Fragmento de mi libro "La masonería y sus orígenes cristianos"
En sus crónicas del incendio de la iglesia de
Canterbury -acaecido en el año 1174 "por voluntad y secreto juicio de
Dios"- Gervasio describe la inmensa desazón que se apoderó de monjes y
clérigos a causa de la tragedia.
Preocupados por el estado en el que había
quedado la estructura, dudaban de su fortaleza. Algunos hablaban de reconstruir
la catedral desde sus cimientos, lo cual enloquecía a los monjes de sólo
pensarlo. Otros creían que algunas columnas soportarían una nueva carga. Lo
cierto es que paralizados por tan inesperado siniestro, los monjes
permanecieron de luto durante un año, mientras decidían qué hacer con lo que
había quedado de aquel hermoso templo.
Cuenta Gervasio que el capítulo convocó a
numerosos arquitectos franceses e ingleses, pero no se pusieron de acuerdo.
Finalmente, la elección recayó en Guillermo de Sens, "hombre
extremadamente audaz, artífice habilísimo en tareas con madera y piedra",
a quien le fue entregada la obra.
Las crónicas de Gervasio de Canterbury dan fe
del celo con el que Guillermo condujo la reconstrucción; nos cuentan de la
multitud de artistas talladores que fueron convocados, del enorme esfuerzo y de
los ingenios que se debieron construir para desembarcar las piedras que
llegaban desde el otro lado del mar. Hasta que, cierto día, en el quinto año de
la reconstrucción, el hábil arquitecto cayó desde un andamio y quedó postrado
en cama durante meses. La obra avanzó entonces de forma más lenta bajo la
dirección temporaria de un monje que -con más voluntad que habilidad- seguía
las indicaciones que Guillermo le daba desde su lecho. Consciente de que ya no
se recuperaría, el arquitecto abandonó la obra y regresó a Francia.
Le sucedió otro Guillermo, de nacionalidad
inglesa, a quien Gervasio describe como un maestro hábil y honesto. Ni el uno
ni el otro eran monjes; se trataba de arquitectos laicos, hombres libres que
habían aprendido el oficio de trabajar la piedra y construir iglesias en
aquellas logias conformadas por experimentados monjes y numerosos "fratres
conversi", expertos en sus oficios de canteros, albañiles, vidrieros,
herreros, carpinteros y tallistas.
La agrupación de estos hombres en estructuras
asociativas adecuadas a su arte y tradición, fue la consecuencia natural de un
proceso social, cultural y económico signado por el fenómeno del renacimiento
urbano, la organización comunal y la creciente secularización de la sociedad.
Muchas de estas asociaciones lograron ciertos
privilegios que les otorgaron mayor libertad. Su fama se extendió, y muchos de
sus más grandes arquitectos descansan en las criptas de las catedrales que
construyeron, junto a reyes y obispos. Se comenzaba a desplegar otra historia:
la de las corporaciones y gremios de la Baja Edad Media, la de los grandes artistas que
conducirían a Europa hacia el Renacimiento.
No sabemos a ciencia cierta el momento preciso
-ni en base a qué presupuestos, tradiciones o influencias- se introdujo en los
rituales del siglo XVIII la leyenda de Hiram Abi. A partir de allí, el
simbolismo del Templo de Salomón pasó a ocupar un lugar relevante en la
francmasonería. No fueron ni Jabel, ni Nemrod, ni Pitágoras los héroes de la
corporación. Tampoco se eligió a las Pirámides de Egipto, ni al Coloso de
Rhodas, ni a la Torre
de Babel como alegoría y ejemplo del "arte sagrado". Hiram Abi y su
famoso Templo se elevaron por encima de cualquier otra opción y sobre tal
artífice y su obra se erigió el edificio simbólico de la francmasonería moderna
en sus ritos regulares.
Sabemos, de todos modos, a partir del análisis
de todos los documentos analizados, que la tradición triunfante se vincula a la
de los masones benedictinos. Sabemos también que esta tradición era conocida
por los autores de los antiguos documentos de la corporación. Ellos mismos
mencionan a sus fuentes. Si los antiguos masones operativos conocían esta
tradición, no es menos cierto que los modernos masones especulativos la
eligieron y organizaron prolijamente en sus complejos rituales. ¿Qué sucedió en
el medio?
Los masones operativos hicieron del secreto un
culto. El secreto masónico se ha gestado en ese interregno desconocido e
inaccesible en el que reinaron las logias en todo su esplendor, capacidad y realización.
Fue la época de los grandes arquitectos, pródigos en obras, mezquinos en
palabras, celosos en sus técnicas, sus planos y sus aspiraciones. Sin embargo,
la historia puede reconstruirse porque el hombre deja huellas; a veces con la
intención de decirnos algo; otras, simplemente, porque son propias del fenómeno
humano.
A través de esas huellas podemos saber, por
ejemplo, cuántos maestros masones trabajaron en la construcción de una catedral
o un castillo. Por sus marcas en las piedras -una identificación personal, pero
también un silencioso acto secreto de vanidad de quien se sabía condenado al
anonimato colectivo- sabemos de sus itinerarios. En su obra "Un espejo
lejano", Barbara W. Tuchman calcula que Enguerran III, barón de Coucy, empleó,
en el siglo XIII, a 800 albañiles para construir la fortaleza homónima y ello
en base a las marcas dejadas en las piedras. Diego Peña, un anticuario
argentino experto en medallística masónica, descubrió en un palacio de la España mora -la mezquita de
Córdoba- marcas en las piedras que él mismo había fotografiado en la catedral
de Santiago de Compostela y en Barcelona, corroborando las diversas noticias
existentes en torno a la gran movilidad de los masones que participaron en
aquella obra.
En el famoso manual de Villard de Honnecourt
(circa 1224) pueden observarse dibujos que recuerdan, sugestivamente, a
"los cinco puntos de perfección" de los maestros masones. Los 65
folios contienen una verdadera colección de bocetos y planos de obra, incluida
una estructura idéntica a la utilizada por Umberto Eco para describir la
laberíntica torre de "El nombre de la rosa".
Conocemos, gracias a estos y muchísimos otros
detalles, cómo construían, cómo estaban organizados y cuál era su rol en la
sociedad. Lo que no sabemos de los masones operativos es de qué manera se
trasmitían, en secreto, sus tradiciones. Los reyes los protegieron, les
concedieron derechos, franquicias y exenciones. La Iglesia los receló
primero, para luego amenazar sus liberalidades abiertamente.
Ya en el siglo XII, en el año 1131, el rey
Alfonso VII otorgaba privilegios a los trabajadores de la catedral de Santiago:
"Ego Adefonsus Dei gratia Yspanie
Imperator... Facio testamentum cautationes ómnibus magistri et criationi
ecclesie Beati Jacobi, tam criationi operis quam et canonici, tam presentibus
quam futurus usque in sempiternum. Ita cauto eos, quod non eant in fossatum, nec donec fossadariam, neque
pectent pectum pro aliqua voce nisi pro suo forisfacto. Ita ego eorum cauto
domos et possessiones, quod maiordomus terre nec ullus alius homo pro aliqua
voce ibi non intret, neque eos pignoret nisi per manus sui magistri, et
magister det directum per eos, et habeant tale forum quale melius habuerunt
postquam opus ecclesie inceptum fuit..."
Más de ciento cincuenta años después, estos
privilegios se habían afianzado, al extenderse los fueros municipales y las
ciudades libres, cuyos ciudadanos -convertidos en prósperos burgueses- habían
alcanzado la capacidad de adquirir este estado. Sancho IV, en 1282, confirmaba
el privilegio de los pedreros de Santiago:
"...Porque los maestros et los pedreros
et los raconeros de la obra de Santiago me dixieron que tienen privillegios del
Rey Don Fernando mío avuelo et de los otros Reys et confirmadas del Rei mío
padre commo deben ser amparados y defendidos. Et yo por esto et por muchos
servicios que fizieron al mío padre et a mí en fecho de la eglesia et en otras
obras, recébolos en mi guarda et mi defendimiento a elos et a lo suyo por o
quier que lo ayan, asy en la villa de Santiago como fuera de la villa. Et mando
et defiendo que nengún non sea osado de les querelar nin embargar sus raciones,
nin de les fazer mal nin fuerca, nin tuerto, nin de les pasar contra los
privillegios que les sean guardados daquí adelante así como lo fueron fasta
aquí. Et qualesquier que contra esto fuesen, a elos e a lo que ovieren me
tornaría por ello..."
La imagen corresponde a un bajorrelieve que se encuentra en Lugo. Galicia
Buenos días,muy ilustrado este post!! Lumine Signat
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