jueves, 3 de julio de 2008

La Masonería y sus Orígenes Cristianos


Del templo de Salomón
al estado laico
Fragmento de "La Masonería y sus Orígenes Cristianos", Buenos Aires, Editorial Kier, 2006. Reflexiones acerca del mito que enfrenta a la masonería con la religión cristiana siendo que ésta forma parte de su base doctrinal y simbólica

1.- El Mito del Anticlericalismo Masónico


Si existe un rasgo representativo de la acción de la francmasonería en la sociedad a través del tiempo, es su pertinaz, consecuente y decisiva defensa del laicismo. Las múltiples manifestaciones de esta acción constituyen el escenario común, el ámbito natural del esfuerzo social, político y filosófico del masón como individuo y de la francmasonería como institución. Esta particularidad, sumada al espíritu universal que anima su simbolismo y su inclinación por las ideas democráticas le valió, tempranamente, la condena y el hostigamiento de la Iglesia Católica Romana. Decenas de encíclicas, bulas y documentos pastorales atestiguan esta realidad.
Sin embargo, los orígenes de la francmasonería son tan cristianos y católicos como los del Colegio Cardenalicio. La diferencia fundamental que enfrenta a ambas instituciones está en su concepción del poder: De quién proviene, quién lo otorga y quién lo ejerce.
Se ha insistido erróneamente en el carácter anticlerical de la francmasonería en su totalidad; un error que comparten por igual sectores de la Iglesia Católica y algunas obediencias masónicas. Es por ello que, siendo uno de los objetos de este libro el estudio de los orígenes religiosos de la francmasonería, conviene mencionar algunas diferencias existentes entre las distintas obediencias surgidas a partir de la institucionalización de la francmasonería moderna.
Comparto con Alec Mellor que la idea de Orden Masónica es hoy un ideal, y que en todo caso conviene referirse a obediencias masónicas. Mientras que el concepto de Orden refiere a los aspectos simbólico-iniciáticos de la francmasonería y a sus antiguos landmarks, son las obediencias o "potencias masónicas" -y no la Orden- las que actúan en la sociedad y fijan posición en el mundo profano.
Mellor divide a la francmasonería moderna en dos corrientes principales, con puntos de partida en Londres y París respectivamente. La primera no se dirigió en absoluto a la destrucción del cristianismo, ni generó acciones hostiles al clero católico más allá de cierto antipapismo inglés del siglo XVIII. Recordemos la calidad de "pastores" de algunos de los fundadores de la francmasonería británica moderna. En palabras de Mellor, la francmasonería inglesa "desde el punto de vista religioso fue estrictamente neutra..."7
La segunda, en cambio, se afirmó como cristiana. En efecto, la francmasonería francesa estuvo, desde el principio, ligada con el movimiento político católico de los Estuardo, lo cual explica el fuerte contenido cristiano del R. E. A. y A., aun más evidente en el Régimen Escocés Rectificado. Oswald Wirth -una autoridad masónica directamente vinculada con la Gran Logia de Francia- va más lejos cuando afirma que no solo "...la masonería francesa del siglo XVIII no era de ninguna manera hostil al catolicismo ni discutía ninguna cuestión de dogma dejando a cada cual sus creencias..." sino que "...Todo sacerdote era considerado sagrado, cuya ordenación correspondía según las ideas de la época, a la suprema iniciación..." y agrega: "En estas condiciones más de un eclesiástico reunió en sí las dignidades de la Iglesia con aquellas de la Masonería, y se encontraba esto muy natural..."8 Pero de esta segunda corriente se separaron a partir del siglo XIX las potencias irregulares cuyo ejemplo y liderazgo sigue siendo el del Gran Oriente de Francia. Su posición ha sido históricamente anticlerical.
Esto ha provocado que la causa del laicismo se haya confundido con la causa del anticlericalismo, que es algo muy distinto dentro del proceso de secularización que Occidente desarrolla desde el siglo XIII.
Por sus orígenes, por su historia y por la naturaleza de sus símbolos, la francmasonería forma parte de las raíces mismas de aquello que se denominó "cristiandad" sea definida ésta como "Sacrum Romanum Imperium Germanicum", "Europa", "Occidente", "Civilización Occidental" o "Democracias" según las épocas. Sabiamente define Raimon Panikkar que "La historia del mundo moderno es todavía la continuación de una historia europea y cristiana..." 9
Sin embargo, los vientos anticlericales del siglo XIX renegaron de este origen e inventaron una fábula asombrosa: el "arte gótico", creación sublime de los arquitectos laicos, era el opuesto antagónico del "arte románico" llevado a cabo por los monjes benedictinos. Por supuesto que a estos últimos se les atribuía el carácter conservador, oscuro, recoleto y opresivo del románico mientras que a los primeros se les reservaba el distintivo revolucionario, luminoso y liberal del estilo ojival. De este modo, las corporaciones laicas venían a iluminar los oscuros muros de las iglesias benedictinas y a conducir al mundo cristiano a la luz de un arte secular.
Paul Naudon, cita las palabras de Anthyme Saint Paul, que solía quejarse amargamente de este dislate: "...Nunca se insistirá demasiado en la inexactitud de esta leyenda que, sin embargo es admitida corrientemente por ciertos francmasones, que ven en los constructores de catedrales góticas, los precursores del libre pensamiento y el anticlericalismo..." 10
Al esbozarse estas teorías reñidas con la investigación científica de la historia, estos sectores anticlericales resultaron funcionales a las sempiternas condenas de la Iglesia, y contribuyeron a sembrar una gran confusión en torno a los objetivos del laicismo, incrementando las consecuentes crisis entre la Iglesia y la Masonería. El espíritu laico de las corporaciones medievales y el anticlericalismo de ciertas potencias masónicas del siglo XIX carecen de elementos en común. Aquéllas se encontraban inmersas en los abstrusos pliegues del pensamiento político medieval, éstas respiraban en la pesada atmósfera de la Europa preconciliar.

2. La Cruz y la Espada

El escenario en el que vamos a introducirnos en los próximos capítulos es, justamente, el del medioevo. Más precisamente en los siglos que arrancan con el triunfo espiritual y político del cristianismo y culminan con el desarrollo de las comunas, las corporaciones de oficios, las ligas mercantiles, las guildas... en síntesis: la irrupción del mundo secular. Los personajes, en su mayoría monjes de la Orden de San Benito, son ilustres desconocidos para la mayoría de los masones, aunque sorprenderá que algunos de ellos son mencionados en enciclopedias masónicas o tangencialmente citados en textos de cierto rigor académico. Muchos de ellos fueron grandes intelectuales y, a la vez, grandes constructores. Levantaron los muros de sus abadías, pero también edificaron el pensamiento político de su tiempo.
La sociedad que se desarrolló en Europa en ese período (siglos V al XII), debió adaptar las estructuras políticas y sociales de la antigua Roma, recrear los rudimentos de la administración pública y establecer sus propias concepciones de gobierno. Se trataba nada menos que de construir una sociedad cristiana, gobernada por cristianos para cristianos, en la que la premisa de Cicerón "garantizar la vida dichosa de los ciudadanos" -beata civium vita- no era suficiente. Era necesario establecer las leyes de una sociedad en la que los ciudadanos pudiesen realizar su dimensión espiritual, la experiencia religiosa en el sentido más profundo: el de re-ligare, unirse a Dios y establecer su ideal en la tierra.
En esa búsqueda, la sociedad medieval alcanza a vislumbrar su sentido -y la certeza de su derrotero- en las palabras de Agustín de Hipona: "El Cristo Dios es la Patria a donde vamos... El Cristo hombre es la vía por la que vamos..." -Deus Christus Patria est quo imus; Homo Christus via est qua imus-. Panikkar lo resume: El Cristo-Dios es la civitas Dei; el Cristo-Hombre es la civitas hominum. En este esquema, dividir lo espiritual de lo temporal es dividir a Cristo. La historia de Europa es la historia de esta división.
La coronación de Carlomagno es el apogeo de la visión de San Agustín. Sin embargo, el emperador y el papa presienten la existencia de un conflicto que se desarrollará en los siglos siguientes, cuyo origen hay que buscarlo en el antagonismo de dos concepciones de gobierno que colisionarán fatalmente. Walter Ullmann, en su tratado sobre el pensamiento político medieval11, denomina a estas dos concepciones como: "Teoría ascendente" (o Teoría popular de gobierno) y "Teoría descendente" (o Teoría teocrática de gobierno).
La primera -más antigua desde el punto de vista cronológico- se denomina ascendente porque su principal característica consiste en que el poder se origina en el pueblo, en la misma comunidad. Esta era la forma de gobierno de las tribus bárbaras, cuyos jefes eran electos en asambleas populares que delegaban en él los poderes de conducción. Esta delegación implicaba que dicho mandato podía ser revocado y, en consecuencia, depuesto el jefe elegido. Los electores podían "resistir" las órdenes del gobernante en la medida que éste no cumpliese -o se excediese- en los poderes delegados.
"...Metafóricamente hablando -dice Ullmann- el poder ascendía desde la amplia base de la pirámide social hasta su vértice ocupado por el rey o el duque..."12 Me he referido anteriormente a estas asambleas y a estos tribunales, señalándolos como aportes fundamentales de la época bárbara a la construcción de la democracia y las ideas de progreso en el medioevo. 13
En contraposición a esta teoría ascendente se desarrolló una teoría descendente del poder, originada en el campo cristiano latino-romano. El eje de la misma era que el poder pertenecía a un ser supremo, Dios, y que de él descendía sobre quien lo representaba ante el pueblo. Este "Sumo Pontífice" e intérprete inapelable de la voluntad divina sólo respondía a Dios, y en nada debía rendir cuentas a la asamblea del pueblo.
Hacia el siglo V, San Agustín había expresado que Dios daba sus leyes a la humanidad a través de los reyes; pero esta afirmación tenía antecedentes en el mundo de los apóstoles. Ya San Pablo había dicho que el poder descendía de Dios. De hecho, la monarquía papal había establecido su derecho al pontificado en las ideas de San Pablo y en un fragmento del Evangelio de San Mateo: "Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos..."14 En este caso la pirámide metafórica de Ullmann tenía la totalidad del poder concentrada en el vértice.
Este derecho divino de los Estados Pontificios fue defendido por el catolicismo romano hasta el siglo XIX; y hasta el Concilio Vaticano II la Iglesia se seguía definiendo como "Sociedad Perfecta", y el "modelo para cualquier otra sociedad"15. Desde sus orígenes corporativos, la francmasonería adhirió y luchó por el triunfo de la teoría ascendente, sin por ello dejar de ser cristiana. Las corporaciones laicas, los gremios, las guildas y las ligas mercantiles -asociadas con el impulso renovado de la economía urbana y la organización comunal-16 mantenían una aguda controversia con la autoridad clerical en la que se discutía acerca de quién debía ejercer la autoridad política. Se pretendía definir los principios esenciales de soberanía, autoridad y poder, lo cual no debe ser analizado desde nuestra perspectiva, sino en el marco y el contexto histórico correspondiente.
En el momento en que se produce la aparición de las corporaciones laicas -siglo XII- constituidas en logias operativas, aun no existe el concepto de "Estado". La idea de la plena autonomía del Estado y el ciudadano, del pueblo como legislador soberano, recién aparecerá en el siglo XIV merced a Marcilio de Padua. Existe la Iglesia, constituida por dos estamentos: el clero y los laicos, "...representados por el papa y el rey, y organizados como clerecía (sacerdotium) y reino (regnum)..."17 Ullmann sostiene que "...Por más que se repita con frecuencia que existía una situación conflictiva entre la Iglesia y el Estado en la Edad Media, esta aseveración carece por ahora de sentido histórico. Lo que sí existía era una situación de conflicto entre el sacerdotium y el regnum, pero este conflicto se daba dentro de un único y mismo conjunto, dentro de una única y misma sociedad de cristianos, y no entre dos cuerpos autónomos e independientes, la Iglesia y el Estado..."18
La autoridad (devenida de la fe y simbolizada con la cruz) y el poder (ejercido por la fuerza militar y simbolizado con la espada), constituyen las dos herramientas que mantienen la unidad del Imperio y el tenso equilibrio entre laicos y clérigos. Y si uno de los campos embate contra el otro -como naturalmente ocurre con frecuencia- ninguno de los contendientes podría imaginar siquiera que se encuentra por ello fuera o en contra de la Iglesia, puesto que en la concepción medieval las fuerzas seculares son también esa misma Iglesia.
En el siglo VIII los papas avanzaron temerariamente en la aplicación de sus principios políticos de soberanía y autoridad. Para ello hicieron uso de un documento apócrifo conocido como "La Donación de Constantino". "...Según la Donación -describe Ullmann- Constantino deseando otorgar a la Iglesia romana el poder, la gloria, la fuerza y los honores imperiales, traspasó al papa todas sus insignias y símbolos imperiales -la lanza, el cetro, el orbe, los estandartes imperiales, el manto de púrpura, el palio imperial, la túnica de púrpura, etc.- que pasaron a ser propiedad del papa. Es más, en señal de humildad, Constantino desempeñó la función de strator, es decir, guió un trecho el caballo del papa. Más aún, el papa recibió el palacio imperial como residencia, así como toda la ciudad de Roma. Finalmente, Constantino quiso colocar la corona imperial sobre la cabeza del papa, pero éste -y esto resulta muy significativo- rehusó llevar la diadema imperial..."19
Este documento -en el cual el obispo de Roma es mencionado por primera vez como "Vicario de Cristo"- permitió al papa Esteban II ungir a Pipino y nombrarlo "Patricio Romano", y a León III coronar a Carlomagno en la nochebuena del año 800, creando así "un emperador de los romanos" que recibía "desde lo alto" -y en préstamo, como Constantino- la corona por parte del papa.
Carlomagno no aspiraba a gobernar el orbe; creía que su papel era el de Rector de Europa, máximo gobernante de los cristianos latinos. El papado, en cambio, quería demostrar su supremacía sobre la Iglesia Oriental y establecer que el único imperio era el romano de Occidente. Esta pretensión traería dolorosas consecuencias. A su vez, los esfuerzos por imponer el principio político de la autoridad papal sobre la imperial devendrían en un conflicto cuyas consecuencias fueron nefastas para la unidad europea.

7. Mellor, Alec, "La desconocida Franc-Masonería cristiana" (Barcelona; Ed. AHR) p. 17 y ss.
8. Wirth, Oswald, "El Libro del Aprendiz Masón" (Santiago de Chile) p. 65.
9. Panikkar, Raimon; "El espíritu de la política" (Barcelona, Ediciones Península, 1999) p.90.
10. Naudon, Paul, "Les origines religieuses et corporatives de la Franc-Maçonnerie" (París, Devry Livres,
1979) p. 53.
11. Ullmann, Walter, "Historia del Pensamiento Político en la Edad Media" (Barcelona, Ariel, 1999).
12. Ullmann. Ob cit. p. 14 y ss.
13. Callaey, Eduardo; "Monjes y Canteros" (Buenos Aires, Dunken, 2001) p.45-54.
14. Mateo, XVI 18,19.
15. Panikkar, Ob. cit. p. 86.
16. Callaey, Ob.cit. capítulo "Progreso y masonería en la construcción de Europa"
17. Ullman p. 18,19.
18. Ibid.
19. Ob cit. p. 59.

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