Editorial Kier ha anunciado la edición de un nuevo libro de Jorge Sanguinetti en su colección Masonería Siglo XXI que tengo el gusto de dirigir. "Espiritualidad del Compañero Masón" es el título de esta nueva obra cuyo Prólogo el autor tuviera la gentileza de encomendarme y que expongo a continuación a fin de adentrar al lector en el contenido del libro.
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“...Según Ricardo de San Víctor, hay tres ojos:el oculus carnis, el oculus rationis y el oculus fidei.El llamado tercer ojo es el órgano de la facultadque nos distingue de los demás seres vivos,permitiéndonos el acceso a una dimensión de la realidad que trasciende,sin negar lo que captan la inteligencia y los sentidos...”
Una vez más, me encuentro ante el honor y el vértigo de prologar una obra del maestro Jorge E. Sanguinetti. Todo aquél que ha tenido la suerte de trabajar con hombres que sobresalen en sus conocimientos entenderá que resulta difícil escribir acerca de la obra de quien se admira. No se trata en este caso de una mera admiración intelectual, ni la pasión espiritual que nos ha unido en la medida en que, juntos –pero bajo su notable guía- empeñamos ingentes esfuerzos en traducir a los Padres y Doctores de la Iglesia que, en la pretendida edad “tenebrosa” del medioevo, sentaron las bases de la alegoría masónica. Y digo alegoría por ser un término más adecuado al actualmente utilizado simbolismo.
Se trata, en todo caso, de la admiración que nace de la permanencia. Recuerdo que en el transcurso de los años por la vía iniciática, me reencontré con un viejo condiscípulo, ya radicado en Andalucía, con el cual intentábamos definir qué virtud destaca al maestro verdadero. En tal memorable conversación con mi viejo amigo coincidimos en que aquello que nos sobrecogía era la virtud de la permanencia. En efecto, los maestros no sólo son el cúmulo de su experiencia y de su capacidad pedagógica. Son el resultado de una voluntad sobresaliente que los lleva a superar la noche oscura del alma, a sobreponerse al desasosiego y la duda, a permanecer firmes en medio de la tormenta y a mantener conciente el objetivo de reintegrarse, en el fin de los tiempos, al hombre original que alguna vez fuimos, antes de la Caída.
Una vez más, me encuentro ante el honor y el vértigo de prologar una obra del maestro Jorge E. Sanguinetti. Todo aquél que ha tenido la suerte de trabajar con hombres que sobresalen en sus conocimientos entenderá que resulta difícil escribir acerca de la obra de quien se admira. No se trata en este caso de una mera admiración intelectual, ni la pasión espiritual que nos ha unido en la medida en que, juntos –pero bajo su notable guía- empeñamos ingentes esfuerzos en traducir a los Padres y Doctores de la Iglesia que, en la pretendida edad “tenebrosa” del medioevo, sentaron las bases de la alegoría masónica. Y digo alegoría por ser un término más adecuado al actualmente utilizado simbolismo.
Se trata, en todo caso, de la admiración que nace de la permanencia. Recuerdo que en el transcurso de los años por la vía iniciática, me reencontré con un viejo condiscípulo, ya radicado en Andalucía, con el cual intentábamos definir qué virtud destaca al maestro verdadero. En tal memorable conversación con mi viejo amigo coincidimos en que aquello que nos sobrecogía era la virtud de la permanencia. En efecto, los maestros no sólo son el cúmulo de su experiencia y de su capacidad pedagógica. Son el resultado de una voluntad sobresaliente que los lleva a superar la noche oscura del alma, a sobreponerse al desasosiego y la duda, a permanecer firmes en medio de la tormenta y a mantener conciente el objetivo de reintegrarse, en el fin de los tiempos, al hombre original que alguna vez fuimos, antes de la Caída.
Pero es necesario presentar al autor, y hacerlo destacando los momentos fundamentales de su vida, aquella que lo llevara a reunir los conocimientos que hoy nos expone:
JORGE ERNESTO SANGUINETTI nació en Buenos Aires el 17 de octubre de 1928. Recibido bachiller en el Nacional Buenos Aires, ingresa en 1948 en la Orden Dominicana donde pasa el noviciado y cursa filosofía en su universidad hasta obtener el grado de Bachiller. Becado a España y luego a Italia cursa teología en el Pontificio Ateneo Angélico de Roma donde egresa como Licenciado en Teología cum laude. Se familiariza allí con el latín, el griego y el hebreo.
Regresa a la Argentina en 1956 encargándose de tareas educativas de teología y de griego clásico en Buenos Aires, Córdoba y Tucumán, ciudad esta última donde colabora en la formación de laboratorios, y se hace cargo de la cátedra de Historia de Oriente Próximo.
Agotado en 1961 su período religioso, logra transferir la capacidad lógica de sus estudios de filosofía a la ciencia de computación, ingresando a la empresa IBM donde cursa y obtiene el grado de Analista de Sistemas. Luego de desempeñarse varios años como tal, emigra a Canadá y luego a Brasil donde culmina su carrera en cargos directivos de sistemas.
Es en Brasil donde retoma su vida espiritual desde un nuevo ángulo y se contacta con círculos rosacrucianos. Dedica otros varios años al estudio sistemático de los filósofos presocráticos y las obras de Hermes Trismegisto, las cuales traduce del original y propone luego en su portal de Internet. Completa sus estudios con lecturas de Alquimia y las obras de Eliphas Levi, Pico de la Mirándola, Agripa, y Marcilio Ficino entre otros.
En 1980 ingresa a la Masonería Argentina donde ejerce varias veces la presidencia en su Logia y otros cargos en los grados del denominado Escocismo. Se destaca por sus estudios del simbolismo y espiritualidad masónica y dedica su tiempo a la difusión de los mismos. Se convierte en colaborador permanente de la revista Símbolo de la Gran Logia de la Argentina para los artículos de simbolismo y espiritualidad.
En los últimos años ha dedicado lo mejor de su tiempo a la traducción de las obras de Dante Alighieri, especialmente “La Vita Nuova” y “La Divina Comedia”, obras que traducidas y comentadas por él publica en su portal de la Web. En ambas obras ha redescubierto el camino iniciático que el Poeta propone en las tres etapas de la Comedia.
A su libro “Espiritualidad y Masonería”, dedicado al simbolismo del grado de aprendiz masón le continúa ahora, casi como una consecuencia natural y esperada, esta nueva obra dedicada a la espiritualidad del grado de compañero masón, vista desde la perspectiva del denominado Rito Escocés Antiguo y Aceptado.
Sabemos que la iniciación a la que es sometido el profano que golpea las puertas del Templo es apenas el inicio de un complejo sistema de etapas en las cuales el iniciado va completando su tarea de reunir los elementos que –si es sincero en su esfuerzo, prudente en su ascenso y hábil en el uso de las herramientas- le permitirán alcanzar la virtud y unir lo disperso, combinando, tal como describe la célebre “Tabla de Esmeralda”, aquello que está arriba con lo que está abajo.
No caeremos en el común de repetir la vieja falacia acerca de que el grado de compañero no es habitualmente estudiado como corresponde, ni haremos comparaciones ociosas entre las ceremonias del primero y del segundo grado. Quien no estudia la doctrina de la masonería no lo hará ni en un caso ni en el otro. No se trata de rituales más o menos interesantes, sino de una unidad aprehendida en etapas en las que en cada escalón se comprende al anterior. En consecuencia, quien no ha aprendido la doctrina del grado de compañero, tampoco lo ha hecho con la del aprendiz, pues sólo cuando se supera una etapa y se la observa desde una perspectiva superior se la ve en su real dimensión.
En el grado de compañero el iniciado se acerca a esa estrella fulgurante que posee en su centro la letra G. Es por ende el momento en que da un paso trascendente en su camino hacia Dios, el Gran Geómetra del Universo. Podremos buscarle otra infinidad de interpretaciones a esa G: gnosis, geometría, etc. Pero su significado está vinculado de manera precisa al del nombre de Dios.
La Masonería no es una religión. Sin embargo, todos sus símbolos provienen de la tradición cristiana y, por asimilación incuestionable, de la judía. Proclama la existencia de un Orden Superior al que denomina Gran Arquitecto del Universo y sus orígenes permanecen indisolublemente ligados al cristianismo medieval, a los modelos religiosos de la Biblia y al lugar más santo para los judíos y los cristianos: Jerusalén, asiento del Templo de Salomón y del Santo Sepulcro.
No posee un dogma, sin embargo, hasta mediados del siglo XIX no fue posible la existencia de obediencias masónicas que permitiesen oficialmente la pertenencia de ateos. Hoy la francmasonería es presa de una intensa confusión en torno a esta cuestión, al punto que muchas obediencias masónicas admiten ateos y se vuelven cada vez más laxas en torno al uso del Volumen de la Ley Sagrada y la creencia en la trascendencia del Alma.
Que la francmasonería no posea un dogma no implica que no posea una doctrina. Los antiguos documentos liminares hablan de su vocación cristiana, de sus Santos Patronos y del carácter trinitario de esta doctrina. Jean-Françoise Var –figura prominente del Régimen Escocés Rectificado- destaca el hecho de que muchos buenos hermanos se ofuscan cuando oyen mencionar la existencia de una doctrina en la masonería, circunstancia que atribuye a una confusión respecto de la diferencia entre esta y el dogma. Dice el H. Var:
“La palabra doctrina está en relación etimológica con el verbo doceo “enseñar”. La doctrina es lo que es enseñado por un doctor, un maestro, un profesor, a aquella persona que, gracias a ello, se va a convertir en doctus, instruido, en sabio. Ahora bien, ¿cómo actúa la Masonería? Es evidente que por vía de la iniciación, pero al mismo tiempo por vía de la enseñanza. Toda la Masonería está integrada de enseñanzas…”
Para Raimon Panikkar, el autor de nuestro acápite, el símbolo no es ni meramente objetivo (no es la imagen) ni puramente subjetivo (no es nuestra vista de ella). La conciencia simbólica no es conceptual, no es obra de la mente. Se nos abre en la experiencia, en el toque directo en el que la dicotomía objeto-sujeto no existe, y del que somos concientes.
Desde la aparición de las corrientes masónicas racionalistas materialistas, la idea del Gran Arquitecto del Universo se vio interpretada de las más diversas formas, negándose en algunos casos que se tratase de Dios; sin embargo la francmasonería es una institución antigua; tan antigua como el arte arquitectónico que dio nacimiento a todas las construcciones sagradas del mundo antiguo. Es por ello que su simbolismo se basa en las herramientas que utilizaron los antiguos constructores que erigieron, en todo el orbe, los templos consagrados a sus dioses. Por lo tanto, su trabajo tiene un carácter peculiar; sin ser sagrado se mantiene en el ámbito de lo consagrado. Sin ser religioso participa de una dimensión universal que alcanza –y sostiene- la concepción de Creador, Dios, el Gran Arquitecto del Universo.
Para Panikkar, el icono es realmente icono cuando se ha vuelto transparente y deja entrever, no lo que está detrás ni tampoco lo que se encuentra contenido en su interior, sino cuando se descubre como símbolo que envuelve a quien lo contempla. “...Uno de estos iconos, desde tiempos inmemoriales, se ha llamado Dios...” Es por ello que la experiencia de Dios forma parte del trabajo masónico.
Se pregunta Sanguinetti “¿Qué hay de extraordinario que hablemos de una Deidad que a la manera que se entienda sea la Razón del Universo? La Masonería no se agotará jamás de repetir el nombre del Gran Arquitecto, y en nuestro caso, del Gran Geómetra del Universo en cada uno de los momentos cruciales de apertura y de cierre de nuestros rituales a fin de que alguna vez la Geometría se apropie de nosotros, y sin temor ni redundancia logremos percibir, porque no se trata de creer ni de aceptar sino de comprender, que hay un Ojo que todo lo ve, del cual no nos dice ni el nombre ni lo que es ni cómo obra, sino que lo deja en nuestra conciencia, la cual conciencia también todo lo ve, puesto que no somos sino un reflejo auténtico de esa Luz que esta presente en todas partes y nos inunda, ya que somos inteligencias particulares de una Inteligencia omnipresente y que, a veces sin que sepamos cómo, nos lleva y gobierna en los avatares de los encuentros y las sorpresas…”
JORGE ERNESTO SANGUINETTI nació en Buenos Aires el 17 de octubre de 1928. Recibido bachiller en el Nacional Buenos Aires, ingresa en 1948 en la Orden Dominicana donde pasa el noviciado y cursa filosofía en su universidad hasta obtener el grado de Bachiller. Becado a España y luego a Italia cursa teología en el Pontificio Ateneo Angélico de Roma donde egresa como Licenciado en Teología cum laude. Se familiariza allí con el latín, el griego y el hebreo.
Regresa a la Argentina en 1956 encargándose de tareas educativas de teología y de griego clásico en Buenos Aires, Córdoba y Tucumán, ciudad esta última donde colabora en la formación de laboratorios, y se hace cargo de la cátedra de Historia de Oriente Próximo.
Agotado en 1961 su período religioso, logra transferir la capacidad lógica de sus estudios de filosofía a la ciencia de computación, ingresando a la empresa IBM donde cursa y obtiene el grado de Analista de Sistemas. Luego de desempeñarse varios años como tal, emigra a Canadá y luego a Brasil donde culmina su carrera en cargos directivos de sistemas.
Es en Brasil donde retoma su vida espiritual desde un nuevo ángulo y se contacta con círculos rosacrucianos. Dedica otros varios años al estudio sistemático de los filósofos presocráticos y las obras de Hermes Trismegisto, las cuales traduce del original y propone luego en su portal de Internet. Completa sus estudios con lecturas de Alquimia y las obras de Eliphas Levi, Pico de la Mirándola, Agripa, y Marcilio Ficino entre otros.
En 1980 ingresa a la Masonería Argentina donde ejerce varias veces la presidencia en su Logia y otros cargos en los grados del denominado Escocismo. Se destaca por sus estudios del simbolismo y espiritualidad masónica y dedica su tiempo a la difusión de los mismos. Se convierte en colaborador permanente de la revista Símbolo de la Gran Logia de la Argentina para los artículos de simbolismo y espiritualidad.
En los últimos años ha dedicado lo mejor de su tiempo a la traducción de las obras de Dante Alighieri, especialmente “La Vita Nuova” y “La Divina Comedia”, obras que traducidas y comentadas por él publica en su portal de la Web. En ambas obras ha redescubierto el camino iniciático que el Poeta propone en las tres etapas de la Comedia.
A su libro “Espiritualidad y Masonería”, dedicado al simbolismo del grado de aprendiz masón le continúa ahora, casi como una consecuencia natural y esperada, esta nueva obra dedicada a la espiritualidad del grado de compañero masón, vista desde la perspectiva del denominado Rito Escocés Antiguo y Aceptado.
Sabemos que la iniciación a la que es sometido el profano que golpea las puertas del Templo es apenas el inicio de un complejo sistema de etapas en las cuales el iniciado va completando su tarea de reunir los elementos que –si es sincero en su esfuerzo, prudente en su ascenso y hábil en el uso de las herramientas- le permitirán alcanzar la virtud y unir lo disperso, combinando, tal como describe la célebre “Tabla de Esmeralda”, aquello que está arriba con lo que está abajo.
No caeremos en el común de repetir la vieja falacia acerca de que el grado de compañero no es habitualmente estudiado como corresponde, ni haremos comparaciones ociosas entre las ceremonias del primero y del segundo grado. Quien no estudia la doctrina de la masonería no lo hará ni en un caso ni en el otro. No se trata de rituales más o menos interesantes, sino de una unidad aprehendida en etapas en las que en cada escalón se comprende al anterior. En consecuencia, quien no ha aprendido la doctrina del grado de compañero, tampoco lo ha hecho con la del aprendiz, pues sólo cuando se supera una etapa y se la observa desde una perspectiva superior se la ve en su real dimensión.
En el grado de compañero el iniciado se acerca a esa estrella fulgurante que posee en su centro la letra G. Es por ende el momento en que da un paso trascendente en su camino hacia Dios, el Gran Geómetra del Universo. Podremos buscarle otra infinidad de interpretaciones a esa G: gnosis, geometría, etc. Pero su significado está vinculado de manera precisa al del nombre de Dios.
La Masonería no es una religión. Sin embargo, todos sus símbolos provienen de la tradición cristiana y, por asimilación incuestionable, de la judía. Proclama la existencia de un Orden Superior al que denomina Gran Arquitecto del Universo y sus orígenes permanecen indisolublemente ligados al cristianismo medieval, a los modelos religiosos de la Biblia y al lugar más santo para los judíos y los cristianos: Jerusalén, asiento del Templo de Salomón y del Santo Sepulcro.
No posee un dogma, sin embargo, hasta mediados del siglo XIX no fue posible la existencia de obediencias masónicas que permitiesen oficialmente la pertenencia de ateos. Hoy la francmasonería es presa de una intensa confusión en torno a esta cuestión, al punto que muchas obediencias masónicas admiten ateos y se vuelven cada vez más laxas en torno al uso del Volumen de la Ley Sagrada y la creencia en la trascendencia del Alma.
Que la francmasonería no posea un dogma no implica que no posea una doctrina. Los antiguos documentos liminares hablan de su vocación cristiana, de sus Santos Patronos y del carácter trinitario de esta doctrina. Jean-Françoise Var –figura prominente del Régimen Escocés Rectificado- destaca el hecho de que muchos buenos hermanos se ofuscan cuando oyen mencionar la existencia de una doctrina en la masonería, circunstancia que atribuye a una confusión respecto de la diferencia entre esta y el dogma. Dice el H. Var:
“La palabra doctrina está en relación etimológica con el verbo doceo “enseñar”. La doctrina es lo que es enseñado por un doctor, un maestro, un profesor, a aquella persona que, gracias a ello, se va a convertir en doctus, instruido, en sabio. Ahora bien, ¿cómo actúa la Masonería? Es evidente que por vía de la iniciación, pero al mismo tiempo por vía de la enseñanza. Toda la Masonería está integrada de enseñanzas…”
Para Raimon Panikkar, el autor de nuestro acápite, el símbolo no es ni meramente objetivo (no es la imagen) ni puramente subjetivo (no es nuestra vista de ella). La conciencia simbólica no es conceptual, no es obra de la mente. Se nos abre en la experiencia, en el toque directo en el que la dicotomía objeto-sujeto no existe, y del que somos concientes.
Desde la aparición de las corrientes masónicas racionalistas materialistas, la idea del Gran Arquitecto del Universo se vio interpretada de las más diversas formas, negándose en algunos casos que se tratase de Dios; sin embargo la francmasonería es una institución antigua; tan antigua como el arte arquitectónico que dio nacimiento a todas las construcciones sagradas del mundo antiguo. Es por ello que su simbolismo se basa en las herramientas que utilizaron los antiguos constructores que erigieron, en todo el orbe, los templos consagrados a sus dioses. Por lo tanto, su trabajo tiene un carácter peculiar; sin ser sagrado se mantiene en el ámbito de lo consagrado. Sin ser religioso participa de una dimensión universal que alcanza –y sostiene- la concepción de Creador, Dios, el Gran Arquitecto del Universo.
Para Panikkar, el icono es realmente icono cuando se ha vuelto transparente y deja entrever, no lo que está detrás ni tampoco lo que se encuentra contenido en su interior, sino cuando se descubre como símbolo que envuelve a quien lo contempla. “...Uno de estos iconos, desde tiempos inmemoriales, se ha llamado Dios...” Es por ello que la experiencia de Dios forma parte del trabajo masónico.
Se pregunta Sanguinetti “¿Qué hay de extraordinario que hablemos de una Deidad que a la manera que se entienda sea la Razón del Universo? La Masonería no se agotará jamás de repetir el nombre del Gran Arquitecto, y en nuestro caso, del Gran Geómetra del Universo en cada uno de los momentos cruciales de apertura y de cierre de nuestros rituales a fin de que alguna vez la Geometría se apropie de nosotros, y sin temor ni redundancia logremos percibir, porque no se trata de creer ni de aceptar sino de comprender, que hay un Ojo que todo lo ve, del cual no nos dice ni el nombre ni lo que es ni cómo obra, sino que lo deja en nuestra conciencia, la cual conciencia también todo lo ve, puesto que no somos sino un reflejo auténtico de esa Luz que esta presente en todas partes y nos inunda, ya que somos inteligencias particulares de una Inteligencia omnipresente y que, a veces sin que sepamos cómo, nos lleva y gobierna en los avatares de los encuentros y las sorpresas…”
En síntesis, Sanguinetti aborda los grandes misterios que componen uno de los grados más intensos del esquema masónico según el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, que, pese a sus contradicciones y múltiples – y a veces caprichosas- interpretaciones, conserva todavía.
Quienes practican este rito encontrarán una inmensa cantidad de elementos para la reflexión profunda mientras que, para todos los masones, sea cual fuere su filiación o pertenencia “Espiritualidad del Compañero” será una guía firme y precisa en tiempos en los que es necesario salir de la confusión, de la Babel fatal en la que se ha sumido nuestra Orden.
Tal vez, como dice nuestro autor:
“…Será que habrá que volver a considerar ese tiempo que nos lleva al Oriente Eterno sin prisa y sin pausa, seres individuales embravecidos en la persistencia de ser eternamente cuando no lo somos, elementos indispensables y sólidos de una Historia que constituimos y a la que nos debemos, y que al mismo tiempo somos como aquella Mariposa, como los griegos llamaban al Alma, brillantemente extraordinaria en sus destellos de luz y tan frágil que un solo arrebato puede destruir…”
“…Será que las grandezas y miserias a las que nos lleva la existencia, los éxitos y los fracasos, la felicidad y las pérdidas, no desgasten una seguridad que no tenemos y que tan fácilmente cambia; será que en las Noches de nuestras angustias, como escribía el músico masónico finlandés Jean Sibelius: Aquel que jamás ha mezclado su pan con lágrimas, despierto en noches de pena, sin conocer el descanso, ni la esperanza, ni el solaz, no te conoce, oh Luz del cielo…”
Eduardo R. Callaey
Quienes practican este rito encontrarán una inmensa cantidad de elementos para la reflexión profunda mientras que, para todos los masones, sea cual fuere su filiación o pertenencia “Espiritualidad del Compañero” será una guía firme y precisa en tiempos en los que es necesario salir de la confusión, de la Babel fatal en la que se ha sumido nuestra Orden.
Tal vez, como dice nuestro autor:
“…Será que habrá que volver a considerar ese tiempo que nos lleva al Oriente Eterno sin prisa y sin pausa, seres individuales embravecidos en la persistencia de ser eternamente cuando no lo somos, elementos indispensables y sólidos de una Historia que constituimos y a la que nos debemos, y que al mismo tiempo somos como aquella Mariposa, como los griegos llamaban al Alma, brillantemente extraordinaria en sus destellos de luz y tan frágil que un solo arrebato puede destruir…”
“…Será que las grandezas y miserias a las que nos lleva la existencia, los éxitos y los fracasos, la felicidad y las pérdidas, no desgasten una seguridad que no tenemos y que tan fácilmente cambia; será que en las Noches de nuestras angustias, como escribía el músico masónico finlandés Jean Sibelius: Aquel que jamás ha mezclado su pan con lágrimas, despierto en noches de pena, sin conocer el descanso, ni la esperanza, ni el solaz, no te conoce, oh Luz del cielo…”
Eduardo R. Callaey
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