domingo, 29 de septiembre de 2013

Masones y Templarios. Después del Manuscrito de Chinon

Recientemente publiqué en este mismo espacio un artículo sobre Templarios y Masones, motivado por una creciente expectativa acerca de una posible reivindicación de Jackes de Molay, último Gran Maestre de la Orden de los Caballeros Templarios, por parte de la Iglesia Católica. El artículo estaba, lógicamente, vinculado al denominado templarismo masónico y provocó una cantidad de consultas y consideraciones de lectores, tanto profanos como masones, que ameritan que me explaye un poco más sobre el particular.



Dije en aquel artículo, y lo sostengo, que los trabajos de Barbara Frale debieran ser de lectura obligatoria para todos los masones pertenecientes a ritos que reclaman una herencia espiritual y caballeresca del Temple, porque no hay nada peor que el que no sabe, discute y se enoja. Y la realidad es que se ha escrito tanta basura en torno al vínculo entre templarios y masones que nunca es vano el intento de separar la cizaña del trigo.

Las investigaciones de Barbara Frale a partir del “descubrimiento” del Manuscrito de Chinon, no dejan dudas acerca del papel del papa Clemente V en el desgraciado final de la Orden, circunstancia que debiera –a mi juicio- poner a revisión el carácter vindicativo que determinados grados masónicos guardan respecto de la supuesta actuación nefasta del papa en los acontecimientos de 1307 y 1312, hoy desmentida.

Lo cierto es que pocas organizaciones han mantenido su vigencia en el “espacio esotérico occidental” como lo ha hecho la Orden del Temple. Los libros sobre los caballeros templarios se siguen multiplicando del mismo modo que crece la confusión como consecuencia de la banalización de uno de los fenómenos más complejos de la historia medieval.

En gran parte, esta pasión por el neotemplarismo es obra de los masones, a tal punto que podemos afirmar que sin la masonería estuardista escocesa en Francia (Ramsay) sin la vocación alemana de la Estricta Observancia en Alemania (von Hund) y el respeto eterno de los masones de Inglaterra, la cuestión templaria no habría tenido tal penetración en los círculos esotéricos europeos. Sin embargo, esta supervivencia se explica por una multitud de razones que exceden un trabajo como éste, aunque no por ello hayamos dejado de intentar la presentación de un esbozo que justifique tal afirmación. En todo caso remitimos al lector al artículo citado.

Pero sería injusto achacarnos únicamente a los masones esta fiebre templaria. En efecto, como si con el neotemplarismo masónico no tuviéramos ya de sobra, en las últimas décadas aparecieron como hongos, doquiera Europa y luego en América, centenas de cofradías templaristas (ya no me animo aquí a utilizar el término “templarias”) con los más variados fines: caballerescos, filantrópicos, esotéricos y hasta lúdicos (en los mejores casos), cuyas celebraciones son tan heterodoxas que las podemos encontrar tanto en una capilla cristiana medieval como en un círculo de menhires.

A diferencia de esas expresiones pintorescas, el debate sobre la Orden Templaria y su vínculo con la masonería lleva casi tres siglos. Es cierto que su punto culminante puede ubicarse en el Convento de Wilhelmsbad, convocado por el duque Ferdinand de Brunswick y el landgrave Carl von Hesse-Cassel en 1782. Pero no es menos cierto que el debate se remontaba a los tiempos del exilio estuardista en Francia y que continuó después.

El Convento tenía por objeto dos aspiraciones: a) poner freno a la multiplicidad de sistemas masónicos de “Altos Grados”; b) dilucidar verdaderamente si la Orden tenía un origen templario. Podría decirse que fue un fracaso en cuanto al primer punto, pero dejó en evidencia que existía una enorme dificultad para probar feacientemente la existencia del origen que buscaba resolver. Y si bien como consecuencia de ese Convento nació el actual Régimen Escocés Rectificado y con él la renuncia a una continuidad histórica y una reivindicación de herencia espiritual, que luego sería adaptada e imitada por otras órdenes, también son ciertas otras dos consecuencias no menos importantes.

La primera es que a poco tiempo de andar, la gran mayoría de Hermanos alemanes que sostenían el derecho a reivindicar la herencia total del Temple (tanto material como jurídica y espiritual) volvió al seno de la Orden de la Estricta Observancia, que siguió manteniendo un control casi hegemónico sobre la masonería alemana hasta bien entrado el siglo XIX.

La segunda es que a partir de Wilhelmsbad esta hegemonía no estuvo exenta de graves crisis provocadas por otras corrientes fuertemente influidas por los Iluminados de Babiera, que salieron fortalecidos de aquél Convento y que pugnaban por establecer un origen “racional” de la masonería, anclado en las corporaciones de oficio. Este debate, lejos de ser superficial, involucró a los masones más preclaros de la Alemania de fines del siglo XVIII y principios del XIX, tales como Ignatius Aurelius Fessler, Johann Gottlieb Fichte, Federico Schröder, Federico Mossdorf , Johann August Schneider, Johann Wilhelm Zinnendorf, Adolf Franz von Knigge, Franz Friedrich Dittfurth von Wetzlar, Johann Juachin Bode y Carl C. Krause por nombrar sólo algunos.

No todos estos hombres formaban un frente monolítico en cuanto su visión de la Orden, puesto que -si bien compartían una misma actitud frente al desenfreno de ritos y grados, y creían firmemente en un origen medieval y gremial de la Orden- a veces no coincidían en la necesidad de encontrar una “historia oficial”. Al respecto, en la correspondencia entre Fichte y Fessler, a la sazón enfrentados en una querella interna, Fichte se pregunta: ...¿Con qué propósito quiere el masón una historia de su Orden, que le sirva, además, como explicación misma de esta misma Orden? [1]

Incluso sería necio desconocer que este debate aún se mantiene en círculos académicos. Baste mencionar la obra de Oncina Coves sobre el epistolario de Fichte “Cartas a Constant”, en la que afirma que:

“...Entre los rasgos principales de este período hay que subrayar los siguientes: la introducción de los grados superiores (a menudo tendiendo un velo de misterio sobre los que ocupan el vértice de la jerarquía), deudores de las Órdenes de los Caballeros , se había realizado con menoscabo de los grados simbólicos provenientes de la masonería operativa, esto es, de los gremios medievales de constructores; la presencia del esoterismo más burdo; y la proliferación por una parte, de sistemas y rituales masónicos y, por otra, de sectas no estrictamente masónicas, sembrando el caos...”[2]

En 1810, Carl Krause -cuyo pensamiento filosófico denominado “krausismo” tendría profunda influencia en la política de España y de Argentina a principios del siglo XX- sería expulsado de la Orden y perseguido implacablemente como consecuencia de sus posiciones contrarias al neotemplarismo. Federico Mossdorf seguiría su mismo camino, mientras que los Iluminados de Babiera se consolidarían como el ala atea más radical de la masonería europea. [3]

Este breve introito debiera servir como suficiente muestra del grado de importancia que tuvo y tiene la cuestión templaria en la francmasonería. Pues no se trata de colocarse una capa de cruzado y de recaudar fondos para la filantropía, sino de la defensa de una tradición caballeresca–espiritual que tiende a un modelo de hombre, hoy casi extinguido. En la actualidad la tradición masónico-templaria está principalmente representada por tres corrientes en orden a su presencia en el mundo:

1.- The United, Religious, Military and Masonic Orders of the Knight Templars and Knights Hospitaliers of Saint John of Jerusalen, Rhodes, Malta and Provinces Overseas, de origen británico.
2.- La Orden de los Caballeros Bienechores de la Ciudad Santa, que conforma la Orden Interior o Clase Caballeresca del Régimen Escocés Rectificado, surgido precisamente en el Convento de Wilhelmsbad de raigambre francesa.
3.- La Orden de la Estricta Observancia Templaria, propiamente dicha, que goza de buena salud en Alemania, aún hoy día.

A estas tres Órdenes trinitarias habría que agregar el Grado 30º (Caballero Kadosh) del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, hecha la salvedad de que para acceder al mismo generalmente no hace falta ser trinitario y que el mismo, a diferencia de las órdenes mencionadas, tiene un carácter vindicativo contra la Iglesia a la que acusa de masacrar al Temple, colocando la responsabilidad en cabeza de Clemente V.  

En efecto, antes de que Barbara Frale encontrase el Manuscrito de Chinón en los Archivos Secretos del Vaticano, hecho ocurrido en el año 2001 -un documento que forma parte de la investigación pontificia llevada a cabo luego del apresamiento de los Templarios de Francia por parte de la policía de Felipe, fechado en 1308- las opiniones permanecían divididas respecto de la actitud de la Iglesia frente al proceso iniciado por el rey.

Mientras que para las Ordenes Masónicas de tradición templaria la cuestión se inclinaba en defensa del papado cargando la responsabilidad al rey de Francia, para otras corrientes masónicas, como el REAA, los grados templarios se basaban en el presupuesto de que la responsabilidad de la condena recaía tanto en el rey como en el pontífice. Como ocurre con muchos puntos masónicos de fricción, una mitad de la biblioteca afirmaba una cosa y la otra mitad lo contrario. Y no me refiero a libros escritos por masones –que podrían ser considerados con intencionalidad histórica- sino de la autoría de académicos respetables. Daré un ejemplo recurriendo a dos autoridades modernas en la investigación del proceso, anteriores al descubrimiento de Frale.

Malcom Barber, autor de The Trial of de Templar, catedrático de la Universidad de Reading, realizó una profunda investigación del proceso, publicada en italiano bajo el título Processo ai Templari, una questione politica[4] en la que sostiene que si Clemente hubiese estado dispuesto a condescender con el golpe de mano del 13 de octubre de 1307, podría haber llegado a un acuerdo rápido, aunque sin dudas deshonroso, en beneficio de Felipe y la Orden hubiera sido disuelta de inmediato. Sin embargo, inmediatamente promulga el 22 de noviembre la bula Pastoralis praeminentiae, con la cual pone la cuestión templaria en el centro de la Iglesia, impidiendo de tal modo que quedara en manos de Felipe. Al hacer público el proceso éste no podría llevarse a cabo de la manera que el rey lo pretendía sin detrimento de la reputación de las personas involucradas. Barber resume la posición de muchos historiadores que consideraban a la Iglesia como otra víctima del rey. Evidentemente los documentos descubiertos por Frale han dado la razón a esta corriente.

Para quienes no conocen la obra de Malcom Barber vale la pena señalar que es reconocido como el más destacado investigador británico sobre los templarios. El escritor Piers Paul Read –cuyo best-seller The Templars, publicado en 1999 en inglés y en español en el 2000, ha hecho las delicias de miles de masones- le atribuye haber dicho que las especulaciones en torno a los templarios, al filo del nuevo milenio, han generado una “pequeña industria muy activa, rentable por igual para científicos, historiadores del arte, periodistas, publicitas y expertos en televisión[5] Read sabrá pos qué lo dice.

En la contraparte citaré a Andreas Beck, catedrático de la Universidad de Friburgo, autor de Der Untergang der Templer, Groβter Justizmord des Mittelalters, publicado en español con el título El Fin de los Templarios, un exterminio en nombre de la legalidad[6], en el que afirma que la sumisión de los templarios a los dirigentes de la Iglesia que los abandona y los persigue, demuestra más que cualquier otra cosa que eran fieles a la Iglesia y a la ortodoxia. Para Beck, la Iglesia fue cómplice de los actos de tortura que llevaron a las confesiones que habrían permitido declarar herética a la Orden, a la vez que acusa a la Inquisición de haber oído lo que con el empleo de la tortura se había propuesto oír. El Manuscrito de Chinon y todos los documentos adjuntos a la investigación de Barbara Frale desmienten las conclusiones –muy bien intencionadas, pero equivocadas- de Andreas Beck. Pero es claro que esta posición ha sostenido la actitud propia de los “Grados de Venganza”.

He creído oportuno reproducir ambas opiniones porque exponen de modo muy crudo las diferencias que subsistían respecto del Proceso a los Templarios, opiniones que quedan zanjadas cuando se estudian las conclusiones de la investigación de Frale, publicada bajo el título Il Papato e il proceso ai Templari[7].

Los documentos a los que tuvo acceso la historiadora italiana son categóricos respecto a la absolución de los templarios por parte del papa y dieron lugar a una nueva serie de investigaciones entre las que destaca, en mi opinión, la de Simoneta Cerrini. Veamos por qué.

Historiadora italiana, autora de una tesis sobre la espiritualidad de los templarios, y miembro destacado de la Society for the Study of de Crusades and the Latin East, Cerrini publicó un libro bajo el título La revolution des templiers[8] que resulta de particular interés para los masones, en especial para quienes formamos parte del denominado templarismo masónico. Su trabajo plantea aspectos sensibles: La ruptura del orden trifuncional de la sociedad medieval y la autonomía espiritual del Temple; la existencia de una “liturgia” templaria en ultramar, diferente a la que se practicaba en Occiente; la influencia de algunas corrientes judías –como la kabala- en el simbolismo templario y, tal vez lo más controvertido: las relaciones del Temple con el mundo islámico. Abramos el juego.

La historia de la Orden del Temple ha sido analizada desde las más diversas perspectivas. La historia militar (no me cansaré de recomendar la obra de John Robinson Mazmorra, hoguera y espada) relacionada directamente con las cruzadas, es conocida en sus más mínimos detalles, al igual que su origen y el de su Regla, basada en la de la Orden de San Benito. Pero, frecuentemente, esta historia militar del Temple pasa por alto aspectos fundamentales que, de por sí, constituyen una anomalía y una desviación en el orden político-jurídico de la Edad Media: Su autonomía espiritual y su independencia litúrgica.

Otra cuestión, que resulta a menudo compleja, es la relación de los templarios con el Islam. No se trata de un asunto menor, por el contrario, esta particularidad debería ser tenida en cuenta en un momento en el que el lenguaje neo-medieval de Al Qaeda reflota el odio a los “cruzados”, un odio que desconoce las similitudes éticas de ambas religiones. Es famosa una frase de Saladino, que solía afirmar –en tiempos en los que la conversión podía ser la única ruta de salvación en la derrota- que un mal cristiano nunca llegaría a ser un buen musulmán, del mismo modo que un mal musulmán nunca llegaría a ser un buen cristiano.  

Tampoco es menor la cantidad de documentos que reafirman la creencia de un “esoterismo templario” o, al menos, la existencia de puntos de contacto con elementos provenientes de la kabala hebrea y del sufismo islámico.

El problema que se presenta ante esta perspectiva es que si todas estas aristas se  mezclan o se quitan de contexto, entonces quedamos a un paso del absurdo, de un neotemplarismo de carnaval, de una trampa para incautos y una fiesta para gurúes tramposos.

Permítaseme abordar, esta vez, la cuestión de la autonomía espiritual.

Desde los primeros siglos del cristianismo se ha reconocido una diferenciación entre clérigos y laicos y una jerarquía que podría definirse como una distinción carismática, no jurídica. Sin embargo, cuando se cristianizó el Imperio Romano, las primeras instituciones cristianas sufrieron un punto de inflexión al producirse la primera división de funciones. El sacerdocio dio paso a la conformación del clero, pero el papel de los laicos nunca estuvo en duda. Simonetta Cerrini recuerda, por ejemplo, que Ambrosio fue elegido obispo de Milán sin ser siquiera sacerdote: era senador romano.

El orden jurídico-funcional de la sociedad medieval tiene su origen en la trifuncionalidad religiosa y social de los pueblos indoeuropeos  -demostrada en la tesis de Geoges Dumezil (otro autor que todos los masones debieran leer para comprender las raíces del trinitarismo) a cuyo trabajo nos remitimos- que se aplicaría tanto al mundo de los dioses (Brahma-Vishnu-Shiva; Aura Mazda-Ormuz-Arimán; Osiris-Isis-Horus etc.) como a los hombres.

En el caso del cristianismo, los primeros esquemas trifuncionales fueron establecidos por los Padres de la Iglesia. Basado en dos pasajes del Evangelio de Mateo (13, 8 y 23) el primer modelo trifuncional de perfección se refería a los mártires, las vírgenes y las personas casadas. Cuando cesó la persecución y ya no hubo mártires la secuencia se modificó por esta otra: las vírgenes, los viudos y las personas casadas. Finalmente, los monjes tomaron el lugar de los mártires y se avanzó, casi a fines del primer milenio, a un modelo en sintonía con la tradición indoeuropea, dividiéndose la sociedad entre los orantes, los combatientes y los trabajadores (siervos-agricultores). George Duby ha escrito importantes trabajos en torno a la descripción de estos tres órdenes de la sociedad medieval, especialmente en su análisis de las descripciones hechas por los obispos Adalbéron de Laon y Gérard de Cambrai a principios del siglo XI.

Para Gérard de Cambrai el género humano estaba compuesto por los oratores (personas que se apartan del siglo y consagran su vida a la oración), los pugnatores (guerreros a quienes la santa plegaria de los oratores, a quienes protegen, expía de los delitos de sus armas), y a los agricultores. De manera similar, para Adalbéron de Laon la Casa de Dios es Triple: algunos oran, otros combaten –bellatores- y otros trabajan.

En este contexto, el Temple constituye una anomalía en el orden trifuncional. En primer lugar porque se conjuga en ellos a dos órdenes: los oratores y los bellatores. Son monjes y a la vez guerreros, incluso algunos, como su primer Maestre y Prior Hugues de Paiens, continúan siendo laicos aún luego de que la nueva comunidad religiosa es reconocida oficialmente por la Iglesia. Y he aquí el primer aspecto absolutamente original del Temple, pues como bien lo define Simoneta Cerrini, “…esa resistencia, relacionada sin dudas con su condición de combatiente, convertía a Hugues y a sus hermanos en herederos de la realeza sagrada, la única vía laica hacia la santidad que mantuvo autonomía respecto del clero…”[9]

El núcleo de este punto de ruptura en el orden jurídico medieval está incorporado en el artículo 48 de la Regla –artículo que evidentemente no proviene de la Regla de San Benito- y que constituye un golpe de timón de gravedad absoluta: matar al enemigo público sin que sea pecado.

En el futuro, los caballeros del Temple no necesitaran de los oratores, para que con sus “santas plegarias” expíen los pecados de sus armas. Queda claro que los caballeros del Temple adquirieron autonomía espiritual y que dicha autonomía los convirtió en religiosos “laicos”. Esta definición de Simonetta Cerrini, para quien los templarios ocupan un lugar notable y original en la historia de la espiritualidad de los laicos, aporta encarnadura a la justificación del templarismo masónico. No sólo eso: son palabras que provocan un eco inmediato en el masón templario y que otorgan una pista a aquellos masones que –renegando de toda espiritualidad- encuentran una contradicción entre la laicidad propia de la Orden Masónica y la espiritualidad cuasi monástica de la Orden del Temple.

Dejaremos para otra ocasión la cuestión del Islam. Son tiempos de diálogo y mucho aprenderíamos del tipo de sociedad pluricultural que existió en Oriente Medio en los dos siglos de presencia templaria. En todo caso, queda recomendada la lectura de Cerrini. Un último punto: El libro de Frale contiene un “Appendice diplomática” que va mucho más allá del Manuscrito de Chinon. Y para los cazadores de libros una pequeña joyita publicada por Maprosti & Lisanti, I Templari e L´Interrogatorio di Chinon, de Domenico Lancianese. No aporta mucho más pero, ¡qué lindo tenerlo en la biblioteca! Agradezco al Q.·. H.·. Equis, que me lo trajo de Italia.


[1] Oncina Coves, Faustino; Filosofía de la Masonería, Edición de Faustino Oncina Coves, Istmo, Madrid 1997, pa. 17, 18 y siguientes.
[2] Ob. cit. Ibidem
[3] Callaey, Eduardo R.; Monjes y Canteros, Dunken, Buenos Aires, 2001. Pp. 19-24. Hemos dedicado en este libro un capítulo completo a la cuestión de Krause.
[4] Barber, Malcom; Processo ai Templari, una questione política; ECIG, Génova, 1998.
[5] Read, Piers Paul; Los Templarios, Vergara, Buenos Aires, 2000. p. 353 y ss.
[6] Beck, Andreas; El Fin de los Templarios, un exterminio en nombre de la legalidad; Península, Barcelona, 1992
[7] Frale, Barbara; Il Papato e il proceso ai Templari, Viella, Roma, 2003
[8] Cerrini, Simonetta, La Revolución de los Templarios, Editorial El Ateneo; Buenos Aires, 2008
[9] Cerrini, Simonetta, Ob. cit., pag. 258

3 comentarios:

  1. Es interesante y muy valioso el esfuerzo que destina el autor por enfatizar y para motivar el estudio y la investigación acerca del tema. Sin embargo, en una simple impresión, del todo superficial, y me disculpo por ello, me parece que no se explica, por ejemplo, de qué manera se produce o se produjo el trasvase del contenido esotérico e Iniciático -si acaso lo hubo o si lo hubiera habido- del Temple a la Masonería, ni tampoco el cómo ni el porqué o para qué, los antiguos obreros y artesanos, hubieran aspirado, requerido o necesitado, ser "caballeros"... En otras palabras, ¿¿cómo y cuándo el Gremio de Constructores, se convirtió en una Orden...?? primero; ¿fue suficiente el pasaje de una etapa o fase operativa a otra especulativa? después; y por último, ¿cuál es la garantía que el Ritual utilizado en aquellos grados filosóficos Templarios, sea eficaz y resulte eficiente?... ¿cuál es su fuente?... ¿de dónde proviene?... quizá, ¿de fuentes Templarias? o, ¿es una creación netamente Masónica tardía?... En fin, me parece que más allá de Chinon y de Bárbara Frale, del Vaticano y del Templarismo o Neotemplarismo, "New Age" o no, existen cuestiones de fondo que podríamos intentar dilucidar sino aclarar o por lo menos, definir hasta donde sea posible. Muchas gracias por vuestra atención y paciencia.

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  2. Es curioso que tanto el autor como el comentarista sean amigos míos y que el comentario haya sido escrito el día de mi cumpleaños nro. 42.
    Pero yendo al punto, en la humilde opinión personal de este servidor, creo, sobre las investigaciones, descubrimientos y aclaraciones (como el importantísimo manuscrito de Chinon), que si bien nos son de suma utilidad para comparar, contrastar y deducir muchas cosas, no llegan a ser tan cruciales como el buen criterio y la intuición, herramientas mayores que nos permiten ver más allá de lo evidente (sí, como la magnifica alegoría de la Espada del Augurio de Leono y los Thundercats) y ser capaces de dilucidar la verdad para ir en pos de ella.

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  3. Es curioso que tanto el autor del artículo como el del comentario sean mis amigos, y que este último haya sido escrito el día de mi cumpleaños nro. 42.

    Pero yendo al punto, en opinión de este humilde servidor, sobre los estudios y descubrimientos históricos (como el importantísimo manuscrito de Chinon), creo que son herramientas de suma utilidad para comparar, contrastar, deducir y juzgar.
    Mas, de poco nos sirven si es que no son dirigidas por una herramienta mayor, que es la intuición, la cual nos permite ver más allá de lo evidente (sí, como la magnífica alegoría de la Espada del Augurio de Leono y los Thundercats), para así vislumbrar la verdad y luego ir en pos de ella.

    Tal vez nunca lleguemos a aclarar qué sucedió exactamente, pero durante la empresa, adquiriremos invaluables conocimientos, tal como empieza el poema “Itaca” de Konstantínos Kaváfis;

    "Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca,
    debes rogar que el viaje sea largo,
    lleno de peripecias, lleno de experiencias".

    Y como finaliza:

    “Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
    Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
    sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.”

    Raffaele Storino

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