La masonería necesita
pensadores. La sociedad de los masones, en la que una franja mayoritaria se define a sí misma como
el numen del librepensamiento, adolece en la actualidad de grandes pensadores.
Me refiero a masones que se aparten del relato –muchas veces repetido sin
sentido- y reencuentren, o se cuestionen acerca del significado de las
palabras.
Podría decirse que hay
pocas organizaciones con tanta vitalidad que hayan sostenido tradiciones a lo
largo de los siglos. La masonería es una de ellas. Pero al tratarse de un
conglomerado polifacético y heterogéneo de Potencias, Orientes, Grandes Logias,
Grandes Prioratos etc., no hay “una” tradición masónica sino muchas. De allí
que el valor y el significado de las palabras se vuelva fundamental.
Tan fundamental que
aquellos que creemos que este repensar incesante no puede detenerse, permanecemos
a la caza de libros y artículos que vengan a poner claridad en el complejo
lenguaje masónico, ya de por sí sujeto a la infinita subjetividad del símbolo.
Pero no hablaremos aquí de simbolismo sino de lenguaje.
Existe una antigua disputa
acerca de si la masonería posee una doctrina. La masonería liberal –por ejemplo-
suele aclarar que es “adogmática”, como
si fuese posible concebir una “masonería dogmática” que a mi juicio conforma un
oxímoron. Se confunde habitualmente doctrina con dogma; y una vez planteada la
confusión se repiten ad infinitum sin
que nos demos cuenta que la repetición del error es un veneno que termina
quitando a la Orden su máximo valor: lograr que el iniciado se construya como
tal, guiado por sus maestros, con la mirada vuelta hacia su interior y la
actitud atenta del que sabe que está aprendiendo.
No es la primera vez
que publicamos en “Temas de Masonería” a la pluma de Jean-François Var. La casi totalidad
de sus artículos traducidos al español la tenemos merced al esfuerzo de Ramón Martí Blanco a quien agradecemos su trabajo una vez más.
Creo que es una buena oportunidad para que repensemos el significado de ambos
términos, ilustrado por uno de esos escasos “pensadores” que hoy por hoy tiene
nuestra Orden. Y creo que es doblemente oportuna, siendo ésta la última columna
del año. Buena lectura y Feliz Año 2014.
DOCTRINA Y DOGMA
Hay
términos, que a medida que pasa el tiempo, han adquirido mala reputación. Tal
es el caso de términos como “doctrina” y “dogma”, sobre todo en sus derivados
de “doctrinario” y “dogmático”[1].
Mencionarlos, es evocar a los gendarmes o policías del pensamiento. Y sin
embargo… nada debería ser más útil, más precioso incluso, para los masones.
Como
siempre, apelamos al refuerzo de la etimología. En su origen, se encuentra la
raíz indoeuropea dôk, a partir de la
cual han sido construidos verbos idénticos en cuanto a la forma (pero no en
cuanto a su sentido) dokeô en griego y doceo
en latín y todos sus numerosos derivados: dogma (y los verbos construidos
sobre este substantivo), dokeuô, dokimazô, doxa (y sus derivados)…
en griego; y en latín: docilis, doctor, doctrix, doctrina, doctus, documentum, y… dogma (en Cicerón, ese gran helenófilo y
helenófono).
Veámoslo
más de cerca.
El dokeô griego tiene tres significados
principales, de entre los cuales, uno nos interesa directamente:
1.
Semejar,
parecer, tener la apariencia. Es a partir de este sentido que se ha venido a
nombrar “docetismo” la herejía que profesa que Cristo sólo murió en la cruz en
apariencia pero no en realidad: en este aspecto, el Corán es docetista;
2.
Pensar,
creer, imaginar (podemos ver aquí por deslizamiento del sentido con la primera
acepción);
3.
Juzgar
adecuado, decidir.
Dogma está en relación directa con
dokeô. Hay dos acepciones:
1.
Opinión,
doctrina filosófica (en relación con el segundo significado);
2.
Decisión,
decreto (en relación con el tercer significado). Es así que la expresión latina
senatus consultum, decreto del senado
(romano) se convirtió gracias al historiador Polibio en dogma tês sunklêtou.
El doceo latino tiene un significado
distinto al del dokeô griego pero no
deja de estar en relación uno con otro. Esta significación es: enseñar,
instruir, mostrar, hacer ver. Ella está pues en relación evidente con el
sentido 1 y 2 del verbo griego, con un matiz importante: lo que uno piensa, lo
que uno cree, lo que uno imagina, en este caso lo transmite. Esto es a tener muy presente.
De ahí
se pasa a doctrina que tiene dos
acepciones principales:
1.
Enseñanza,
formación teórica, educación, cultura –acepción que deriva directamente del
verbo doceo;
2.
Arte,
ciencia, teoría, método, doctrina.
En
rigor, podríamos quedarnos aquí. Sin embargo, nos es preciso ver si la
evolución semántica constatada entre el griego y el latín ha proseguido en el
francés.
El
principado de Dombes, del que Trévoux era la capital, permaneció independiente
de Francia hasta 1762. Así pues la censura real no se ejerció allí. Numerosos
impresores y editores aprovecharon esta falta de jurisdicción para instalarse.
Los jesuitas también, publicando memorias sobre temas diversos bajo el título
de Diario de Trévoux y el famoso Diccionario de Trévoux. Este Diccionario universal francés y latino
(ese era su título) fue el primer diccionario verdaderamente enciclopédico en
lengua francesa, en competencia directa con la Enciclopedia de d’Alembert y Diderot. Conoció 5 ediciones entre
1704 y 1771. Citaré la edición de 1738-1742 publicada en Nancy, capital del
ducado de Lorena, a su vez también independiente del reino bajo la soberanía de
Stanislas Leczinski, de 1737 a 1766. ¿Por qué citar este diccionario? Porque
ofrece el estado exacto de la lengua al uso en el siglo XVIII, y en
consecuencia en el momento de la creación del Régimen rectificado. ¿Qué podemos
leer en él?
Doctrina:
1.
Saber,
erudición;
2.
Lo
que se contiene en los libros;
3.
Sentimientos
particulares de los autores, o de las sociedades.
Dogma:
1.
Máxima,
axioma, principio o proposición de en qué consisten las ciencias;
2.
Se
dice particularmente de puntos relativos a la religión. Estas dos definiciones
son medianamente cortas y poco satisfactorias; podemos ver sin embargo que
“dogma” empieza diferenciarse de “doctrina” con un carácter más absoluto, una
autoridad más fuerte.
Si
saltamos ahora al siglo XIX, nos encontraremos con el Nuevo Larousse Ilustrado, Diccionario universal enciclopédico,
publicado en 8 volúmenes alrededor de 1905. Es ahí que he encontrado las
mejores definiciones y las más completas de los dos términos encausados en las
dos acepciones que tienen en nuestros días, al menos cuando estas dos
acepciones no han sido desfiguradas por la ignorancia y las pasiones (que a menudo
andan juntas). Citémoslas pues:
Doctrina: “Conjunto de conocimientos poseídos por
alguien. Se da ordinariamente el nombre de “sistema” a las soluciones razonadas
que los filósofos o sabios aportan relativos a problemas teóricos de la
filosofía o las ciencias (…) Reservamos el nombre de “doctrina” al conjunto de
enseñanzas que tienen por objetivo resolver las cuestiones relativas a la
naturaleza y destino moral del hombre. Ahora bien, las soluciones a estas
cuestiones pueden ser, o presentadas en nombre de la razón, o inspiradas en
nombre de la Revelación. En el primer caso, ellas dan lugar al nacimiento de
doctrinas filosóficas; y en el segundo, constituyen doctrinas religiosas.”
Dogma: “Artículo de creencia religiosa enseñado con
autoridad y ofrecido como siendo de una certeza absoluta. Por extensión:
opinión, doctrina cualquiera dada como siendo de una certeza absoluta: dogmas
políticos, literarios.”
Luego,
después de un largo análisis de los dogmas de la Iglesia católica: “Los primeros escritores protestantes
denominaban con este nombre las verdades sobre las que los cristianos parecían
estar de acuerdo.”
La
vuelta a la cuestión está hecha y todo está dicho. “Conjunto de enseñanzas que tienen por objetivo resolver las cuestiones
relativas a la naturaleza y destino moral del hombre”: ¿No es acaso muy
exactamente esto lo que se dispensa a sus miembros el Régimen escocés
rectificado? Estamos pues perfectamente fundamentados, yo entre otros, cuando
hablamos de “la doctrina rectificada”, la cual existe en el Régimen, y
solamente en él. En efecto, si todas las ramas de la masonería enseñan
lecciones morales, estas lecciones
tienen que ver, en el caso de la masonería rectificada, con la naturaleza y el destino moral del hombre.
Este es el momento, ahora más que nunca, de recordar la famosa fórmula de
Joseph de Maistre (en su Memoria al duque
de Brunswick): “El gran objetivo de
la masonería será la ciencia del hombre”.
Pero
esta doctrina es de naturaleza filosófica,
“metafísica”, he dicho a menudo, ella no es de naturaleza religiosa, incluso si ésta se halla iluminada por la religión. Ella
no tiene pues carácter dogmático que
solo es reservado a las verdades religiosas, que son, y únicamente ellas, “enseñadas con autoridad y ofrecidas como
siendo de una certeza absoluta”. Que uno crea o no crea en estas “verdades”
no cambia estrictamente nada de su carácter propio.
Es pues
por una corrupción semántica que constituye una verdadera perversión, que
algunos se las ingenian para darle un giro absoluto, y en consecuencia
dogmático, a la doctrina rectificada. Esta es hija de la razón, por mucho que
dicha razón sea cristiana, y todo lo que es del orden de la razón es
susceptible de ser contestado, esta vez en nombre de otra razón que no es la
cristiana. La doctrina rectificada constituye, me atrevería a decir, un
absoluto relativo: ella constituye un absoluto para todo aquel que le otorga
con toda libertad y conciencia su adhesión. Pero únicamente para él.
No hay
una religión masónica, no hay pues dogma masónico.
En
contrapartida, un masón, para decirse cristiano, debe adherir una serie de
dogmas que le impone, no la masonería, sino su religión. Y para estos dogmas,
retomaré porque viene a cuento, la definición de los “primeros escritores
protestantes”: “las verdades sobre las
que los cristianos parecen estar de acuerdo”. Ya que, la masonería
rectificada, si bien es cristiana, en cambio no es confesional, sino que es
ecuménica (por emplear un término anacrónico en relación al tiempo de su
nacimiento).
Estas
verdades -¿es preciso recordarlas?-, son en número de tres, no más de tres,
pero tres necesariamente:
1.
La
Divina Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo;
2.
La
doble naturaleza de Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre;
3.
La
resurrección de los muertos.
Todo el
resto son especulaciones, lícitas si se quiere, pero no en masonería.
Jean-François Var
14 de noviembre del 2013
En la festividad de san Gregorio Palamás.
[1] Y también “caridad”. “Hacer o
dar caridad” se ha convertido en algo extremadamente despreciativo, mientras
que la Caridad es el summum de los “dones espirituales”, la “vía por
excelencia” (Pablo Iª Epístola a los Corintios, Capít. 13).
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