El Mito del Anticlericalismo Masónico
Si existe un rasgo
representativo de la acción de la francmasonería en la sociedad a partir de las
grandes revoluciones del siglo XIX, es su pertinaz, consecuente y decisiva defensa
del laicismo. Las múltiples manifestaciones de esta acción constituyen el
escenario común, el ámbito natural del esfuerzo social, político y filosófico de la francmasonería como institución, factor decisivo en el proceso de separación de la
Iglesia y el Estado. Esta particularidad, sumada al espíritu
universal que anima su simbolismo y su inclinación por las ideas democráticas
le valió, tempranamente, la condena y el hostigamiento de la Iglesia Católica
Romana. Decenas de encíclicas, bulas y documentos pastorales atestiguan esta
realidad.
Sin embargo, los
orígenes de la francmasonería son tan cristianos y católicos como los del
Colegio Cardenalicio. La diferencia fundamental que enfrenta a ambas
instituciones (Masonería e Iglesia Católica) está en la concepción del poder: De quién proviene, quién lo
otorga y quién lo ejerce.
Se ha insistido
erróneamente en el carácter anticlerical de la francmasonería en su totalidad;
un error que comparten por igual sectores de la Iglesia Católica
y algunas obediencias masónicas. Es por ello que, siendo uno de los objetos de
este libro el estudio de los orígenes religiosos de la francmasonería, conviene
mencionar algunas diferencias existentes entre las distintas obediencias
surgidas a partir de la institucionalización de la francmasonería moderna.
Comparto con Alec
Mellor que la idea de Orden Masónica es hoy un ideal, y que en todo caso
conviene referirse a obediencias masónicas. Mientras que el concepto de Orden
refiere a los aspectos simbólico-iniciáticos de la francmasonería y a sus
antiguos landmarks, son las obediencias o "potencias masónicas" -y no
la Orden- las
que actúan en la sociedad y fijan posición en el mundo profano.
Mellor divide a la
francmasonería moderna en dos corrientes principales, con puntos de partida en
Londres y París respectivamente. La primera no se dirigió en absoluto a la
destrucción del cristianismo, ni generó acciones hostiles al clero católico más
allá de cierto antipapismo inglés del siglo XVIII. Recordemos la calidad de
"pastores" de algunos de los fundadores de la francmasonería
británica moderna. En palabras de Mellor, la francmasonería inglesa desde el
punto de vista religioso fue estrictamente neutra...[i]
La segunda, en
cambio, se afirmó como cristiana. En efecto, la francmasonería francesa estuvo,
desde el principio, ligada con el movimiento político católico de los Estuardo,
lo cual explica el fuerte contenido cristiano del Rito Escocés Antiguo y
Aceptado aun más evidente en el Rito Escocés Rectificado. La diferencia
fundamental entre el R.E.A.A. y el R.E.R. es que el primero sufrió dos
adaptaciones: la primera para encajar en el modelo andersoniano y la segunda
como consecuencia de la Revolución Francesa
y el “republicanismo” triunfante. En cambio el R.E.R. permaneció fiel a las
tradicion masónica escocesa del siglo XVIII.
Oswald Wirth -una
autoridad masónica directamente vinculada con la Gran Logia de Francia-
va más lejos cuando afirma que no solo la
masonería francesa del siglo XVIII no era de ninguna manera hostil al
catolicismo ni discutía ninguna cuestión de dogma dejando a cada cual sus
creencias, sino que todo sacerdote
era considerado sagrado, cuya ordenación correspondía según las ideas de la
época, a la suprema iniciación y agrega: En estas condiciones más de un eclesiástico reunió en sí las dignidades
de la Iglesia
con aquellas de la Masonería ,
y se encontraba esto muy natural [ii] Pero de esta segunda corriente se separaron a
partir del siglo XIX las potencias cuyo ejemplo y liderazgo sigue siendo el del
Gran Oriente de Francia. Su posición ha sido históricamente anticlerical.
Esto ha provocado
que la causa del laicismo se haya confundido con la causa del anticlericalismo,
que es algo muy distinto dentro del proceso de secularización que Occidente
desarrolla desde el siglo XIII.
Por sus orígenes,
por su historia y por la naturaleza de sus símbolos, la francmasonería forma
parte de las raíces mismas de aquello que se denominó "cristiandad"
sea definida ésta como Sacrum Romanum
Imperium Germanicum, Europa, Occidente, Civilización Occidental o Democracias
según las épocas. Sabiamente define Raimon Panikkar que La historia del mundo moderno es todavía la continuación de una historia
europea y cristiana...[iii]
Sin embargo, los
vientos anticlericales del siglo XIX renegaron de este origen e inventaron una
fábula asombrosa: el "arte gótico", creación sublime de los
arquitectos laicos, era el opuesto antagónico del "arte románico"
llevado a cabo por los monjes benedictinos. Por supuesto que a estos últimos se
les atribuía el carácter conservador, oscuro, recoleto y opresivo del románico
mientras que a los primeros se les reservaba el distintivo revolucionario,
luminoso y liberal del estilo ojival. De este modo, las corporaciones laicas
venían a iluminar los oscuros muros de las iglesias benedictinas y a conducir al
mundo cristiano a la luz de un arte secular.
Paul Naudon, cita
las palabras de Anthyme Saint Paul, que solía quejarse amargamente de este
dislate:
[...] Nunca se insistirá demasiado en la inexactitud de esta leyenda
que, sin embargo es admitida corrientemente por ciertos francmasones, que ven
en los constructores de catedrales góticas, los precursores del libre
pensamiento y el anticlericalismo [...][iv]
Al esbozarse estas
teorías reñidas con la investigación científica de la historia, estos sectores
anticlericales resultaron funcionales a las sempiternas condenas de la Iglesia , y contribuyeron a
sembrar una gran confusión en torno a los objetivos del laicismo, incrementando
las consecuentes crisis entre la
Iglesia y la
Masonería. El espíritu laico de las corporaciones medievales
y el anticlericalismo de ciertas potencias masónicas del siglo XIX carecen de
elementos en común. Aquéllas se encontraban inmersas en los abstrusos pliegues
del pensamiento político medieval, éstas respiraban en la pesada atmósfera de la Europa preconciliar.
El escenario en el
que vamos a introducirnos en La Masonería y sus orígenes cristianos es,
justamente, el del medioevo. Más precisamente en los siglos que arrancan con el
triunfo espiritual y político del cristianismo y culminan con el desarrollo de
las comunas, las corporaciones de oficios, las ligas mercantiles, las
guildas... en síntesis: la irrupción del mundo secular. Los personajes, en su
mayoría monjes de la Orden
de San Benito, son ilustres desconocidos para la mayoría de los masones, aunque
sorprenderá que algunos de ellos son mencionados en enciclopedias masónicas o
tangencialmente citados en textos de cierto rigor académico. Muchos de ellos
fueron grandes intelectuales y, a la vez, grandes constructores. Levantaron los
muros de sus abadías, pero también edificaron el pensamiento político de su
tiempo.
La sociedad que se
desarrolló en Europa en ese período (siglos V al XII), debió adaptar las
estructuras políticas y sociales de la antigua Roma, recrear los rudimentos de
la administración pública y establecer sus propias concepciones de gobierno. Se
trataba nada menos que de construir una sociedad cristiana, gobernada por
cristianos para cristianos, en la que la premisa de Cicerón garantizar la vida dichosa de los
ciudadanos -beata civium vita- no era
suficiente. Era necesario establecer las leyes de una sociedad en la que los
ciudadanos pudiesen realizar su dimensión espiritual, la experiencia religiosa
en el sentido más profundo: el de re-ligare, unirse a Dios y establecer su
ideal en la tierra.
En esa búsqueda, la
sociedad medieval alcanza a vislumbrar su sentido -y la certeza de su
derrotero- en las palabras de Agustín de Hipona: El Cristo Dios es la Patria a donde vamos... El
Cristo hombre es la vía por la que vamos... -Deus Christus Patria est quo imus; Homo Christus via est qua imus-.
Panikkar lo resume: El Cristo-Dios es la civitas
Dei; el Cristo-Hombre es la civitas
hominum. En este esquema, dividir lo espiritual de lo temporal es dividir a
Cristo. La historia de Europa es la historia de esta división.
La coronación de
Carlomagno es el apogeo de la visión de San Agustín. Sin embargo, el emperador
y el papa presienten la existencia de un conflicto que se desarrollará en los
siglos siguientes, cuyo origen hay que buscarlo en el antagonismo de dos
concepciones de gobierno que colisionarán fatalmente. Walter Ullmann, en su
tratado sobre el pensamiento político medieval11, denomina a estas dos
concepciones como: "Teoría ascendente" (o Teoría popular de gobierno)
y "Teoría descendente" (o Teoría teocrática de gobierno).
La primera -más
antigua desde el punto de vista cronológico- se denomina ascendente porque su
principal característica consiste en que el poder se origina en el pueblo, en
la misma comunidad. Esta era la forma de gobierno de las tribus bárbaras, cuyos
jefes eran electos en asambleas populares que delegaban en él los poderes de
conducción. Esta delegación implicaba que dicho mandato podía ser revocado y,
en consecuencia, depuesto el jefe elegido. Los electores podían
"resistir" las órdenes del gobernante en la medida que éste no
cumpliese -o se excediese- en los poderes delegados.
[...] Metafóricamente hablando
-dice Ullmann- el poder ascendía desde la
amplia base de la pirámide social hasta su vértice ocupado por el rey o el
duque [...][v] Me he referido anteriormente a estas
asambleas y a estos tribunales, señalándolos como aportes fundamentales de la
época bárbara a la construcción de la democracia y las ideas de progreso en el
medioevo.[vi]
En contraposición a
esta teoría ascendente se desarrolló una teoría descendente del poder,
originada en el campo cristiano latino-romano. El eje de la misma era que el
poder pertenecía a un ser supremo, Dios, y que de él descendía sobre quien lo representaba
ante el pueblo. Este "Sumo Pontífice" e intérprete inapelable de la
voluntad divina sólo respondía a Dios, y en nada debía rendir cuentas a la
asamblea del pueblo.
Hacia el siglo V,
San Agustín había expresado que Dios daba sus leyes a la humanidad a través de
los reyes; pero esta afirmación tenía antecedentes en el mundo de los
apóstoles. Ya San Pablo había dicho que el poder descendía de Dios. De hecho,
la monarquía papal había establecido su derecho al pontificado en las ideas de
San Pablo y en un fragmento del Evangelio de San Mateo: Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi
iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré
las llaves del reino de los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será
desatado en los cielos...[vii]
En este caso la pirámide metafórica de Ullmann tenía la totalidad del poder
concentrada en el vértice.
Este derecho divino
de los Estados Pontificios fue defendido por el catolicismo romano hasta el
siglo XIX; y hasta el Concilio Vaticano II la Iglesia se seguía
definiendo como "Sociedad Perfecta", y el "modelo para cualquier
otra sociedad"[viii]. Desde sus orígenes
corporativos, la francmasonería adhirió y luchó por el triunfo de la teoría
ascendente, sin por ello dejar de ser cristiana. Las corporaciones laicas, los
gremios, las guildas y las ligas mercantiles -asociadas con el impulso renovado
de la economía urbana y la organización comunal-[ix] mantenían una aguda controversia con la
autoridad clerical en la que se discutía acerca de quién debía ejercer la
autoridad política. Se pretendía definir los principios esenciales de
soberanía, autoridad y poder, lo cual no debe ser analizado desde nuestra
perspectiva, sino en el marco y el contexto histórico correspondiente.
En el momento en
que se produce la aparición de las corporaciones laicas -siglo XII-
constituidas en logias operativas, aun no existe el concepto de
"Estado". La idea de la plena autonomía del Estado y el ciudadano,
del pueblo como legislador soberano, recién aparecerá en el siglo XIV merced a
Marcilio de Padua. Existe la
Iglesia , constituida por dos estamentos: el clero y los
laicos, "...representados por el papa y el rey, y organizados como
clerecía (sacerdotium) y reino (regnum)..."[x]
Ullmann sostiene que ...Por más que se
repita con frecuencia que existía una situación conflictiva entre la Iglesia y el Estado en la Edad Media , esta
aseveración carece por ahora de sentido histórico. Lo que sí existía era una
situación de conflicto entre el sacerdotium y el regnum, pero este conflicto se
daba dentro de un único y mismo conjunto, dentro de una única y misma sociedad
de cristianos, y no entre dos cuerpos autónomos e independientes, la Iglesia y el Estado...[xi]
La autoridad
(devenida de la fe y simbolizada con la cruz) y el poder (ejercido por la
fuerza militar y simbolizado con la espada), constituyen las dos herramientas
que mantienen la unidad del Imperio y el tenso equilibrio entre laicos y
clérigos. Y si uno de los campos embate contra el otro -como naturalmente
ocurre con frecuencia- ninguno de los contendientes podría imaginar siquiera
que se encuentra por ello fuera o en contra de la Iglesia , puesto que en la
concepción medieval las fuerzas seculares son también esa misma Iglesia.
En el siglo VIII
los papas avanzaron temerariamente en la aplicación de sus principios políticos
de soberanía y autoridad. Para ello hicieron uso de un documento apócrifo
conocido como "La
Donación de Constantino". [...] Según la
Donación -describe Ullmann- Constantino deseando otorgar a la Iglesia romana el poder,
la gloria, la fuerza y los honores imperiales, traspasó al papa todas sus
insignias y símbolos imperiales -la lanza, el cetro, el orbe, los estandartes
imperiales, el manto de púrpura, el palio imperial, la túnica de púrpura, etc.-
que pasaron a ser propiedad del papa. Es más, en señal de humildad, Constantino
desempeñó la función de strator, es decir, guió un trecho el caballo del papa.
Más aún, el papa recibió el palacio imperial como residencia, así como toda la
ciudad de Roma. Finalmente, Constantino quiso colocar la corona imperial sobre
la cabeza del papa, pero éste -y esto resulta muy significativo- rehusó llevar
la diadema imperial [...][xii]
Este documento -en
el cual el obispo de Roma es mencionado por primera vez como "Vicario de
Cristo"- permitió al papa Esteban II ungir a Pipino y nombrarlo
"Patricio Romano", y a León III coronar a Carlomagno en la nochebuena
del año 800, creando así "un emperador de los romanos" que recibía "desde
lo alto" -y en préstamo, como Constantino- la corona por parte del papa.
Carlomagno no
aspiraba a gobernar el orbe; creía que su papel era el de Rector de Europa,
máximo gobernante de los cristianos latinos. El papado, en cambio, quería
demostrar su supremacía sobre la Iglesia Oriental y establecer que el único
imperio era el romano de Occidente. Esta pretensión traería dolorosas
consecuencias. A su vez, los esfuerzos por imponer el principio político de la
autoridad papal sobre la imperial devendrían en un conflicto cuyas consecuencias
fueron nefastas para la unidad europea.
En la actualidad, coexisten dentro de la francmasonería ambas concepciones de la piramide de Ullmann ("Teoría ascendente" o Teoría popular de gobierno y "Teoría descendente" o Teoría teocrática de gobierno). Existen Ritos masónicos marcadamente republicanos, en convivencia con otros marcadamente aristocráticos o monárquicos. Ambos modelos son consecuencia de los procesos históricos de los que hablábamos al comienzo de este artículo.
A lo largo de la
primera parte de este libro, intentamos desentrañar el modo en que las primeras
organizaciones de monjes constructores elaboran una pedagogía de la piedra (en
palabras de Georges Duby). La segunda describe cómo sus técnicas son
transferidas a las primeras guildas de constructores laicos que se inscribirán
en el marco del proceso de secularización de Europa. En todo caso, lo que
pretendemos demostrar es que ese orden laico hunde sus raíces –y su tradición-
en el más puro orden monacal, más precisamente en la Orden de San Benito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario