Hace apenas unos días, el M.·.R.·.H.·. Jean Francóis Var prublicó en su blog "Un Orthodoxe d`Occident" un artículo que creímos muy oportuno publicar en Temas de Masonería. Su título es sugestivo y de enorme actualidad, pues plantea que la laicidad representa una faceta importante de la modernidad, pero que se sitúa dentro de las enseñanzas de Jesucristo. Creemos que su lectura será de gran provecho, en particular para aquellos Hermanos "fervorosamente laicos" que abundan hoy en el Universo Masónico. En cuanto a los masones cristianos, no dudo de que la lectura de nuestro Bienamado Hermano Jean François resultará, una vez más, estimulante. Agradecemos al M.·.R.·.H.·. Ramón Martí Blanco, Gran Maestro del GPDH, la traducción al español.
Jean François Var
La laicidad está inscrita en el
cristianismo
Traducción: Ramón Martí Blanco
El texto publicado más abajo atrajo en su momento mi
atención por su aspecto en apariencia paradójico y en realidad portador de
verdades, publicándolo en mi página de Facebook. Uno de mis amigos Galahad, lo
ha publicado en su blog http://www.relianceuniverselle.com
lo que me ha dado la idea de seguir su ejemplo, ya que lo que formula merece
ser difundido lo más ampliamente posible.
Galahad, lo presenta de la siguiente manera:
He aquí un texto que circula en internet
desde hace algunos meses y al que me adhiero totalmente. Está escrito por un
ortodoxo quebequés que aporta su reflexión en un debate que agitó el mundo
intelectual y político del Quebec: ¿Hay que quitar el crucifijo de la Asamblea
Nacional?
A consecuencia de este debate, el autor explica aquí
el por qué y el cómo, Cristo se encuentra realmente en el origen de la laicidad
y como sin ésta última un verdadero cristianismo no es posible. ¡Resulta
brillante! Pero, atención, que se habla aquí de verdadera laicidad, a saber, la
separación de las esferas espirituales y temporales, y no de un fundamentalismo
ateo disfrazado o de un militantismo anticristiano como sucede a menudo en
Bélgica o Francia.
El Crucifijo en la Asamblea nacional, o
como la laicidad está inscrita en el cristianismo.
Por Helios de Alexandría
El debate sobre la laicidad y el Crucifijo en la
Asamblea nacional del Quebec se ha reavivado en la campaña electoral, como
consecuencia de las declaraciones de Djemila Benhabib y su posición personal al
respecto.
Para ella, la laicidad institucionalizada no puede
en pura lógica admitir una simbolismo religioso en el salón azul, allí donde
los representantes del pueblo quebequés debaten sobre diversos asuntos
políticos. La Señora Benhabib, que se presenta a las elecciones bajo el
estandarte del Partido Quebequés, suscribe sin embargo la posición oficial del
partido, consistente en que el Crucifijo en la Asamblea Nacional constituye un
símbolo y una herencia cultural del pueblo quebequés, y como tal su presencia
en el salón azul no tiene significado religioso.
Por lo que podemos ver, el debate se sitúa, no sobre
el lugar de la religión en el campo político (no se le reconoce ningún lugar),
si no sobre el significado de una representación de carácter religioso en el
seno de la institución política. Unos, por su parte, solo admiten su carácter
religioso, mientras que los otros, solo le reconocen un valor cultural. El debate,
por lo que respecta a la laicidad, no se sitúa pues en el plano práctico, ya
que mantener o quitar el Crucifijo del salón azul de la Asamblea Nacional no
cambiará en nada las medidas que el futuro gobierno pueda aplicar para asegurar
la laicidad del espacio público.
Resulta reconfortante constatar cómo se discute
apasionadamente en un sentido o en otro sobre un símbolo. Si el salón azul
estuviera ornamentado con representaciones de Júpiter, Hércules, Marte o Venus,
nadie se ofuscaría al tratarse de dioses de la antigüedad, así pues de
representaciones religiosas. Si no se le echa cuenta cuando se trata de
divinidades griegas o romanas es porque ya no tienen entre nosotros significado
religioso. Las contemplamos como entidades mitológicas y nos detenemos a lo
sumo sobre el aspecto artístico o estético de su representación. Si el
Crucifijo suscita tanto apasionamiento es porque, contrariamente a los
personajes mitológicos, entraña un sentido profundo para la mayoría de gente,
tanto partidarios como opositores a su presencia en el salón azul.
Tanto opositores como partidarios dan la impresión
de encontrarse bajo el imperio de sus sentimientos y emociones. Si el tema no
es en sí mismo y propiamente hablando explosivo, cuando menos es pasablemente
ardiente. Es por lo que se impone discutir objetivamente al respecto con el fin
de ver más claro. La cuestión que se plantea es saber si religión cristiana y
laicidad son antinómicas hasta el punto de tener que ocultar toda referencia al
cristianismo en el espacio público.
Retorno
a las fuentes
El cristianismo surge del Nuevo Testamento y en
particular de los cuatro Evangelios que relatan las gestas y transmiten las
enseñanzas de Jesucristo. La laicidad no existía entonces, y no significaba
nada durante los siglos que precedieron y siguieron al nacimiento del
cristianismo. Política y religión se mezclaban, la ideología política tenía
necesidad de la religión para legitimarse y afirmarse: se sacrificaba al genio
del emperador romano, y éste por su parte, después de su muerte era deificado
por el senado. Los cargos cívicos y religiosos eran sucesivamente asegurados
por los mismos notables. La lealtad política y la lealtad religiosa eran una
misma cosa, lo que explica porque los primeros cristianos fueron prohibidos y
perseguidos en tanto que enemigos del Estado romano.
El pueblo judío del que salió Jesús vivía bajo el
imperio de la religión. Vida cotidiana y práctica religiosa eran una misma
cosa, y la observancia religiosa era obligatoria más allá de lo imaginable. Le
era dedicada una atención particular hacia lo puro y lo impuro, hacia lo lícito
y lo prohibido. La ocupación romana y la presencia de una importante diáspora
judía en las diferentes regiones del imperio, llevó a los judíos a codearse con
los paganos, a sus ojos impíos e impuros, de donde surgió la necesidad de
disponer barreras morales que aseguraran la distinción e incluso el aislamiento
de las comunidades judías.
El mesianismo en tierras de Israel apareció con la
incorporación del territorio al imperio romano. Se trataba de una ideología
político-religiosa generada por los nacionalistas judíos que se oponían a la
ocupación romana, estando las nociones de liberación nacional y soberanía
divina por aquel entonces íntimamente ligadas.
Es en este contexto (histórico, político, social y
religioso) que conviene entender las enseñanzas de Jesús. Su mensaje
evidentemente espiritual debiera haber sido recibido como tal, desembarazado de
todo malentendido de orden político, legal y social. Leyendo los Evangelios
podemos constatar como en repetidas ocasiones, Jesús se ha empleado a fondo en
explicar, incluso clarificar su misión y su mensaje. Es así como Él,
deliberadamente y en pleno conocimiento de causa, ha creado lo que ha convenido
denominar como laicidad veinte siglos más tarde.
Laicidad
en el espacio público
Es por necesidad y no por elección ideológica que
Jesús ha concebido la laicidad. La relación con Dios, el amor al prójimo y la
elevación en el plano espiritual proceden de una acción íntima y no de una
elección de la colectividad. Resulta de ello que las manifestaciones públicas
de piedad, caridad y observancia religiosa (indumentaria y culinaria) dependen
más de la ostentación que de la búsqueda de Dios. Para ilustrar mis palabras
citaré los siguientes pasajes del Evangelio según San Mateo:
“Atended a no hacer vuestra justicia delante
de los hombres para ser vistos por ellos; de otro modo, no tenéis recompensa en
vuestro Padre que está en los cielos. Cuando des limosna, pues, no lo
trompetees delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las
calles para ser glorificados por los hombres; en verdad os digo que se llevan
ya su recompensa. Cuando des limosna no sepa tu mano izquierda lo que hace la
derecha, a fin de que tu limosna esté en lo oculto; y tu Padre que ve en lo
oculto te la pagará.” (Mateo 6; 1-4)
“Y cuando oréis no seáis como los hipócritas,
que acostumbran a orar de pie en la sinagogas y en las esquinas de las calles
para mostrarse a los hombres; en verdad os digo que se llevan ya su recompensa.
Tú, cuando vayas a orar, entra en tu habitación, y cerrando tu puerta ruega tu
Padre que está en lo oculto, y tu Padre que ve en lo oculto te lo recompensará.”
(Mateo 6; 5-6)
“Cuando ayunareis no os pongáis tétricos como
los hipócritas, pues desfiguran sus rostros para mostrar a los hombres que
ayunan: en verdad os digo que se llevan ya su recompensa. Tú, mientras ayunes,
unge tu cabeza y lava tu cara para que no aparezca a los hombres que ayunas,
sino a tu Padre que está en lo oculto; y tu Padre que ve en lo oculto te lo
recompensará.” (Mateo 6; 16-18)
En base a estos extractos entresacados del “Sermón
de la Montaña”, podemos comprender que para Jesús, la espiritualidad auténtica
se vive en la intimidad y no a la vista de todo el mundo, derivándose de ello,
que para los creyentes sinceros el espacio público está necesariamente exento
de la religión. Solamente una laicidad plena y completa está en disposición de
poner freno al exhibicionismo religioso.
Religión
y ejercicio del poder
Pero Jesús ha denunciado igualmente, no sin una
brizna de humor, los detentores del poder espiritual: sacerdotes, escribas y
fariseos. Tiranía moral y ostentación van parejos.
“Sobre la cátedra de Moisés sentáronse los
escribas y los fariseos. Todo lo que os digan, hacedlo y observadlo; pero no
imitéis sus obras, porque hablan y no hacen. Atan unas cargas pesadas e
insoportables, y las ponen sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con
el dedo quieren tocarlas. Porque todas sus obras las hacen para ser vistos de
las gentes, ensanchan sus filacterias [pequeñas cajitas conteniendo las
palabras esenciales de la Tora que se atan alrededor de los brazos y la frente], y agrandan las orlas de sus vestidos;
gustan del primer reclinatorio en las cenas, y de los puestos de honor en las
sinagogas, y de ser saludados en las plazas y de ser llamados por las gentes “Rabí”.
(Mateo 23; 1-7).
Lo propio de los tiranos es restringir
arbitrariamente la libertad de las gentes imponiéndoles cargas y obligaciones
de las que ellos mismos se eximen. Por otra parte se revelan ávidos e
insaciables en el capítulo de honores y adulación. El poder y las ventajas que
se otorgan suscitan émulos los cuales se afanan en perpetuar la tiranía. A
través de ésta denuncia del poder religioso, Jesús avisa sobre los peligros de
la teocracia, y como consecuencia, invita a su auditorio a ejercer su espíritu
crítico.
Pero no se contenta con denunciar tan solo a
escribas y fariseos, en más de una ocasión alerta a sus propios discípulos de
la tentación del poder:
“Sabéis que los jefes de los gentiles los
señorean, y que los grandes tienen potestad sobre ellos. No será así entre
vosotros; sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro
servidor, y el que quiera ser entre vosotros primero será vuestro esclavo; del
mismo modo que el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y
dar su propia vida como rescate por muchos.” (Mateo 20; 25-28)
“Pero vosotros no os dejéis llamar “Rabí”, porque uno solo es vuestro Maestro y todos
los demás sois hermanos… Y el mayor de vosotros será vuestro servidor. Y aquel
que se ensalzare será humillado, y aquel que se humillare será ensalzado.”
(Mateo 23; 8 y 11-12)
El espíritu de humildad, indisociable del amor, es
el antídoto por excelencia contra el espíritu de dominación. Para aquel que se
“ensalza” por encima de los demás, el regocijo que provoca el ejercicio del
poder se traduce invariablemente en un abajamiento en el plano espiritual. Es
así que Jesús ha disociado y por ello mismo separado el poder temporal de la
religión.
Los fariseos para los que el poder temporal y la
dominación estaban relacionados con Dios, es decir con sus representantes sobre
la tierra, no eran de la misma opinión que Jesús. Creyeron ellos tenderle una
trampa y obligarlo a desacreditarse o contradecirse planteándole una pregunta
respecto a la tasa impuesta por la autoridad romana: “Debemos pagarla, ¿sí o no?” Si respondía por lo afirmativo sería
juzgado como colaborador impío. Si decía que no, reconocía de facto que religión y política son indisociables. Conocemos la
respuesta de Jesús: “¿A qué me tentáis?
Traedme un denario que yo lo vea” Le trajeron uno y él les dijo: “¿De quién es esta imagen y esta inscripción?
Y ellos le respondieron: “Del César”
A lo que Jesús les respondió: “Lo del
César dadlo al César, y lo de Dios, a Dios.” (Marcos 12; 15-17)
Algunos han juzgado la respuesta de Jesús como una
“pirueta” o una no-respuesta. En absoluto y por otra parte el mismo evangelista
relata que los fariseos: “…quedaron
sumamente sorprendidos por la respuesta” Mostrando a Jesús un denario con
la efigie del emperador romano, los fariseos reconocían implícitamente su
participación en la vida económica del imperio, las ventajas que por este hecho
extraían se acompañaban naturalmente de obligaciones como el pago de impuestos.
Ese es el sentido de: “devolved al César
lo que es del César”. Y para indicar claramente que hay que separar la
religión de la economía y la política, Jesús ha añadido a continuación: “y lo de Dios a Dios”, trazando así una
línea de demarcación nítida entre los deberes del ciudadano y sus obligaciones
religiosas.
El diálogo de Jesús con Pilatos es en muchos
aspectos clarificador sobre la naturaleza del cristianismo. Pilatos creía al
comienzo tener que juzgar un asunto político, preguntándole a Jesús si era el
rey de los judíos. La respuesta es clara:
“Mi reino no es de este mundo; si de este
mundo fuera mi reino, mis servidores lucharían para que yo no fuese entregado a
los judíos… Yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo,
para dar testimonio en favor de la verdad; todo aquel que procede de la verdad
escucha mi voz.” (Juan 18; 36-37)
La distinción entre poder político y misión
espiritual queda aquí claramente establecido, la realeza de Jesús es de orden
moral y espiritual; define por sí misma su misión: hablar de la verdad a
aquellas personas dispuestas a escucharla.
Jesús y
las leyes religiosas
Situando al ser humano y la consciencia humana por
encima de la ley religiosa, Jesús ha establecido los fundamentos de la
laicidad. A los fariseos que le reprochaban la transgresión de la ley religiosa
curando a un enfermo en el día del Sabbat, les ha dicho: “¿Es lícito en sábado hacer un beneficio o un daño, salvar la vida de un
hombre o dejarlo morir?” (Marcos 3; 4). Poco antes se había dirigido a
estos mismos fariseos en estos términos: “El
sábado se hizo por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado.”
(Marcos 2; 27)
El episodio de la mujer adúltera es así mismo explícito.
Ella es llevada a presencia de Jesús por escribas y fariseos al que pusieron
como juez para dirimir sobre el asunto a fin de ponerlo a prueba y tener
materia con que acusarlo:
“Maestro, esta mujer fue sorprendida en flagrante adulterio.
En la Ley Moisés nos ordenó que apedreásemos a estas tales; tú, pues, ¿qué
dices? Como fuere que ellos persistían en interrogarla, Jesús levantándose
les dijo: “El que de vosotros esté sin
pecado, arroje el primero la piedra contra ella…” Ellos, al oír esto, se
fueron yendo uno a uno, comenzando por los más ancianos; y fue dejado solo, con
la mujer allí en medio. Entonces, dirigiéndose a ella, Jesús le dijo: “Mujer ¿dónde están? ¿Ninguno te condenó?
Y ella repuso: “Ninguno, Señor”
Díjole Jesús: “Yo tampoco te condeno;
vete, desde ahora no peques más.” (Juan 8; 4-11)
Este pasaje es interesante en el sentido que Jesús
no dictó nueva regla ni abrogó una ley religiosa, contentándose con poner a las
gentes ante su propia consciencia. De golpe la ley religiosa pierde su carácter
divino, quedando en lo sucesivo sometida a la conciencia humana. Allí donde
ésta se inmiscuía en los asuntos de los hombres, Jesús ha tomado partido por el
ser humano, liberándolo de la observancia ciega u obsesiva de la ley.
Además a de afirmar la laicidad en el terreno legal,
Jesús ha establecido los fundamentos del humanismo.
El
crucifijo en la Asamblea Nacional
Se trata con toda evidencia de una imagen religiosa,
algunos la tienen como una herencia cultural. Pero es mucho más que esto, ya
que el crucifijo representa a Jesucristo, aquel que, por su palabra, esta
palabra dirigida a gentes simples, ha cambiado la faz del mundo y el curso de
la historia. Una lectura atenta de los Evangelios nos lleva a concluir que la
modernidad tiene su origen en las enseñanzas de Jesús.
La laicidad representa una faceta importante de la
modernidad, pero se sitúa en el centro de las enseñanzas de Jesucristo; sin
laicidad el cristianismo auténtico no es posible. Jesús fue condenado a morir
en la cruz a causa de lo que dijo y enseñó. Su mensaje era hasta tal punto
avanzado a su época, que causó una profunda inseguridad en las autoridades
religiosas y políticas de su tiempo. Pero no mata las ideas ni las palabras,
tampoco aquellas portadoras de amor, don de uno mismo, perdón, paz, respeto,
autenticidad, de libertad, de igualdad, de no violencia; y tampoco aquellas
otras palabras que disipan toda confusión entre lo sagrado y lo político, entre
la religión y la ley, entre la fe y su exhibición.
El crucifijo en la Asamblea nacional del Quebec nos
recuerda simplemente el lugar central que ocupa Jesucristo en nuestra
civilización. Esto no debemos olvidarlo jamás.
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