rebelión escocesa se había iniciado con William Wallace, pero fracasó por
las disputas internas de la nobleza. Muerto Wallace, Robert Bruce asumió el
liderazgo y enfrentó al ejército de Eduardo II en la batalla de Bannockburn, librada el 24 de Junio de 1314.
¿Qué
hay de cierto en esto? Evidentemente no existen documentos de la época que
puedan considerarse como prueba de esta teoría. Pero hay varios puntos que
deben ser tenidos en cuenta respecto de la posible supervivencia templaria en Escocia. El
primero de ellos es que, a diferencia de lo que ocurrió en Francia, en donde
los templarios fueron tomados por sorpresa y apresados en una de las
operaciones policiales más coordinadas y perfectas que recuerde la historia, la
situación fue distinta en Inglaterra, Irlanda y la propia Escocia.
Desde
un principio, Eduardo II se oponía a arrestar a los templarios de Inglaterra a
quienes respetaba y tenía en alta consideración. Para cuando la Inquisición lo obligó
a cumplir con los arrestos, los templarios
habían tenido el tiempo suficiente de escapar y buscar refugio. Los primeros encarcelamientos en Inglaterra
ocurrieron en enero de 1308, es decir tres meses después de los ocurridos en
Francia. En ese momento la situación con la insurrección escocesa
ya se tornaba grave y las preocupaciones del rey Eduardo II estaban muy
lejos de la cuestión templaria. Algo similar ocurrió en Irlanda, en
donde los templarios poseían numerosas prefecturas y
castillos. Algunos fueron apresados en el mes de febrero (apenas treinta de una
guarnición calculada en 300 caballeros) y no se conoce que hayan sufrido el
mismo martirio de sus hermanos franceses, ni mucho menos.
Otro tanto sucedió en Escocia, de
modo que es muy probable que las fuerzas combinadas de templarios ingleses,
irlandeses y escoceses se hayan reunido el algún lugar en el norte del territorio controlado por
los hombres de Bruce. Al fin y al cabo, la mayoría de
ellos –guerreros de elite, hábiles políticos y con una vasta red de contactos y
recursos– habían tenido
cuatro meses para planificar la huida y escapar de la cárcel segura, la tortura
y la muerte.
¿Pero
dónde se reunirían? ¿Existen pruebas de que hayan
combatido a las órdenes de
Robert Bruce? Aquí el tema se torna más complejo, pero a la vez más
interesante, porque si así fuera, explicaría por qué los escoceses estuardistas del siglo XVIII –acorralados por el exilio, y decididos a recuperar la independencia de
su país– le daban tanta
importancia a aquella fuerza militar templaria que había sido
decisiva en la guerra librada por Bruce provocándole una dura derrota a los
ejércitos de Eduardo II. También explicaría por qué flotaba en la atmósfera de
la masonería escocesa este espíritu de cruzada.
Según
se sabe, los ingleses marcharon a la batalla
convencidos de que los escoceses no contaban con una fuerza de caballería
importante. No cualquier jefe militar podía darse el lujo de contar con
caballeros bien pertrechados, y en el caso de Bruce se trataba de un ejército
en el que los soldados profesionales eran escasos y había gran cantidad de
gente de a pié que se le había
unido durante la insurrección. Los ingleses conocían esa falencia en las tropas
de Bruce y marcharon seguros y confiados, con un enorme
ejército muñido de una importante cantidad de caballeros.
Actualmente
se considera que el equipamiento de un caballero
medieval, con su corcel de batalla, más al menos dos caballos auxiliares, su
armadura, sus pajes etc. equivalía al de un tanque de
guerra moderno. En efecto, la caballería medieval tenía el mismo poder y rol de
combate que la actual caballería blindada. Era impensable para los ingleses,
que el rey Robert dispusiera de los medios para armar una escuadra de
caballeros que hiciera frente a la suya. La irrupción de una carga de caballería
en medio de la batalla habría descalabrado la estrategia de los jefes militares
ingleses, inclinando la victoria del lado de los escoceses. Siguiendo la misma
línea del relato, esa caballería que irrumpe por sorpresa, no era otra que la
de los templarios escoceses, ingleses e irlandeses que habían puesto sus armas
al servicio de Bruce.
De
acuerdo a las crónicas de la época y a los actuales estudios, el ejército
ingles se presentó a la batalla con cerca
de 2.000
caballeros y 15.000 infantes, de los cuales una gran cantidad eran arqueros.
Por su parte, los escoceses contaban con un ejército de 6.500 hombres de a pié y 500 jinetes.
Lo
sorprendente es que los escoceses ganaron
la batalla y masacraron al ejército del rey Eduardo II que debió huir, dejando en el campo
miles de ingleses muertos y otros miles de prisioneros. La batalla de Bannockburn resulta todavía un desafío para
los estudiosos de la guerra y es considerada una de las más importantes de la historia.
Pero más allá de la leyenda -que señala que el jefe templario Pierre D’Aumont irrumpió en el campo comandando una
gran cantidad de caballeros templarios y sembrando el pánico entre los ingleses- lo cierto es que
no se explica esta derrota sin un factor que, al menos oficialmente, nunca fue
reconocido.
Esta
teoría fue ampliamente difundida por los historiadores del siglo XIX. Recientemente, Michael Baigent y Richard Leigh han hecho un
excelente trabajo de recolección de citas y fuentes entre las cuales hay
algunas que vale la pena mencionar.
Charles
G. Addison, en su obra The History of the Knights Templar, escrita en 1824, afirma que
muchos templarios ingleses continuaron en libertad, habiendo conseguido huir de
sus perseguidores eliminando por completo las marcas de su antigua profesión, y
que algunos de ellos habían escapado disfrazados hacia las zonas montañosas y
yermas de Gales, Escocia e Irlanda.
Otros
historiador inglés, Anthony Oneal Haye, escribió en 1865”…nos han dicho que habiendo desertado del Temple, se enrolaron bajo
las banderas de Robert Bruce y lucharon a su lado en Bannockburn… La leyenda afirma que después de la decisiva batalla
de Bannockburn Bruce, a
cambio de eminentes servicios, formó con estos templarios un nuevo cuerpo”.
En
tanto que el ya citado Robert Aitken sugiere que “…los
templarios encontraron refugio en las filas del pequeño ejército del
excomulgado rey Robert, cuyo temor a ofender al rey de Francia habría sido
sin dudas superado por su deseo de asegurar el concurso de unos cuantos hombres
de armas capaces como guerreros”.
Más
recientemente Desmond Sewuard afirmaría que
todos los templarios escoceses lograron escapar excepto dos, y que sería muy
posible que encontrasen refugio con las guerrillas de Bruce, señalando que, de hecho, el rey Robert
nunca ratificó de manera legal la disolución del Temple escocés. Podríamos
seguir con una larga lista de historiadores que abonan esta hipótesis.
La
tradición masónica afirma que los templarios hicieron una alianza con Robert
Bruce y constituyeron la caballería de su ejército, actuando como un factor
sorpresa que no había sido previsto por los ingleses. Como hemos visto, esta
teoría parece tener cierto sustento histórico. Sin embargo, nos interesa
indagar hasta qué punto esta fuerza templaria, reunida bajo la
órdenes de Bruce, se perpetuó en Escocia fusionándose con
elementos masónicos o, simplemente, utilizando a la
masonería como cobertura de su existencia.
4.– Von Hund y la
Orden de la Estricta Observancia
Es
en este punto donde, para nuestro trabajo, cobra vital importancia la Orden de la Estricta Observancia Templaria, fundada en el siglo XVIII por el barón Carl-Gottelf von Hund, a instancias de
los francmasones escoceses estuardistas exiliados en
Francia. Podemos afirmar que la supervivencia de las tradiciones templarias en la
francmasonería se deben, en gran parte, a la acción de von Hund, y que lejos de conformar una masonería “de salón” como muchas veces
se nos han querido presentar a la masonería aristocrática de esa época, la
masonería jugó un papel fundamental en los acontecimiento políticos que
sacudieron a Europa.
Los
masones de la
Estricta Observancia no iban por la herencia “espiritual del
Temple” sino por la restauración de sus dominios, sus tierras, sus castillos y
su poder transnacional. Hay numerosas razones para sostener esta afirmación, comenzando por las
Actas de los Conventos celebrados por la Orden .
Al
presentar una alianza entre una orden heredera del Temple y la masonería
escocesa, se ponían en juego, simultáneamente, el complot para
lograr la independencia de Escocia, la presión sobre Roma para lograr el
reconocimiento y restauración de la antigua orden templaria y, como consecuencia, la consolidación
de un nuevo factor de poder político–militar que estuviese por encima de los estados
nacionales.
Como
vemos, aquí se plantean una serie de interrogantes que abordaremos en los
próximos capítulos. El primero de ellos es determinar cómo se infiltraron estas
corrientes templarias en la
francmasonería especulativa que por entonces (primera mitad del siglo XVIII) se
expandía en Europa, pero principalmente en Francia y en Alemania. ¿Cuál era el
objetivo político–militar de los escoceses que alentaban esta tradición?
El
segundo es el conflicto que, casi de inmediato, se plantea con la masonería
inglesa. La puja entre Inglaterra y los masones escoceses por el control de la
orden va más allá de una cuestión institucional. Como hemos dicho, había un
plan que no sólo abarcaba la cuestión de Escocia –siempre en el centro del
complot– sino también a
la conformación de una estructura supranacional que reunificara a las distintas
cristiandades europeas surgidas luego de la Reforma. ¿Cuánto tardaría en reaccionar la Iglesia frente al enemigo
menos esperado?
Resulta
asombroso y a la vez desafiante pensar que toda esta restauración caballeresca
ocurría en pleno Siglo de las Luces y que, mientras los escoceses inflamaban el espíritu medieval
en los corazones de la aristocracia europea, hombres como d`Alembert, Rousseau, Diderot y Voltaire construían el movimiento cultural e
intelectual de la Ilustración cuya finalidad era la de disipar las tinieblas de
la humanidad mediante las luces de la razón.
Autores
como Peter Partner han expresado su
asombro por el rescate del templarismo propiciado por
la francmasonería. Le resulta sorprendente que en plena Ilustración, una asociación
como la masonería, que se jactaba de venir a erradicar del mundo la
superstición, resucitara una estructura obsoleta del catolicismo medieval para
colocarla en el eje de su intelectualidad. Con cierto sarcasmo, no comprende por
qué los masones pretenden transformar a los templarios “...de
su ostensible estatus de monjes-soldados iletrados y fanáticos al de profetas
caballerescos ilustrados y sabios, que habían utilizado su estancia en Tierra
Santa para recuperar los secretos más profundos de Oriente y emanciparse de la
credulidad católica medieval...”
Partner, al igual que muchos masones contemporáneos, no calibra con precisión
los alcances de este intento de restauración, tal vez cometiendo
el error de creer que toda la francmasonería del siglo XVIII se sintiera
representada por la Ilustración. Definitivamente no era así.
¿Cómo
no pensar en el choque inevitable que se produciría entre ambas tendencias? Aún más: mientras que la restauración
caballeresca avanzaba de la mano de los francmasones escoceses y que, por otra parte, los filósofos ya
hablaban del librepensamiento, una tercera fuerza, de carácter extremista y
violento – la Orden de los Illuminati de Weinshaup– sólo pensaba en barrer de la
faz de la tierra a la monarquía y el clero.
Si pretendemos abordar la historia moderna de la francmasonería hay
que buscar el origen de
esta dicotomía entre la Tradición y la Revolución,
la Monarquía y
la República,
la Fe y
la Razón, porque
estas posiciones antagónicas
continúan, en mayor o menor grado, presentes en las logias, tal como ocurría en el siglo XVIII.
(La bibliografía y la versión completa de este ensayo pueden encontrarse en "Masones, Caballeros e Illuminati - El Gran Complot" Eduardo R. Callaey, Ediciones del Arte Real, España 2015).
No hay comentarios:
Publicar un comentario