martes, 14 de junio de 2016

La cuestión de los Collegia Fabrorum y el enigma de los Maestros del lago de Como

Por Eduardo R. Callaey
En la larga controversia sobre los orígenes de la francmasonería se enfrentan diversas corrientes. Hay quienes sostienen -como es mi caso- que hay evidencia absoluta en cuanto a que las corporaciones de constructores laicos de la Edad Media fueron inspiradas y creadas por los monjes benedictinos. Por otra parte existe una corriente alineada con la historiografía alemana del siglo XIX que afirma que el origen de la tradición masónica se encuentra en las ligas de constructores de Mediterráneo Oriental (los maestros dionisíacos), los Colegios romanos y las corporaciones lombardas del Lago de Como. Por último -y es bueno señalarlo- hay una tercer corriente que dice que la francmasonería es un invento moderno que nada debe ni a la Antigüedad Clásica ni a la Edad Media sino que es un evento sociológico propio de la modernidad. En este artículo analizo sucintamente la segunda de estas corrientes.

Ruinas
Ruinas romanas de la ciudad de Cesarea, en el Mediterráneo Oriental 


Hacia 1811 el  historiador Carl C. Krause publicó su obra “Los tres documentos más antiguos sobre la fraternidad de los francmasones” y se puso a la cabeza de quienes sostenían como predecesores de la francmasonería a las fraternidades dionisíacas de Tiro y los Colegios de Arquitectos (Colegia fabrorum) romanos.
Esta generación de historiadores alemanes desató una furiosa disputa que contribuyó a que un gran número de masones revisaran muchas teorías carentes de todo sustento para ingresar en una concepción más ajustada en cuanto a los orígenes de su fraternidad. J.G. Findel celebraba esta nueva etapa diciendo: “... El examen crítico de los documentos masónicos es muy conveniente en la época actual del trabajo de composición particular de las diversas logias y sociedades, trabajo que contribuirá eficazmente a asegurar la posibilidad de los trabajos históricos ulteriores a los que servirá de base...” [1]
Era la época en la que se enfrentaban duramente los racionalistas influidos por los Iluminados de Baviera y los que sostenían que la francmasonería era la heredera de la Orden del Temple.
Si bien no existe acuerdo acerca de una fecha cierta para la aparición de los Colegios de Arquitectos en Roma, los autores mencionados la fijan en el reinado del mítico rey Numa, en el siglo VII a. C. de quien la leyenda afirma que era amigo de Pitágoras. Según esta historia mítica, Numa Pompilio estableció un conjunto de colegios de artesanos (Collegia artíficum) “a cuya cabeza estaban los colegios de arquitectos” (Collegia fabrorum). [2]
Estos colegios gozaban de ciertos privilegios, algunos de los cuales podemos conocer gracias a la legislación de Solón; jurisdicciones propias con tribunales especiales; derecho a establecer sus propios estatutos, franquicias e inmunidades contributivas especiales, etc. La incorporación de sacerdotes las convirtió tanto en asociaciones civiles como religiosas. Se establecían, generalmente, en las cercanías del templo a cuyo dios veneraban, regidos por una compleja trama de leyes que reglamentaban su relación con el Estado romano.
La acción de estos colegios dejó su impronta a lo largo de toda la península itálica y desarrolló nuevos sistemas de construcción al introducir hacia el siglo IV a.C. el verdadero arco y la verdadera bóveda. De esta misma época datan probablemente los descubrimientos de nuevas técnicas que se extendieron rápidamente en las regiones romanas, latinas y etruscas, tales como el ladrillo cocido y unido con argamasa (opus latericium) y la producción de una forma de hormigón con piedra y cemento (opus caementitium).
Hacia el siglo II a.C. los arquitectos romanos habían alcanzado tal fama que sus servicios se extendieron a tierras helénicas. Según Vitrubio, en 175 a.C. Antíoco Epifanes confió a un romano, Marcio Cossucio, la construcción del Olimpieo de Atenas.[3]
Existe en la actualidad un consenso general entre los historiadores acerca del carácter legendario del rey Numa Pompilio. Los orígenes de Roma pertenecen hoy al campo de la mitología y es allí donde podemos comprender el aspecto simbólico de sus primeros reyes. Según la leyenda, Roma tuvo 6 o 7 reyes después de Rómulo. Los cuatro primeros fueron Tito Tacio -que compartió el trono con Rómulo- Numa Pompilio, Tulio Hostilio y Anco Marcio. La tradición otorgaba a cada uno de ellos una obra y un poder particular, atribuyéndole a Numa la creación del calendario y la fundación de los ritos religiosos.[4]
El origen de los collegia es tan incierto como el rey al que se los atribuye. Se desarrollaron a lo largo de un vasto período (8 o tal vez 9 siglos) al punto que cuando Constantino se convirtió al cristianismo (374 d.C.) el tiempo que lo separaba de los primeros colegios era el mismo que nos separa a nosotros del tiempo de las catedrales. [5]
Los collegia nunca fueron una institución independiente del Estado romano, sino que por el contrario representaban en la estructura social un rol importante en el sistema de delegación del poder que aplicaba el gobierno central en beneficio de las estructuras provinciales y municipales. Establecidos en ciudades que raramente excedían las 5.000 almas -excepción hecha de algunas grandes urbes que reunían 20.000 como París, Londres o Colonia y la misma Roma , casi 1.000.000, hacia el siglo II- agrupaban la gente según su oficio del mismo modo que existían sociedades funerarias, clubes, asociaciones de mercaderes etc. Peter Brown[6], catedrático de la Universidad de Princeton, afirma que “...todas esas asociaciones de carácter voluntario, llamadas collegia, raramente contaban con más de cien miembros y aprovechaban todas las ocasiones solemnes o de naturaleza ceremonial para mostrarse en público. Junto con las barriadas urbanas, perfectamente organizadas, los collegia desempeñaban un papel esencial como medio de control social de una población urbana, por lo demás conscientemente poco controlada por el gobierno...”
En cuanto al estatus de los collegia fabrorum dentro del amplio esquema de los collegia artificum, parece claro que ocupaban la cúspide de la pirámide. Cicerón concedía a los arquitectos un lugar preponderante en la jerarquía de los artesanos.[7] Pero es importante tener en cuenta que esta diferenciación no estaba establecida en función de un ars superior sino en que había en el arquitecto una sabiduría (prudentia) por encima de una utilidad económica inmediata (utilitas). A diferencia de otros grupos de artesanos, no tenía un manejo cotidiano del dinero, al menos en el ejercicio ordinario de la función. Por otro lado, y a diferencia del tallista de piedra medieval -que bien puede considerarse un artista- el arquitecto romano no escapa a la consideración general de “artesano” (artificum). En Roma, al igual que en todo el mundo antiguo, es difícil distinguir entre “ars” y “artíficum”.

Lo que resultó fundamental para relacionar a la francmasonería con los colegios romanos son ciertas particularidades:
1.  Cada colegio debía estar presidido por un maestro (Magister) y dos decuriones (¿vigilantes?) que ejercían la autoridad en los demás miembros. A su vez estaba integrado por oficiales como un tesorero, un secretario, un guarda sellos, etc. Sesionaban en secreto y en secreto transmitían las reglas particulares de su arte, que juramentaban no revelar y al que accedían a través de una iniciación.
2.   Ejercían la caridad entre sus miembros y llevaban a cabo ritos fúnebres, enterrando a cada cual bajo el emblema de su oficio (la escuadra, el compás, y el nivel).

Un ejemplo importante del porqué esta corriente histórica se vio afirmada en el tiempo y aceptada por muchos masones fue el hallazgo, en 1878, de las ruinas del famoso collegium de Pompeya. Entre la gran cantidad de signos masónicos encontrados se destaca una curiosa obra de arte que está actualmente en el Museo Nacional de Nápoles y cuya descripción hecha por S.R. Forbes está incluida en la obra de Joseph Fort Newton[8]

“Es un mosaico de forma cuadrada, fijo sobre un fuerte armazón de madera. El fondo es de piedra de color gris verdoso. En el centro hay una calavera humana, dibujada con blanco, gris y negro que parece casi natural. Todo está en ella dibujado: los ojos, las narices, los dientes, las orejas, el coronal. Encima de la calavera hay un nivel de madera pintada, cuyas puntas son de bronce, y de cuyo vértice pende un nivel de madera pintada cuyas puntas son de bronce y de cuyo vértice pende un hilo blanco con su plomada...Debajo de la calavera se ve una rueda de seis rayos, en cuya parte superior se posa una mariposa de alas rojas, festoneadas de amarillo con los ojos azules. A la izquierda se encuentra una lanza que representa estar clavada en tierra y tiene la punta hacia arriba. Cuelga de la lanza un traje escarlata atado con un cordón de oro y también uno rojo, mientras que un galón con dibujos diamantinos rodea la parte superior de la lanza. A la derecha se ve un bastón nudoso, del que cuelga una vasta y peluda tela cuyos colores son el amarillo, el gris y el pardo, atada con una cinta. Encima hay una mochila de cuero. Evidentemente esta obra de arte debe ser de carácter místico y simbólico por su composición...”

 Es absolutamente cierto que cualquier masón moderno podría reconocer el significado de esta obra peculiar y que la misma contiene elementos que exceden largamente las connotaciones propias de un oficio.
Los colegios crecieron y se expandieron junto con Roma, acompañando a las legiones y estableciéndose en todas las ciudades del Imperio, construyendo templos, basílicas, fortificaciones y puentes.
Con el advenimiento del cristianismo sufrieron la importante influencia de la nueva fe y pronto la adoración de los viejos dioses se vio reemplazada por la de los santos. Se cree que cuando Dioclesiano desató la “Gran Persecución” de los cristianos fue en principio condescendiente con los colegios, aun con los que estaban mayoritariamente constituidos por cristianos. Sin embargo -de acuerdo con una leyenda recogida en el manuscrito Regius- furioso por la negativa de los colegios a erigir estatuas a Esculapio desató una violenta represión en la que cuatro maestros y un aprendiz fueron martirizados. Muy posteriormente se convertirían en los Santos Patronos de los francmasones de Alemania, Francia e Inglaterra.
El fin de los colegios de arquitectos es aún materia de controversias. Es posible que el cristianismo haya contribuido al abandono de las antiguas prácticas. De hecho la actividad de la arquitectura en los tiempos de Constantino se centró fundamentalmente en convertir en iglesias consagradas a la nueva religión los grandes edificios del Imperio.
Gallatin Mackey[10] cree que la última etapa de los Collegia fabrorum debe analizarse en su adopción de la vida cristiana y la doctrina de la nueva fe. Joseph Fort-Newton lo atribuye, como hemos dicho, a las persecuciones de Diocleciano y su decreto de expulsión. Algunos autores sugieren que hubo un breve renacimiento de los colegios cuando el Imperio se convirtió al cristianismo. Lo que quedaba de ellos en Occidente desapareció finalmente con las invasiones bárbaras. En la porción oriental del Imperio continuó una importante actividad en la arquitectura, pero como sabemos, con estructuras completamente cristianizadas.
En los tiempos en que Krause, Fichte y Heldmann defendían a capa y espada la relación entre los colegios romanos y los francmasones –acérrimos opositores a cualquier vínculo de la francmasonería con el cristianismo medieval-, quedó en evidencia la existencia de un enorme vacío entre la desaparición de los primeros y el surgimiento de las corporaciones medievales. Es en ese interregno en donde irrumpe la fuerza constructora del monasticismo y las estructuras creadas por los benedictinos de la que tanto hemos hablado, que es el tema central de mi libro La Masonería y sus orígenes cristianos.




[1] Findel, Historia general de la francmasonería 
[2] Resulta por cierto posible la influencia de las doctrinas pitagóricas entre los arquitectos romanos. Algunos autores modernos, críticos de la tésis de G. Dumezil creen encontrar elementos de la formación mítica de Numa Pompilio en el pensamiento pitagórico del siglo IV. Ver El nacimiento de las ciudades Claude Mossé (Prof. Historia Antigua Universidad de Paris VIII), Historia Universal Salvat Vol II, España 1984.
[3] “Historia de la Humanidad” (Comisión Internacional para una historia del desarrollo cultural y científico de la humanidad) UNESCO; editado por Sudamericana Buenos Aires, 1969 (p. 747 y ss.)
[4] La discusión relativa a los primeros reyes de Roma está dominada por la tesis de Dumezil, que veía en estos reyes la expresión de la característica trifuncional de las civilizaciones indoeuropeas: Numa Pompilio, Tulio Hostilio y Anco Marcio representarían así, las tres funciones, religiosa, guerrera y constructora (Ver Claude Mossé, obra ya citada). Esta trifuncionalidad puede encontrarse en la Ariavarta con las figuras y funciones de los Bhodisatva, Manu y Mahachohan de las culturas del Valle del Indo.
[5] Considerando los avatares de la historia de Roma ¿Podemos aceptar la estabilidad de estas corporaciones a lo largo de semejante período de tiempo? ¿Podemos considerar que los arquitectos de tiempos de la República pertenecían a la misma cofradía que levantó las basílicas en tiempos de Constantino?
[6] Peter Brown, El Primer Milenio de la Cristiandad Occidental (Universidad de Princeton) Colección La Construcción de Europa dirigida por Jacques Le Goff; Critica/Grijalbo, Barcelona  1997.
[7] Para Cicerón, Maximo Valerio y otros grandes autores romanos, la práctica de las artes no concedía gloria alguna. Ver “La Antigüedad Grecorromana”, Vida Social y Artística; Historia Universal Salvat por Pierre Gross (Université de Provence, Aix) España 1984. p. 332 y ss.).
[8] Fort Newton, Joseph, Los Arquitectos, Historia de la Fracmasonería, Editorial Diana, México (P.108 y ss.)
[10] “Enciclopedia de la Francmasonería” , Gallatín Mackey; Ver voz “Colegios Romanos”

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