En los próximos días saldrá a la venta un nuevo libro de Daniel Mario Echeverría, quien no solo es un querido amigo sino un Hermano con el que hemos recorrido más de dos décadas de actividad masónica. Que un escritor te solicite un prólogo es siempre un desafío; más aún cuando ese autor tiene una pluma tan afinada como la de Daniel. Creo que el exordio, que expongo a continuación, es una buena síntesis del contenido del libro y, a la vez, una semblanza del espíritu rebelde que anima a este hombre singular, acostumbrado a lidiar con el lenguaje hasta doblegarlo y ponerlo de su lado. Aquí vamos.
Prologar
una obra de Daniel M. Echeverría, además de un honor, es una alegría, porque en
el vasto universo de la masonería no abundan los escritores que salgan del
molde y se animen a explorar más allá del ensayo formal, el relato descriptivo
o la crónica histórica. Este nuevo libro, La masonería y el camino de regreso,
será recibido con beneplácito por todos aquellos que esperan algo más a la hora
de leer a un masón y por quienes han leído al autor con anterioridad.
En
el año 2011, en el marco de la colección “Masonería Siglo XXI”, Editorial Kier
publicó su primer libro. Se tituló La masonería y el camino hacia el centro e
inmediatamente supimos que estábamos ante un libro que recorrería un largo camino.
Se trataba de una obra diferente, escrita por un autor que se caracteriza por
hacer de la palabra un arte, además de ser un explorador intrépido de aquello
que nos diferencia como especie: la búsqueda de un sentido a la existencia.
Probablemente
esa búsqueda haya sido la que lo llevó a golpear a las puertas del Templo hace
más de dos décadas. Lo que es seguro es que allí, en el seno de la Orden –como
él la denomina–, Echeverría encontró un laberinto infinito, una suerte de
paraíso para los buscadores, una cantera inagotable de paradojas y metáforas
que le prodigaron el escenario ideal para su vocación. Con el tiempo, se
convirtió en una suerte de Teseo buscando al Minotauro, que es otro modo de
significar –como diría Joseph Campbell– la búsqueda del centro mismo de nuestra
propia existencia. De allí el título de aquella obra que, en su momento, el
autor imaginó como una guía para ayudar al aprendiz a llegar a su interior, y
al profano, a encontrar la puerta del Jardín de las Hespérides.
Los
años pasaron y Echeverría siguió escribiendo a ritmo frenético. Incursionó en
la literatura y escribió una novela, La última oración, en la que aborda
uno de los temas más complejos, el bien y el mal, y en la que puede percibirse
una fuerte influencia masónica.
A
medida que escribía encontró, como suele ocurrir, más de lo que buscaba, y
creyó que ya no había mucho que agregar a lo que había escrito acerca de la
masonería. Pero los que lo leemos habitualmente en los foros sabíamos que no
era así.
Una
vez en el centro de la búsqueda, no queda otro camino que el del regreso. Sin
embargo, el regreso sigue siendo parte misma de la travesía. Cuenta el autor
que cierta vez un maestro le dijo que los masones se caracterizaban por buscar,
no por encontrar, de modo que no es extraño que, en este “camino de regreso”,
Echeverría afirme que “la búsqueda (metafóricamente hablando) es la aventura en
el bosque oscuro (o en un desierto). No hay mapa. La entrada es donde no hay
camino”.
Esta
definición es fruto de su propia experiencia, y la razón de ser de este segundo
volumen. De todas las preguntas que un masón está acostumbrado a recibir, hay
una de muy difícil respuesta (muy difícil si somos sinceros con nosotros
mismos). Esa pregunta es: ¿para qué sirve la masonería? Es un interrogante que
no se puede responder con retórica sin correr el riesgo de caer en lugares
comunes y es aquí, precisamente, en donde este nuevo libro de Echeverría cobra
sentido.
No
se trata ya de circunscribir el método masónico a un conjunto de símbolos y
alegorías, sino de descubrir de qué modo ese lenguaje iniciático permanece
indemne en las expresiones más profundas del simbolismo, la mitología y la
poesía. La Logia deja de ser solo un recinto cerrado en el que, al abrigo de la
fraternidad, compartimos nuestros desvelos y cobra su dimensión más
trascendente al convertirse en la representación misma del mundo que habitamos:
un mundo que continúa plagado de enigmas que nos agobian desde el principio de
los tiempos o –parafraseando a Anatole France– desde los tiempos que
precedieron a los tiempos.
Dice
Echeverría que “somos seres desamparados, indefensos, que necesitan
desesperadamente, más que respuestas, un remedio para una infinita
incertidumbre”. Su mérito no consiste en denunciar el desamparo –que ya de por
sí sería un acto valiente–, sino en narrarnos en un lenguaje propio cuál es el
remedio que lo aleja de su propia incertidumbre. Sin este libro, el primero
hubiese quedado sin resolución.
Vivimos
una vida con poco espacio para la reflexión, generalmente circunscriptos a
nuestros soliloquios o a la discusión en las redes sociales, que se han
convertido en nuevos guetos en donde podemos elegir un mundo de relaciones
virtuales. La masonería conserva la cualidad de la experiencia con el otro,
porque el masón, en cuanto constructor, no es sin el concurso del otro. Sin
embargo, no abundan textos como este, en el que la masonería es expuesta desde
el otro lado, que nunca es otra parte sino otro aspecto de nosotros mismos.
Tampoco abundan los textos que cuestionen tan a fondo los principios mismos de
la Orden y sometan todo a la duda, desde la visión de alguien que ya conoció el
corazón de la Fraternidad.
Dice
Echeverría: “Me gusta mucho esa imagen del maestro masón colocando la piedra
clave desde fuera de la estructura, sobre la cúpula”, pero enseguida agrega:
“La obra está terminada, el maestro es libre. Está fuera de ella, pero pronto
comenzará otra construcción, otra estructura”. De esa tarea sin fin trata este
libro. La masonería y el camino de regreso es un juego de espejos en el
que el lector encontrará las imágenes más íntimas de la antigua fraternidad de
los masones.
Eduardo R.
Callaey
Equinoccio
de otoño de 2017
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