La masonería ha concitado el interés del público
desde el mismo día en que se constituyó como institución moderna en los albores del siglo XVIII. Ninguna otra
organización nacida en las entrañas de Occidente ha sido tan abordada, tan
atacada y tan sospechada. Al mismo tiempo, ninguna otra tan apologetizada y
defendida por parte de infinidad de prohombres en los últimos tres siglos. En los últimos tiempos, algunos masones se han empeñado en afirmar que la Orden es apenas discreta... No secreta. Es verdad. Sus Estatutos son públicos. Sin embargo sigue teniendo un secreto; uno que atrae más que ningún otro, porque proviene desde el fondo de las generaciones y porque como nos lo ha enseñado Edgar Allan Poe, el mejor escondite está a la vista de todos.
El Mito y la Hermenéutica
Un abismo infinito separa al
hombre de su Creador. Esa es la causa de la angustia que nos acompaña, desde
las cavernas en las que vivíamos cuando éramos primates, hasta nuestros días.
La sensación de fragmentación sobrevuela nuestros miedos y tribulaciones desde las
edades más remotas. En casi todas las religiones del planeta esta separación
del hombre respecto de su creador se conoce como La Caída, y es justamente ese
estado de separación de Dios el que nos produce un sentimiento de orfandad
frente a la inmensidad del Universo infinito.
En las más antiguas cosmogonías,
pertenecientes a religiones que murieron hace ya tiempo, en los confines de
Oriente o en la arenas del Levante, se habla de esta tragedia, acontecida luego
de las Guerras Cósmicas libradas en el Cielo. Encontramos vestigios de estas
guerras pretéritas y de la posterior Caída del Hombre en todas las tradiciones
primitivas, que luego fueron asimiladas a los actuales libros sagrados, en el
correr de los milenios. En el Génesis se nombra algunos de estos libros
perdidos en la matriz de la historia: “El libro de las Guerras de Jehová” y “El
Libro de las Generaciones de Adán”. Incluso se menciona a algunos hombres que,
pareciera, conocían profundos secretos ya guardados para el hombre antiguo. Me
viene a la memoria Jetró (יִתְרוֹ),
el sacerdote de Madián, padre de Séfora, mujer de Moisés. O Hermes, “el Tres
Veces Grande” (Ἑρμῆς ὁ Τρισμέγιστος) a quien los neoplatónicos–y los propios
cristianos primitivos- otorgaban igual dignidad patriarcal que al líder del
Éxodo y atribuían un conjunto de libros misteriosos que llamaron la atención de
Clemente de Alejandría: El Corpus Herméticum.
En el mismo Génesis pueden
encontrarse los vestigios de otros escritos antiquísimos, como el poema asirio
“Enuma Elish”, que describe la creación del Universo -cuyo título puede
traducirse como “…Cuando desde arriba…”- o el “Poema de Gilgamesh” que relata
la epopeya de Utnapistin “el único justo” en quien es fácil descubrir la
historia de Noé y el Diluvio Universal, o el Libro de Enoch que describe cómo
los ángeles rebeldes de Samyasa tomaron mujeres entre las hijas de los hombres,
el día que descendieron en el monte Hermon, dando nacimiento a la raza de los
gigantes.
Muchos creen que se trata de
relatos fantásticos y que un mito es un relato falso, ampliamente difundido
como cierto. Pocos saben que en su mayoría, las historias bíblicas tienen una
base cierta.; por ejemplo, que existen signos evidentes acerca de la
universalidad geográfica y antropológica del Diluvio Universal, es decir, hay
prueba científica que ocurrió una hecatombe que dejó gran parte de la Tierra
bajo el agua: No sabemos si el héroe se llamaba Noé o Utnapistín; pero lo
cierto es que hubo un diluvio. Lo mismo ocurre con Moisés. Su historia responde
a los relatos de la vida de Sargón “el Antiguo” -Sharrum-kin, el rey acadio- en
particular las circunstancias de su nacimiento y si infancia. No sabemos si
Moisés o Sargón, pero hubo un líder que cambió radicalmente la historia del
Oriente Medio a quien una princesa ocultó en una canasta de juncos y arrojó al
río.
En el espacio que se extiende
desde la Media Luna Fértil hasta las tierras del Nilo, todos los relatos confluyen
en esos cinco libros monumentales -el Pentateuco- sobre los que parece
descansar la historia del mundo, nuestro pasado más remoto, aquél que Anatole
France solía definir como “los tiempos que precedieron a los tiempos”.
El Antiguo Testamento es el
reservorio de un conocimiento acumulado por generaciones de sabios e iniciados
que encriptaron en sus páginas un conocimiento de carácter extraordinario que
apenas ha sido comprendido. Los sabios de la religión judía, de quienes el
cristianismo ha heredado esta obra extraordinaria, hubieron de escribir
infinidad de obras que explican e interpretan el intrincado lenguaje
veterotestamentario. De la necesidad de esta interpretación surgen los Midrash y
el Talmud, voluminosas obras en las que los maestros judíos de la Ley han
intentado comprender el mensaje que la Torah les reservaba como Pueblo Elegido.
Desde la perspectiva religiosa del judeocristianismo, la Torah (denominada
Pentateuco en Occidente, que corresponde a los primeros cinco libros de la
Biblia) ha sido escrita por el propio Dios.
Curiosamente, la palabra hermenéutica,
que se utiliza para definir la ciencia que busca el significado oculto de un
texto –que alguna cosa se vuelva comprensible-, deriva del vocablo Hermes.
La hermenéutica se aplica
fundamentalmente en la teología y particularmente en la interpretación de
cualquier texto sagrado (explicación de una sentencia oscura y enigmática de
los dioses o de un misterio, que precisaba una interpretación correcta) Más
aun. Los judíos desarrollaron una teosofía de características propias,
denominada kabalá -que en hebreo significa Tradición- y que en la praxis no es
otra cosa que un sistema decodificador –una hermenéutica- del mensaje contenido
en la Torah. Libros como el Zohar, el Bahir o el más antiguo Sepher Yetzira,
son testimonio de la importancia que para el pueblo judío tienen los números y
las letras como emanaciones propias de la misma divinidad.
Con el advenimiento de Cristo,
parte del Pueblo de Dios interpretó que el ciclo de la Salvación había
alcanzado su apoteosis; literalmente el Hombre se hizo Dios en la figura de
Emmanuel, el Salvador. Su Vida, o mejor dicho, Su intervención directa en la
historia modificó de cuajo la mirada del hombre sobre sí mismo y sobre el
universo. De modo que una nueva y poderosa colección de documentos y
testimonios vinieron a completar al Antiguo Testamento con una nueva Ley,
reunida en los Evangelios, cuyo mensaje, al igual que el arcaico, permanece visible
sólo para aquellos que tienen ojos para ver y oídos para oír.
Es sabido que todo libro sagrado
puede leerse en diferentes niveles y que en todas las religiones existen
misterios cuya interpretación excede el campo de la feligresía. Los intentos de
los místicos judíos por encontrar mensajes ocultos en el Antiguo Testamento
fueron apenas el antecedente del intrincado esoterismo que se desarrollaría
alrededor de los textos canónicos (reconocidos por la Iglesia) y apócrifos (no
reconocidos por ella) en torno al mensaje de Jesucristo y su misión Redentora.
Quien crea que este esoterismo no forma parte de la médula de la religión
comete un profundo error.
Se atribuye a Pitágoras haber
dicho que una religión moría de dos maneras: Hacia arriba, cuando sus sabios se
encerraban, convirtiéndola en sólo accesible a sus iniciados, o hacia abajo,
cuando los feligreses perdían el contacto con los sabios, convirtiéndola en una
mera contención de orden moral, plagada de supersticiones. Si la espiritualidad
de Occidente aun está vigorosamente activa, es justamente porque el
judeocristianismo ha logrado mantener activas las dos vías por las que una
religión actúa. Una de ellas, como hemos visto, es necesariamente esotérica. A
lo largo de los últimos cinco milenios, desde los propios orígenes de Abraham,
nacido en la ciudad de Ur de los Caldeos, hasta nuestros días, han existido
sociedades secretas que se transmitieron de manera ininterrumpida el
conocimiento que permite descifrar las Escrituras.
Existieron en la Media Luna Fértil
y en el Antiguo Egipto, que llegó a ser el gran centro de peregrinaje del mundo
antiguo. Se expandieron bajo la civilización helénica y luego, durante el
apogeo del Imperio Romano, por toda la cuenca del Mediterráneo.
Con el advenimiento del cristianismo
tomaron diferentes formas. Permanecieron latentes durante los siglos en los que
el saber esotérico pasó a ser patrimonio del mundo monástico. Gran parte del
saber oculto se introdujo en las corporaciones de albañiles y en las órdenes de
caballería con fuerte influencia benedictina. Durante el Renacimiento
resurgieron de la mano de los grandes magos de la Academia Florentina, como
Pico Della Mirándola, Cornelio Agripa y Marcillo Ficino para, finalmente,
corporizarse en la figura legendaria de los primeros rosacruces y en la
francmasonería.
Los masones dedicaron siglos de
esfuerzo en la interpretación de los símbolos y se aseguraron de que éstos
sobreviviesen a los tiempos, encerrando en ellos la Clave de los Antiguos
Misterios. De modo tal que la francmasonería posee una suerte de idioma propio
cuyo aprendizaje se deshilvana en etapas, círculos concéntricos que demandan
inteligencia, meditación y paciencia. El masón practica una hermenéutica del
lenguaje simbólico.
El Secreto Masónico
La idea de un conocimiento
esotérico es tan antigua como el mundo clásico y las Escuelas de Misterios
fueron el eje de todas las culturas. Esto explica desde las pirámides hasta las
catedrales góticas, desde las piedras del Neolítico hasta el Obelisco de
Washington DC.
Pero los masones agregaron a la
simbología un conjunto de leyendas. Incorporaron a su iconografía la de las
Órdenes de caballería más poderosas de la historia. De cada una tomaron su
médula y reclasificaron el resumen del modelo humano. En la simbología se
encuentra el genoma de la conciencia.
En un mundo signado por los
avances tecnológicos, donde el denominado progreso invade los espacios más
íntimos de la vida, y el tiempo se acelera al ritmo de las comunicaciones,
resulta paradójica la existencia de una organización que aparenta desafiar los
siglos y los cambios políticos y sociales. La francmasonería parece no depender
de los avatares de la historia sino ser uno de los factores que la construye.
Allí, en esa capacidad de construir modelos, arquetipos y paradigmas, está su
secreto mejor guardado.
Durante siglos, los masones –y antes
de ellos otras sociedades secretas del mismo tenor- han tenido la vocación de
construir futuros posibles. ¿Cómo lo hacen? Capaces de comprender la naturaleza
profunda del fenómeno humano, trabajan para generar las condiciones y cambiar
el curso de los acontecimientos. Indagadores natos de los pliegues más ocultos
de su propia consciencia, entienden el idioma de los signos, las piedras
talladas, los relatos fantásticos, en los mitos universales y los libros
sagrados. Captan en ellos un mensaje que permanece mudo para quien no lo
comprende. Quien haya visto un ejemplar del Mutus Liber (El Libro Mudo) de
Parecelso, entenderá de qué estoy hablando. Lo que parece una jerigonza es un
texto claro; lo que se presenta como un laberinto es un mapa preciso. Y lo que
para la mayoría es incertidumbre para el maestro masón es certeza.
El secreto masónico no está en los signos, ni en los toques, ni en las palabras sino en esa capacidad de hacer que las cosas se vuelvan comprensibles, resumidas en su símbolo más potente: La Luz.
Si te dicen que la masonería no
tiene secretos teme que te estén engañando. No es posible comprender los
acontecimientos del mundo moderno sin ella; del mismo modo que no puede
comprenderse el mundo antiguo sin las Escuelas de Misterios, ni la Edad Media
sin la leyenda del Grial y la Orden de la Caballería. La francmasonería emerge
ante los ojos del historiador apenas se rasga la superficie de los hechos. Bajo
el polvo acumulado por los siglos, subyace una historia paralela que atraviesa
tiempos y naciones, hombres e instituciones, conformando una red tan
heterogénea que evade –con éxito- cualquier intento de clasificación, salvo
una: Su carácter de Sociedad Secreta.
"como nos lo ha enseñado Edgar Allan Poe, el mejor escondite está a la vista de todos." y también, mucho antes,ATTAR, en su COLOQUIO DE LOS PÁJAROS, en el que lucifer al no prosternarse conoce el SECRETO que está a la vista, en ADÁN. Negocia con DIOS para que no lo decapite (Cfr. los aspectos punitivos, en lo literal, de cierto signo masónico, sin olvidar las connotaciones analógicas y angógicas) y EL SEÑOR sustitye la decapitación por el COLLAR DE LA MALDICIÓN ( o DESCRÉDITO) que desde entonces porta Lucifer...http://eduardocallaey.blogspot.com.ar/2013/09/el-secreto-y-los-masones.html#comment-form
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