Recientemente publiqué
en este mismo espacio un artículo sobre Templarios y Masones, motivado por una
creciente expectativa acerca de una posible reivindicación de Jackes de Molay,
último Gran Maestre de la Orden de los Caballeros Templarios, por parte de la
Iglesia Católica. El artículo estaba, lógicamente, vinculado al denominado
templarismo masónico y provocó una cantidad de consultas y consideraciones de
lectores, tanto profanos como masones, que ameritan que me explaye un poco más
sobre el particular.
Dije en aquel artículo,
y lo sostengo, que los trabajos de Barbara Frale debieran ser de lectura
obligatoria para todos los masones pertenecientes a ritos que reclaman una herencia
espiritual y caballeresca del Temple, porque no hay nada peor que el que no
sabe, discute y se enoja. Y la realidad es que se ha escrito tanta basura en
torno al vínculo entre templarios y masones que nunca es vano el intento de
separar la cizaña del trigo.
Las investigaciones de
Barbara Frale a partir del “descubrimiento” del Manuscrito de Chinon, no dejan dudas acerca del papel del papa
Clemente V en el desgraciado final de la Orden, circunstancia que debiera –a mi
juicio- poner a revisión el carácter vindicativo que determinados grados masónicos
guardan respecto de la supuesta actuación nefasta del papa en los acontecimientos
de 1307 y 1312, hoy desmentida.
Lo cierto es que pocas organizaciones
han mantenido su vigencia en el “espacio esotérico occidental” como lo ha hecho
la Orden del Temple. Los libros sobre los caballeros templarios se siguen
multiplicando del mismo modo que crece la confusión como consecuencia de la
banalización de uno de los fenómenos más complejos de la historia medieval.
En gran parte, esta
pasión por el neotemplarismo es obra de los masones, a tal punto que podemos
afirmar que sin la masonería estuardista escocesa en Francia (Ramsay) sin la
vocación alemana de la Estricta Observancia en Alemania (von Hund) y el respeto
eterno de los masones de Inglaterra, la cuestión templaria no habría tenido tal
penetración en los círculos esotéricos europeos. Sin embargo, esta
supervivencia se explica por una multitud de razones que exceden un trabajo
como éste, aunque no por ello hayamos dejado de intentar la presentación de un
esbozo que justifique tal afirmación. En todo caso remitimos al lector al
artículo citado.
Pero sería injusto
achacarnos únicamente a los masones esta fiebre templaria. En efecto, como si
con el neotemplarismo masónico no tuviéramos ya de sobra, en las últimas
décadas aparecieron como hongos, doquiera Europa y luego en América, centenas
de cofradías templaristas (ya no me animo aquí a utilizar el término “templarias”)
con los más variados fines: caballerescos, filantrópicos, esotéricos y hasta
lúdicos (en los mejores casos), cuyas celebraciones son tan heterodoxas que las
podemos encontrar tanto en una capilla cristiana medieval como en un círculo de
menhires.
A diferencia de esas expresiones
pintorescas, el debate sobre la Orden Templaria y su vínculo con la masonería
lleva casi tres siglos. Es cierto que su punto culminante puede ubicarse en el
Convento de Wilhelmsbad, convocado por el duque Ferdinand de Brunswick y el
landgrave Carl von Hesse-Cassel en 1782. Pero no es menos cierto que el debate
se remontaba a los tiempos del exilio estuardista en Francia y que continuó
después.
El Convento tenía por
objeto dos aspiraciones: a) poner
freno a la multiplicidad de sistemas masónicos de “Altos
Grados”; b) dilucidar verdaderamente si la Orden tenía un origen templario.
Podría decirse que fue un
fracaso en cuanto al primer punto, pero dejó en
evidencia que existía una
enorme dificultad para probar
feacientemente la existencia del origen que buscaba resolver. Y si bien como
consecuencia de ese Convento nació el actual Régimen Escocés Rectificado y con
él la renuncia a una continuidad histórica y una reivindicación de herencia
espiritual, que luego sería adaptada e imitada por otras órdenes, también son
ciertas otras dos consecuencias no menos importantes.
La primera es que a
poco tiempo de andar, la gran mayoría de Hermanos alemanes que sostenían el
derecho a reivindicar la herencia total del Temple (tanto material como
jurídica y espiritual) volvió al seno de la Orden de la Estricta Observancia,
que siguió manteniendo un control casi hegemónico sobre la masonería alemana
hasta bien entrado el siglo XIX.
La segunda es que a
partir de Wilhelmsbad esta hegemonía no estuvo exenta de graves crisis
provocadas por otras corrientes fuertemente influidas por los Iluminados de
Babiera, que salieron fortalecidos de aquél Convento y que pugnaban por
establecer un origen “racional” de la masonería, anclado en las corporaciones
de oficio. Este debate, lejos de ser superficial, involucró a los masones más
preclaros de la Alemania de fines del siglo XVIII y principios del XIX, tales
como Ignatius Aurelius
Fessler, Johann Gottlieb Fichte, Federico Schröder, Federico
Mossdorf , Johann
August Schneider, Johann Wilhelm
Zinnendorf, Adolf Franz von Knigge, Franz Friedrich Dittfurth von Wetzlar,
Johann Juachin Bode y Carl C. Krause por nombrar sólo
algunos.
No todos estos hombres formaban un frente monolítico en cuanto su
visión de la Orden ,
puesto que -si bien compartían una misma actitud frente al desenfreno de ritos
y grados, y creían firmemente en un origen medieval y gremial de la Orden- a veces no
coincidían en la necesidad de encontrar una “historia oficial”. Al respecto, en la correspondencia entre
Fichte y Fessler, a la sazón enfrentados en una querella
interna, Fichte se pregunta: ...¿Con qué propósito quiere el masón una
historia de su Orden, que le sirva, además, como explicación misma de esta
misma Orden…?
[1]
Incluso sería necio
desconocer que este debate aún se mantiene en círculos académicos. Baste
mencionar la obra de Oncina Coves sobre el epistolario de Fichte “Cartas a
Constant”, en la que afirma que:
“...Entre los rasgos principales de este período hay que subrayar los
siguientes: la introducción de los grados superiores (a menudo tendiendo un
velo de misterio sobre los que ocupan el vértice de la jerarquía), deudores de
las Órdenes de los Caballeros , se había realizado con menoscabo de los grados
simbólicos provenientes de la masonería operativa, esto es, de los gremios
medievales de constructores; la presencia del esoterismo más burdo; y la
proliferación por una parte, de sistemas y rituales masónicos y, por otra, de
sectas no estrictamente masónicas, sembrando el caos...”[2]
En 1810, Carl Krause -cuyo
pensamiento filosófico denominado “krausismo” tendría profunda influencia en la
política de España y de Argentina a principios del siglo XX- sería expulsado de
la Orden y perseguido implacablemente como consecuencia de sus posiciones
contrarias al neotemplarismo. Federico Mossdorf seguiría su mismo camino, mientras
que los Iluminados de Babiera se consolidarían como el ala atea más radical de
la masonería europea. [3]
Este breve introito
debiera servir como suficiente muestra del grado de importancia que tuvo y
tiene la cuestión templaria en la francmasonería. Pues no se trata de colocarse
una capa de cruzado y de recaudar fondos para la filantropía, sino de la
defensa de una tradición caballeresca–espiritual que tiende a un modelo de
hombre, hoy casi extinguido. En la actualidad la tradición masónico-templaria
está principalmente representada por tres corrientes en orden a su presencia en
el mundo:
1.- The United, Religious, Military and Masonic Orders
of the Knight Templars and Knights Hospitaliers of Saint John of Jerusalen,
Rhodes, Malta and Provinces Overseas, de origen británico.
2.- La Orden de los
Caballeros Bienechores de la Ciudad Santa, que conforma la Orden Interior o
Clase Caballeresca del Régimen Escocés Rectificado, surgido precisamente en el
Convento de Wilhelmsbad de raigambre francesa.
3.- La Orden de la
Estricta Observancia Templaria, propiamente dicha, que goza de buena salud en
Alemania, aún hoy día.
A estas tres Órdenes
trinitarias habría que agregar el Grado 30º (Caballero Kadosh) del Rito Escocés
Antiguo y Aceptado, hecha la salvedad de que para acceder al mismo generalmente
no hace falta ser trinitario y que el mismo, a diferencia de las órdenes
mencionadas, tiene un carácter vindicativo contra la Iglesia a la que acusa de
masacrar al Temple, colocando la responsabilidad en cabeza de Clemente V.
En
efecto, antes de que Barbara Frale encontrase el Manuscrito de Chinón en los
Archivos Secretos del Vaticano, hecho ocurrido en el año 2001 -un documento que
forma parte de la investigación pontificia llevada a cabo luego del
apresamiento de los Templarios de Francia por parte de la policía de Felipe,
fechado en 1308- las opiniones permanecían divididas respecto de la actitud de
la Iglesia frente al proceso iniciado por el rey.
Mientras
que para las Ordenes Masónicas de tradición templaria la cuestión se inclinaba
en defensa del papado cargando la responsabilidad al rey de Francia, para otras
corrientes masónicas, como el REAA, los grados templarios se basaban en el
presupuesto de que la responsabilidad de la condena recaía tanto en el rey como
en el pontífice. Como ocurre con muchos puntos masónicos de fricción, una mitad
de la biblioteca afirmaba una cosa y la otra mitad lo contrario. Y no me refiero
a libros escritos por masones –que podrían ser considerados con intencionalidad
histórica- sino de la autoría de académicos respetables. Daré un ejemplo
recurriendo a dos autoridades modernas en la investigación del proceso,
anteriores al descubrimiento de Frale.
Malcom
Barber, autor de The Trial of de Templar,
catedrático de la Universidad de Reading, realizó una profunda investigación
del proceso, publicada en italiano bajo el título Processo ai Templari, una questione politica[4]
en la que sostiene que si Clemente hubiese estado dispuesto a condescender con
el golpe de mano del 13 de octubre de 1307, podría haber llegado a un acuerdo rápido,
aunque sin dudas deshonroso, en beneficio de Felipe y la Orden hubiera sido
disuelta de inmediato. Sin embargo, inmediatamente promulga el 22 de noviembre la
bula Pastoralis praeminentiae, con la
cual pone la cuestión templaria en el centro de la Iglesia, impidiendo de tal
modo que quedara en manos de Felipe. Al hacer público el proceso éste no podría
llevarse a cabo de la manera que el rey lo pretendía sin detrimento de la
reputación de las personas involucradas. Barber resume la posición de muchos
historiadores que consideraban a la Iglesia como otra víctima del rey.
Evidentemente los documentos descubiertos por Frale han dado la razón a esta
corriente.
Para
quienes no conocen la obra de Malcom Barber vale la pena señalar que es
reconocido como el más destacado investigador británico sobre los templarios.
El escritor Piers Paul Read –cuyo best-seller The Templars, publicado en 1999 en inglés y en español en el 2000,
ha hecho las delicias de miles de masones- le atribuye haber dicho que las
especulaciones en torno a los templarios, al filo del nuevo milenio, han
generado una “pequeña industria muy
activa, rentable por igual para científicos, historiadores del arte,
periodistas, publicitas y expertos en televisión”[5] Read sabrá pos qué lo dice.
En
la contraparte citaré a Andreas Beck, catedrático de la Universidad de
Friburgo, autor de Der Untergang der
Templer, Groβter Justizmord des Mittelalters, publicado en español con el
título El Fin de los Templarios, un
exterminio en nombre de la legalidad[6],
en el que afirma que la sumisión de los templarios a los dirigentes de la Iglesia que los abandona y los
persigue, demuestra más que cualquier otra cosa que eran fieles a la
Iglesia y a la ortodoxia. Para Beck, la Iglesia fue cómplice de los actos de
tortura que llevaron a las confesiones que habrían permitido declarar herética
a la Orden, a la vez que acusa a la Inquisición de haber oído lo que con el empleo de la tortura se había propuesto oír.
El Manuscrito de Chinon y todos los documentos adjuntos a la investigación de
Barbara Frale desmienten las conclusiones –muy bien intencionadas, pero
equivocadas- de Andreas Beck. Pero es
claro que esta posición ha sostenido la actitud propia de los “Grados
de Venganza”.
He
creído oportuno reproducir ambas opiniones porque exponen de modo muy crudo las
diferencias que subsistían respecto del Proceso a los Templarios, opiniones que
quedan zanjadas cuando se estudian las conclusiones de la investigación de
Frale, publicada bajo el título Il Papato
e il proceso ai Templari[7].
Los
documentos a los que tuvo acceso la historiadora italiana son categóricos
respecto a la absolución de los templarios por parte del papa y dieron lugar a
una nueva serie de investigaciones entre las que destaca, en mi opinión, la de
Simoneta Cerrini. Veamos por qué.
Historiadora
italiana, autora de una tesis sobre la espiritualidad de los templarios, y
miembro destacado de la Society for the
Study of de Crusades and the Latin East, Cerrini publicó un libro bajo el
título La revolution des templiers[8]
que resulta de particular interés para los masones, en especial para quienes
formamos parte del denominado templarismo masónico. Su trabajo plantea aspectos
sensibles: La ruptura del orden trifuncional de la sociedad medieval y la
autonomía espiritual del Temple; la existencia de una “liturgia” templaria en
ultramar, diferente a la que se practicaba en Occiente; la influencia de
algunas corrientes judías –como la kabala- en el simbolismo templario y, tal
vez lo más controvertido: las relaciones del Temple con el mundo islámico.
Abramos el juego.
La
historia de la Orden del Temple ha sido analizada desde las más diversas perspectivas.
La historia militar (no me cansaré de recomendar la obra de John Robinson Mazmorra, hoguera y espada) relacionada
directamente con las cruzadas, es conocida en sus más mínimos detalles, al
igual que su origen y el de su Regla, basada en la de la Orden de San Benito.
Pero, frecuentemente, esta historia militar del Temple pasa por alto aspectos
fundamentales que, de por sí, constituyen una anomalía y una desviación en el
orden político-jurídico de la Edad Media: Su autonomía espiritual y su
independencia litúrgica.
Otra
cuestión, que resulta a menudo compleja, es la relación de los templarios con
el Islam. No se trata de un asunto menor, por el contrario, esta particularidad
debería ser tenida en cuenta en un momento en el que el lenguaje neo-medieval
de Al Qaeda reflota el odio a los “cruzados”, un odio que desconoce las
similitudes éticas de ambas religiones. Es famosa una frase de Saladino, que
solía afirmar –en tiempos en los que la conversión podía ser la única ruta de
salvación en la derrota- que un mal
cristiano nunca llegaría a ser un buen musulmán, del mismo modo que un mal
musulmán nunca llegaría a ser un buen cristiano.
Tampoco
es menor la cantidad de documentos que reafirman la creencia de un “esoterismo
templario” o, al menos, la existencia de puntos de contacto con elementos
provenientes de la kabala hebrea y del sufismo islámico.
El
problema que se presenta ante esta perspectiva es que si todas estas aristas
se mezclan o se quitan de contexto,
entonces quedamos a un paso del absurdo, de un neotemplarismo de carnaval, de una
trampa para incautos y una fiesta para gurúes tramposos.
Permítaseme
abordar, esta vez, la cuestión de la autonomía espiritual.
Desde
los primeros siglos del cristianismo se ha reconocido una diferenciación entre
clérigos y laicos y una jerarquía que podría definirse como una distinción
carismática, no jurídica. Sin embargo, cuando se cristianizó el Imperio Romano,
las primeras instituciones cristianas sufrieron un punto de inflexión al
producirse la primera división de funciones. El sacerdocio dio paso a la
conformación del clero, pero el papel de los laicos nunca estuvo en duda.
Simonetta Cerrini recuerda, por ejemplo, que Ambrosio fue elegido obispo de
Milán sin ser siquiera sacerdote: era senador romano.
El
orden jurídico-funcional de la sociedad medieval tiene su origen en la
trifuncionalidad religiosa y social de los pueblos indoeuropeos -demostrada en la tesis de Geoges Dumezil
(otro autor que todos los masones debieran leer para comprender las raíces del
trinitarismo) a cuyo trabajo nos remitimos- que se aplicaría tanto al mundo de
los dioses (Brahma-Vishnu-Shiva; Aura Mazda-Ormuz-Arimán; Osiris-Isis-Horus
etc.) como a los hombres.
En
el caso del cristianismo, los primeros esquemas trifuncionales fueron
establecidos por los Padres de la Iglesia. Basado en dos pasajes del Evangelio
de Mateo (13, 8 y 23) el primer modelo trifuncional de perfección se refería a
los mártires, las vírgenes y las personas casadas. Cuando cesó la persecución y
ya no hubo mártires la secuencia se modificó por esta otra: las vírgenes, los
viudos y las personas casadas. Finalmente, los monjes tomaron el lugar de los
mártires y se avanzó, casi a fines del primer milenio, a un modelo en sintonía
con la tradición indoeuropea, dividiéndose la sociedad entre los orantes, los
combatientes y los trabajadores (siervos-agricultores). George Duby ha escrito
importantes trabajos en torno a la descripción de estos tres órdenes de la
sociedad medieval, especialmente en su análisis de las descripciones hechas por
los obispos Adalbéron de Laon y Gérard de Cambrai a principios del siglo XI.
Para
Gérard de Cambrai el género humano estaba compuesto por los oratores (personas que se apartan del
siglo y consagran su vida a la oración), los pugnatores (guerreros a quienes la santa plegaria de los oratores,
a quienes protegen, expía de los delitos de sus armas), y a los agricultores. De manera similar, para Adalbéron
de Laon la Casa de Dios es Triple: algunos oran, otros combaten –bellatores- y otros trabajan.
En
este contexto, el Temple constituye una anomalía en el orden trifuncional. En
primer lugar porque se conjuga en ellos a dos órdenes: los oratores y los bellatores.
Son monjes y a la vez guerreros, incluso algunos, como su primer Maestre y Prior
Hugues de Paiens, continúan siendo laicos aún luego de que la nueva comunidad
religiosa es reconocida oficialmente por la Iglesia. Y he aquí el primer
aspecto absolutamente original del Temple, pues como bien lo define Simoneta
Cerrini, “…esa resistencia, relacionada
sin dudas con su condición de combatiente, convertía a Hugues y a sus hermanos
en herederos de la realeza sagrada, la única vía laica hacia la santidad que
mantuvo autonomía respecto del clero…”[9]
El
núcleo de este punto de ruptura en el orden jurídico medieval está incorporado
en el artículo 48 de la Regla –artículo que evidentemente no proviene de la
Regla de San Benito- y que constituye un golpe de timón de gravedad absoluta: matar al enemigo público sin que sea pecado.
En
el futuro, los caballeros del Temple no necesitaran de los oratores, para que con sus “santas
plegarias” expíen los pecados de sus armas. Queda claro que los caballeros
del Temple adquirieron autonomía espiritual y que dicha autonomía los convirtió
en religiosos “laicos”. Esta definición de Simonetta Cerrini, para quien los
templarios ocupan un lugar notable y original en la historia de la
espiritualidad de los laicos, aporta encarnadura a la justificación del
templarismo masónico. No sólo eso: son palabras que provocan un eco inmediato
en el masón templario y que otorgan una pista a aquellos masones que –renegando
de toda espiritualidad- encuentran una contradicción entre la laicidad propia
de la Orden Masónica y la espiritualidad cuasi monástica de la Orden del
Temple.
Dejaremos
para otra ocasión la cuestión del Islam. Son tiempos de diálogo y mucho
aprenderíamos del tipo de sociedad pluricultural que existió en Oriente Medio
en los dos siglos de presencia templaria. En todo caso, queda recomendada la
lectura de Cerrini. Un último punto: El libro de Frale contiene un “Appendice
diplomática” que va mucho más allá del Manuscrito de Chinon. Y para los
cazadores de libros una pequeña joyita publicada por Maprosti & Lisanti, I
Templari e L´Interrogatorio di Chinon, de Domenico Lancianese. No aporta mucho
más pero, ¡qué lindo tenerlo en la biblioteca! Agradezco al Q.·. H.·. Equis,
que me lo trajo de Italia.
[1] Oncina
Coves, Faustino; Filosofía
de la Masonería ,
Edición de Faustino Oncina Coves, Istmo, Madrid 1997, pa. 17, 18 y siguientes.
[2] Ob. cit.
Ibidem
[3] Callaey,
Eduardo R.; Monjes y Canteros, Dunken, Buenos Aires, 2001. Pp. 19-24. Hemos
dedicado en este libro un capítulo completo a la cuestión de Krause.
[4] Barber,
Malcom; Processo ai
Templari, una questione política; ECIG, Génova, 1998.
[5] Read,
Piers Paul; Los Templarios, Vergara, Buenos Aires, 2000. p. 353 y ss.
[6] Beck,
Andreas; El Fin de los
Templarios, un exterminio en nombre de la legalidad; Península, Barcelona, 1992
[7] Frale,
Barbara; Il Papato e il proceso
ai Templari, Viella, Roma, 2003
[8] Cerrini,
Simonetta, La Revolución de los Templarios, Editorial El Ateneo; Buenos Aires,
2008
[9] Cerrini,
Simonetta, Ob. cit., pag. 258
Es interesante y muy valioso el esfuerzo que destina el autor por enfatizar y para motivar el estudio y la investigación acerca del tema. Sin embargo, en una simple impresión, del todo superficial, y me disculpo por ello, me parece que no se explica, por ejemplo, de qué manera se produce o se produjo el trasvase del contenido esotérico e Iniciático -si acaso lo hubo o si lo hubiera habido- del Temple a la Masonería, ni tampoco el cómo ni el porqué o para qué, los antiguos obreros y artesanos, hubieran aspirado, requerido o necesitado, ser "caballeros"... En otras palabras, ¿¿cómo y cuándo el Gremio de Constructores, se convirtió en una Orden...?? primero; ¿fue suficiente el pasaje de una etapa o fase operativa a otra especulativa? después; y por último, ¿cuál es la garantía que el Ritual utilizado en aquellos grados filosóficos Templarios, sea eficaz y resulte eficiente?... ¿cuál es su fuente?... ¿de dónde proviene?... quizá, ¿de fuentes Templarias? o, ¿es una creación netamente Masónica tardía?... En fin, me parece que más allá de Chinon y de Bárbara Frale, del Vaticano y del Templarismo o Neotemplarismo, "New Age" o no, existen cuestiones de fondo que podríamos intentar dilucidar sino aclarar o por lo menos, definir hasta donde sea posible. Muchas gracias por vuestra atención y paciencia.
ResponderEliminarEs curioso que tanto el autor como el comentarista sean amigos míos y que el comentario haya sido escrito el día de mi cumpleaños nro. 42.
ResponderEliminarPero yendo al punto, en la humilde opinión personal de este servidor, creo, sobre las investigaciones, descubrimientos y aclaraciones (como el importantísimo manuscrito de Chinon), que si bien nos son de suma utilidad para comparar, contrastar y deducir muchas cosas, no llegan a ser tan cruciales como el buen criterio y la intuición, herramientas mayores que nos permiten ver más allá de lo evidente (sí, como la magnifica alegoría de la Espada del Augurio de Leono y los Thundercats) y ser capaces de dilucidar la verdad para ir en pos de ella.
Es curioso que tanto el autor del artículo como el del comentario sean mis amigos, y que este último haya sido escrito el día de mi cumpleaños nro. 42.
ResponderEliminarPero yendo al punto, en opinión de este humilde servidor, sobre los estudios y descubrimientos históricos (como el importantísimo manuscrito de Chinon), creo que son herramientas de suma utilidad para comparar, contrastar, deducir y juzgar.
Mas, de poco nos sirven si es que no son dirigidas por una herramienta mayor, que es la intuición, la cual nos permite ver más allá de lo evidente (sí, como la magnífica alegoría de la Espada del Augurio de Leono y los Thundercats), para así vislumbrar la verdad y luego ir en pos de ella.
Tal vez nunca lleguemos a aclarar qué sucedió exactamente, pero durante la empresa, adquiriremos invaluables conocimientos, tal como empieza el poema “Itaca” de Konstantínos Kaváfis;
"Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca,
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias".
Y como finaliza:
“Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.”
Raffaele Storino