martes, 16 de agosto de 2011

Masonería y Monasticismo: HOMINES QUADRATI




1. La Expansión Cluniacense

En el siglo X la Orden Benedictina sufrió una profunda reforma que afectaría gran parte de la Iglesia. La misma se originó en la abadía borgoñona de Cluny, fundada en el año 910 por Guillermo, el Piadoso, duque de Aquitania, que estaba directamente subordinada a la Santa Sede. En la misma acta de fundación el duque Guillermo renunciaba a todas las rentas del monasterio como también a las investiduras. Pero establecía que nadie -ni obispos, ni señores, ni papas- podría quedarse en el futuro con las propiedades de la abadía.
En un principio, Guillermo nombró abad a Berno, pero se acordó claramente que a su muerte fuesen los propios monjes quienes elegirían a su sucesor. En el año 932, el abad Odón solicitó y recibió de Roma el permiso para llevar adelante una reforma de la regla benedictina que regía el monasterio de Cluny. Esta reforma "cluniacense" preveía la fundación de nuevos monasterios y la transformación de otros que quedarían sujetos a la nueva autoridad.

Con la identificación en una misma regla, la reforma se constituyó en una herramienta política, por cuanto los nuevos monasterios -así como los reformados- ya no tendrían su propio abad, sino un prior dependiente de Cluny. La consecuencia de esta unificación bajo la misma regla y autoridad generó una estrecha unión entre los monasterios cluniacenses, pero transformó al abad de Cluny en un poderoso señor feudal, depositario de grandes rentas provenientes de los monasterios filiales y dueño de las investiduras sobre los mismos.
Cluny se convirtió rápidamente en el destino de grandes señores que abrazaban la vida monástica en el final de sus días, o de los hijos de acaudalados nobles que vieron en los abades cluniacenses la voluntad de aristocratizar el monacato. Las donaciones que la Orden impuso para su ingreso no hicieron más que generar cada vez mayores recursos, los cuales fueron administrados sin prurito alguno por esta nueva clase de monjes ricos que consideraron que tales tesoros debían utilizarse -a través de la liturgia y la ornamentación- a la mayor gloria del Señor.

Hubo aún otra circunstancia que potenció la acción de Cluny: la particular longevidad de sus abades -sólo tres gobernaron la abadía entre 958 y 1109- que posibilitó una estrategia profundamente planificada y el tiempo para llevarla a cabo. Todos estos elementos contribuyeron a convertir al movimiento cluniacense en un factor político fundamental, gravitante en muchos de los problemas políticos que sacudían a la cristiandad en aquellos siglos.

La época de esplendor de Cluny coincide con la expansión del románico. Paul Naudon, que ha estudiado profundamente al arte románico y su vínculo con las órdenes monásticas, coloca a los monjes de la Orden de San Benito en un lugar preponderante como constructores de catedrales e iglesias.
"Es innegable que la propagación del arte romano fue hecha por asociaciones monásticas, y especialmente por los frailes de la Orden de San Benito. Se explica por el hecho de que las abadías benedictinas eran las únicas herederas de la cultura antigua".
 
2. De la Piedra Bruta a la Piedra Cúbica

a) Teófilo y su manual para el artífice.

La cantidad de documentos que atestiguan el protagonismo y la responsabilidad de la Orden Benedictina en la construcción de las grandes abadías y catedrales de los siglos X, XI y XII es muy vasta y excede el marco de este trabajo. No se trata, solamente, del proyecto y dirección de las obras o del aporte del artesanado calificado para llevarlas a cabo, sino también de su concepción estética, del plan estratégico y "pedagógico" con que estas construcciones fueron realizadas y del espíritu del que se encuentran impregnadas.
Cabe señalar, sin embargo, algunos testimonios que nos permiten recrear la luminosa atmósfera que respiraban estos hombres, aun en medio de todas las dificultades que, en aquella época, padecían las obras de esta naturaleza. Para arredrarlas, el artista no sólo debía entrenarse en su técnica y su habilidad, sino también en la praxis de una moral cuyos ejemplos debía buscar en las sagradas escrituras. Al leer la obra de Teófilo (circa 1080 - post 1125)  acerca de las técnicas del arte, titulada "Diversarum Artium Schedula  -considerada como una de las más importantes de aquellos siglos por su significación técnica- un masón no puede menos que reconocer la premisa de la "construcción de un templo interior en el que reine la virtud", misión a la que está convocado a partir del aprendizaje en el uso de las herramientas.

No se aprende el arte sino para construir una nueva dimensión espiritual. Teófilo les recuerda a los aprendices que David, "el más célebre de los profetas... no se consideró digno de edificar la casa de Dios porque había derramado, muy a menudo, sangre humana...". Les dice que "el Señor había ordenado a Moisés la construcción del Tabernáculo y había elegido, llamándolos por su nombre, a los arquitectos, colmándolos de sabiduría, inteligencia y ciencia... Porque sin Su inspiración ninguno hubiera podido construir una obra de tal magnitud..."   Y les muestra, con "razones evidentes" que todo aquello que se puede aprender, comprender e idear en el campo del arte, "lo concede la gracia del espíritu" de diversas formas. Para Teófilo, estas virtudes que adornan el espíritu del maestro del arte son: el espíritu de sabiduría, el espíritu de intelecto, el espíritu de consejo, el espíritu de fortaleza, el espíritu de ciencia, el espíritu de piedad y el espíritu del temor a Dios.
El texto parece evocar a Beda, cuando describe la naturaleza virtuosa de aquellos que construían el Templo de Salomón, comparándolos con "piedras preciosas":
"Luego de conformado el fundamento con tales y tan grandes piedras, hay que edificar la casa, diligentemente preparadas las maderas y las piedras, y colocadas en el orden establecido, las que antes fueran arrancadas de su antiguo sitio o raíz: porque después de los rudimentos de la fe, después de puestos en nosotros los fundamentos de la humildad siguiendo el ejemplo de sublimes varones, hay que alzar la pared de las buenas obras, como órdenes de piedras superpuestos uno a otro, marchando y prosperando de virtud en virtud…
      
En la interpretación simbólica que Beda realiza acerca del Templo de Salomón, tampoco se escapa la alegoría de las siete virtudes que Teófilo cree concedidas por la "gracia del espítitu". Al describir las columnas Jakin y Boaz, erectas en el pórtico, a la entrada del templo, el "venerable" menciona las cadenillas colocadas -como símbolo de comunión- en las cabezas de las columnas, y dice acerca de ellas:
"Estas cadenas entonces están entretejidas en admirable labor, porque en definitiva la mirífica gracia del Espíritu Santo obra para que la vida de los fieles, en diversos lugares y tiempos, según grado y condición, y sexo y edad, aunque existan muchas cosas secretas entre unos y otros, sin embargo permanezca mutuamente unida en una y la misma fe y amor.  Que la fraterna congregación de los justos, que viven en tiempos y lugares distintos, sea producto pues de la propiedad unificadora de los dones espirituales, se refleja en las siguientes palabras que se añaden en referencia a la hechura de los capiteles: Guirnaldas de siete hilos en un capitel y guirnaldas de siete en el otro. Pues el número septenario suele indicar la gracia del Espíritu Santo, como lo atestigua Juan en el Apocalipsis, quien como viera que el Cordero que le hablaba tenía siete cuernos y siete ojos, enseguida dio la explicación siguiente: Los cuales son los siete Espíritus de Dios enviados a toda la tierra (Apoc. I). Lo cual el profeta Isaías explica abiertamente cuando, al hablar del Señor que había de nacer en la carne decía: Descansará sobre él el Espíritu del Señor, Espíritu de sabiduría e intelecto, Espíritu de consejo y fortaleza, Espíritu de ciencia y piedad, y lo llenó del Espíritu del temor de Dios (Is.XI). Había pues siete guirnaldas formadas de hilos en ambos capiteles, y los padres de ambos testamentos, por la gracia recibieron de uno y del mismo septiforme Espíritu para que fueran elegidos.

El texto desborda en imágenes simbólicas y, aun, esotéricas. La fraternidad aparece descripta como la "mutua unión", "la fraterna congregación de los justos" en la fe y el amor, más allá del grado, condición, edad, y "aunque existan muchas cosas secretas entre unos y otros". 
Roza el misterio del número septenario -la interpretación numerológica se mantiene a lo largo de los veinticinco capítulos del libro- y remata con los arcanos contenidos en el Apocalipsis de Juan, preanunciados en las profecías de Isaías

b) Honorio de Autum y las "piedras pulidas"

Honorio de Autum (Honorius Augustodunensis circa 1095 - post 1135), contemporáneo de Teófilo y autor de "Imago Mundi" -también mencionado en el "M. Cooke"- escribe en términos similares en su obra  "De gemma animae".
Para Honorio -al igual que para la mayoría de los escritores medievales-, los templos cristianos son una prefiguración de la Jerusalén Celeste. Su aporte fundamental es que presenta a la arquitectura como la gran herramienta que Dios utiliza para llevar a cabo su plan, de modo que la arquitectura "terrestre" es una continuidad de la "celeste", y el simbolismo de aquélla se corresponde con ésta. Las imágenes de Dios como Arquitecto del Universo, midiendo al mundo con un compás, son contemporáneas a estos autores y corresponden a esta idea.
"…El templo, que el pueblo poseía en paz en su patria -dice Honorio- simboliza, en piedras reales, el templo glorioso construido en la Jerusalén Celeste, en el que la Iglesia exulta en constante paz…  Esta casa está construida con sólidas piedras, la Iglesia aúna la fuerza de aquéllas en su fe y en sus obras. Las piedras se mantienen unidas con mortero y los fieles se unen con el lazo del amor".

Si la arquitectura es la herramienta de los planes de Dios, el templo es el reflejo de su obra que -con sus piedras, sus elevadas columnas, sus vitrales, su mobiliario litúrgico y sus imágenes y ornamentos-  permite al masón que lo construye, tanto como al hombre piadoso que eleva su plegaria desde su interior, captar la armonía universal que reina en él. Para Honorio, las piedras trabajadas y pulidas, colocadas en el templo, son las almas perfectas, a las que define como "homines quadrati".  Son los "hermanos", a los que Beda señala como "grandes y preciosas piedras":
"Sed en generaliter perfecti quique, qui fideliter ipsi Domino adhaedere, et impositas sibi fratrum necessitates fortiter ferre didicerint, his possunt lapidibus grandibus ac pretiosis indicari. Qui bene lapides primo quadrari, ac sic in fundamento poni jubentur. Quadratum namque omne, quocumque vertitur , fixum stare consuevit…"

Cuadrar la piedra. He aquí magistralmente resumido todo el simbolismo del grado de aprendiz.
Junto a los libros de Teófilo y Honorio, circulan por los obradores y las fábricas de las iglesias el manual de Vitrubio, "De Architectura", y la obra de Heraclio, "De coloribus et artibus romanorum", considerada una de las más importantes de los siglos XII y XIII.  Los arquitectos que estudian estos libros persiguen un renovado ideal estético que lleva un mensaje profundamente religioso; las artes figurativas del románico -como ya se ha expresado- incorporan un concepto pedagógico, una forma de transmisión de los modelos bíblicos sobre los que descansa la sociedad cristiana, mediante las imágenes.

La Iglesia es el ámbito en donde el hombre sufre una transformación psicológica; por lo tanto, su construcción, su aspecto externo e interno, los elementos utilizados en el ritual y la liturgia deben provocar en el alma aquel estado de gracia en el que el hombre encuentra su punto de contacto con Dios. De hecho, las propias plantas de las catedrales cruciformes, con sus naves y cruceros, nos recuerdan a Cristo crucificado. El hombre que penetra en el santuario debe salir de él en un estado superior. Y el mensaje debe llegar tanto al corazón del docto cuanto al asombro del simple. Si esta transformación se espera del hombre que ora en el templo, de aquél que lo construye se espera algo más: debe haberse preparado moral y espiritualmente para participar en tan sagrada tarea.

c) "Todos… marchaban hacia la construcción del Templo"

Las obras se llevan a cabo con esfuerzos enormes, en los que participan todos los estamentos de la comunidad. Los monjes son el motor, la fábrica y la principal mano de obra, pero -junto a los monjes- se congregan eclesiásticos, estudiosos, artistas, nobles y también el pueblo, que concurre con sus esfuerzos a desplazar los grandes carretones que trasladan las pesadas piedras desde las canteras. Recordemos nuevamente a Beda:

"Por lo tanto, hubo trabajadores de la Casa del Señor que provenían de los hijos de Israel, los hubo de los prosélitos, los hubo de los gentiles… De este modo, todas las razas de los hombres por medio de las que debía ser construida la Iglesia, marchaban hacia la construcción del Templo. Los judíos, pues, los prosélitos y los gentiles convertidos a la verdad del Evangelio construyen la única y la misma Iglesia de Cristo, sea viviendo correctamente, sea también enseñando..."

Aimon de Saint Pierre sur Dives, en una carta dirigida a sus hermanos del monasterio de Tutbury en 1145, describe con asombro y admiración las imágenes de las gentes unidas a los monjes en el esfuerzo del acarreo:
"...Pero en este espectáculo puede observarse otra cosa maravillosa, que aunque están unidos al carro, mil y aún más hombres y mujeres (tan grande, es en efecto la mole, tan grande es el carro y el peso colocado sobre el mismo) sin embargo se actúa con tanto silencio que no puede sentirse la voz de ninguno, ni siquiera un murmullo. Si no vieras tal multitud con los ojos, podrías pensar que no hay nadie... Luego cuando se detiene en la calle, no se siente resonar otra cosa que la confesión de los pecados y una plegaria para Dios, suplicante y pura, para pedir perdón por los propios errores..."

Similar espíritu puede encontrarse en el texto de una carta del monje cluniacense Hugo, arzobispo de Rouen, dirigida a Teoderico, obispo de Amiens, a propósito de la construcción de Chartres, en la que expresa:
"En Chartres comenzaron los hombres con humildad a tirar cuadrigas y carros para construir el edificio de la iglesia y su humildad fue también acompañada de milagros... Nuestros hombres, entonces, luego de haber recibido nuestra bendición, fueron hasta allí y profesaron sus votos. Entonces igualmente los fieles de nuestras diócesis comenzaron a venir a su madre iglesia con una condición, que ninguno pudiera unirse a su compañía si no se hubiese confesado y no hubiese hecho penitencia, si no hubiera depuesto la ira y el odio, de modo que quienes eran enemigos vinieran todos juntos en concordia y paz duradera..."

León de Ostia (1046-1115), en "Chronica Monasterii Casinensis", al describir los esfuerzos del abad Desiderio por reconstruir la vieja iglesia del monasterio de Montecassino, nos dice:
"A fin de que se pueda admirar mejor el fervor de los fieles ciudadanos, es necesario afirmar que la primer columna fue elevada aquí arriba desde el pie del monte a fuerza de brazos y hombros, y exclusivamente por una muchedumbre de ciudadanos..."

En la misma narración, León hace referencia a las dificultades que encontró Desiderio, a la hora de reunir de entre sus monjes a los técnicos necesarios para la obra. Entonces, hizo venir artesanos de Constantinopla, no sólo para que trabajasen, sino para que enseñaran a los monjes sus técnicas y sus métodos.

(c) Callaey, Eduardo; Ordo Laicorum Ab Monacorum Ordine; 2004, (Buenos Aires, Academia de Estudios Masónicos)


                                                                                      

1 comentario:

  1. Tras leer los libros y artículos de Eduardo Callaey, y los trabajos de otros autores serios como él, cabe preguntarse cuáles son las razones por las que la Masonería liberal ataca tanto las manifestaciones de espiritualidad cristianas, siendo que de ellas devienen buena parte de sus tradiciones y ritos. Es curioso. Sin duda, la evolución sufrida a lo largo de los siglos por esa rama de la Francmasonería, y las adherencias políticas interesadas, han hecho que esta Francmasonería olvide sus orígenes e incluso se oponga a lo que se da en llamar -desde las plataformas laicistas que aprovechan las bases masónicas para medrar- imperialismo cristiano. A Baltasar Gracián no le faltaba razón: decía que la ignorancia de las cosas es atrevido dardo contra la razón y la verdad.

    Ricardo Serna [escritor]

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