Pocas veces tenemos la oportunidad de presentar trabajos verdaderamente originales sobre un tema tan complejo como la Iniciación. Habitualmente escribimos sobre lo ya escrito o nos ajustamos a parámetros generales que nos aseguren no perturbar el espíritu -de por sí perturbado- de la francmasonería. Es por ello que me llamó la atención este trabajo de nuestro Querido Hermano, el conde Pascal Gambirasio d’Asseux, autor de numerosas obras dedicadas a la senda espiritual propia de la caballería, la heráldica (o ciencia del blasón), y de la iniciación masónica como un camino interior y de encuentro con Dios. Hay un valor agregado al trabajo, de por sí valioso de Gambirasio, y es la introducción que escribe mi Querido Hermano y amigo Ramón Martí Blanco, Gran Prior Emérito del Gran Priorato de Hispania, quien hace una introducción al trabajo de Gambirasio que nos permite aproximarnos a los acontecimientos masónicos -y políticos- que marcaron los inicios del Régimen Escocés Rectificado en España en los años 90. De modo que no sólo se trata de un trabajo para la reflexión sino de la visión histórica, veinte años después, de acontecimientos importantes para la masonería de corte caballeresco en la Península Ibérica. Cabe señalar que Martí Blanco es el traductor de una de las obras fundamentales de Pascal Gambirasio, La Voie du Blason - Lecture spirituelle des armoiries, que a todos nos gustaría ver publicada en la lengua de Cervantes.
Como es habitual en este blog, no se trata de una lectura sencilla ni mucho menos conformista, de modo que invitamos al lector a serenar el espíritu y disfrutar de una magnífica plancha.
LA INICIACIÓN
Hace pocos días, haciendo limpieza del que hasta ahora
había sido mi despacho profesional, el cual tengo que dejar llegada la edad de
la jubilación, me encontré enfrentado a una inevitable montaña de papeles y
documentos. A lo largo de todos estos años, se han ido acumulando archivos
profesionales, pero también archivos relativos a asuntos de la Orden a la que
continúo vinculado y que me tocó dirigir durante veinte años.
He tirado muchos papeles que no tenían ningún valor, como
demuestra el hecho de haber estado allí sin que en todo este tiempo haya
necesitado, ni tan siquiera consultarlos. Pero también se han salvado otros que
parecían olvidados, y que al revisarlos, han revelado que forman parte de
nuestra historia y de la historia de la existencia del Régimen Escocés
Rectificado en España, mucho antes de la existencia del GRAN PRIORATO DE
HISPANIA.
Entre ellos, también he encontrado artículos y trabajos
de distintos Hermanos de aquí y de allí, y en particular ha llamado mi atención
uno que he seleccionado de un Querido Hermano francés, que ha venido a
recordarme una etapa de mi vida en que por razones profesionales, me veía
obligado a efectuar estancias en París, al menos una vez al mes.
Recuerdo que transcurrían los años siguientes a las
Olimpiadas de 1992 que se celebraron en Barcelona. Eran tiempos difíciles (en
realidad, siempre lo han sido…) para el R.E.R. en España, ya que en 1993
acababa de constituirse a partir de y a través de la Gran Logia de España, el
Gran Priorato de España K.T. Para la Gran Logia de España, ello significaba
poder tener y controlar una Orden de caballería Templaria, al margen de la
situación habida hasta entonces en que debían pasar –les gustara o no- a través
del Gran Priorato de las Galias, que tenía una Orden de caballería, pero
distinta y aunque aparentemente todo era caballería, en realidad era la Orden
de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa, afecta al Régimen Escocés
Rectificado.
Como consecuencia de todo ello, la estructura del R.E.R.
existente (a nivel de Orden Interior, las Prefecturas de Zaragoza y Barcelona
con sus correspondientes Encomiendas) pasaba a integrarse dentro del nuevo
organismo creado por la masonería inglesa anglosajona, presidido por el Gran
Priorato para Inglaterra y Gales de los K.T. Dicha estructura quedó integrada
en un Priorato (que se sitúa por debajo de un Gran Priorato) que tomó el nombre
de la antigua Provincia de la Orden del Temple en estos territorios: Aragón, e
instalándome a mí como máximo responsable para el R.E.R. en nuestro país. A la
práctica para nosotros era como si la “madre” hubiera marchado de casa
dejándonos “huérfanos”, solo que no había marchado voluntariamente sino forzada
por las circunstancias, sintiendo de algún modo que se había roto el “cordón
umbilical” que nos unía a ella, y viéndonos forzados a madurar de golpe al
tener que asumir de improviso nuestro destino.
En estas circunstancias, mis viajes profesionales a París
se revelaron providenciales pues permitían continuar manteniendo un contacto y
continuar “nutriéndonos” a partir de unos trabajos (en forma de Planchas) que
daban un sentido y una explicación a un Rito Escocés Rectificado, que por su
bisoñez y falta de experiencia, no contaba con nadie con experiencia suficiente
sobre el particular en base al que poder inspirarse y diera luz a tantas y
tantas dudas que aparecían en su práctica cotidiana, así como a muchas
preguntas surgidas de la reflexión en profundidad de los contenidos y las
distintas Instrucciones presentes en los rituales de cada grado.
Buscando esa referencia tan necesaria para nosotros,
encontré la Logia de mi Querido Hermano y amigo, Daniel Fontaine, a la sazón
Gran Maestro del G.P.D.G. La logia se llamaba “Amitié et Bienfaisance” y
aglutinaba a lo bueno y mejor del R.E.R. en Francia. De hecho, los máximos
dirigentes del G.P.D.G. –comenzando por su Gran Maestro/Gran Prior- formaban
parte de ella, y se concentraba en la misma el gobierno de la Orden, lo que les
permitía una mayor eficacia en la gestión y toma de decisiones. Cuando llegué
por allí de la mano de Fontaine, el que hacia las funciones de Venerable
Maestro es el actual Gran Maestro del G.P.D.G. y en una de las Tenidas a las
que asistí, iniciaron a Dominique Vergnole, uno de los actuales Grandes
Dirigentes y miembro actual del Consejo de Gobierno del G.P.D.G.
Está claro que dicha Logia era la más influyente para el
R.E.R. en Francia, y sus trabajos, fuente de inspiración para todos, y también
–claro está- para nosotros. Allí conocí a Pascal Gambirasio d’Asseux que llegaría
a ser Rey de Armas del G.P.D.G. y según ellos mismos han reconocido, el mejor
Rey de Armas que nunca han tenido. Es autor de diversos libros sobre heráldica,
y en particular de uno que yo mismo traduje y que en el G.P.D.H. utilizamos
como “libro de cabecera” para la formación de nuestros Escuderos Novicios de la
Orden Interior, que se preparan en el conocimiento del Noble Arte, para llegado
su día ser Armados Caballeros. Gambirasio es de los heraldistas que ha sabido
darle a la lectura de las Armas, una dimensión espiritual que va más allá del
buen conocimiento formal del arte del blasonamiento, a que se limitan la
mayoría de heraldistas, salvo honrosas excepciones como es el caso de Gérard de
Sorval. La heráldica es un lenguaje que se refiere al hombre y a su gesta en el
mundo, y a diferencia de la mayoría de heraldistas, estos dos –pero Gambirasio
especialmente-, contemplan al ser humano también en su aspecto espiritual,
aspecto que conviene e interesa a aquellos que como nosotros estamos comprometidos
en la gesta de la iniciación, siendo la iniciación caballeresca una modalidad,
dentro de la iniciación cristiana.
Porque es sobre la INICIACIÓN que trata Pascal Gambirasio
en su artículo que aquí estamos comentando. Pocos autores conozco que hayan tenido
la valentía de abordar este tema tan abiertamente, desde la perspectiva
cristiana. En relación a la iniciación se han escrito muchas cosas y he oído
muchas tonterías, en particular de “esoteristas” de medio pelo que “pintan” una
iniciación que quedaría reservada a los poseedores de la “verdad” quedando el
resto de mortales como una serie de memos y crédulos.
El cuadro que nos pinta Gambirasio es mucho menos
ambicioso y mucho más humilde, pero revistiéndolo a la vez de una grandeza solo
comparable al objeto de su visión de la iniciación. Para comenzar, sitúa la
iniciación en el marco referencial del Evangelio de Cristo, diciéndonos que
ninguna iniciación puede estar al margen o por encima del mismo, lo que ayuda a
situarse y no perderse.
Los ejemplos que utiliza, sus alusiones y sus referencias
son el Evangelio [“el Evangelio es la Ley del Masón” dice nuestra Regla
Masónica Rectificada], los Padres de la Iglesia y los rituales Rectificados.
Cita sin ruborizarse y en diversas ocasiones la exhortación apostólica del Papa
Juan Pablo II “Vita Consecrata” de 1996, poniendo de manifiesto su condición de
masón católico Romano de manera desacomplejada, en un momento [y hoy todavía
más] en que en el ámbito masónico cristiano, reconocerse católico quedaba mal
visto, ya que los masones que aceptaban los orígenes cristianos de la masonería
tradicional [que algunos descubrieron gracias a René Guénon], y se acercaban de
nuevo a la tradición cristiana, veían admisible apuntarse a cualquier confesión
cristiana, excepto la católica que se consideraba menos renovada y más
degradada. En realidad, reflejos de la “modernidad”.
Sin embargo, Gambirasio conoce por supuesto a Guénon, y
lo menciona [por su nombre o mediante sus planteamientos] en un par o tres de
ocasiones, pero sus alusiones son inevitables ante un foro que no hubiera
entendido que no se mencionara al autor que en el siglo XX empezó a hablarnos
de la noción de tradición asociándola a la de religión. Con René Guénon se
puede estar de acuerdo o no, siendo difícil para un cristiano creyente en la
Revelación, aceptar una religión primordial [al menos como él la explica] de la
que se derivarían todas las demás, señalando un ranking de degradación de cada
una de estas religiones en relación a la primordial, quedando el catolicismo
naturalmente a la cola. De ahí que Pascal Gambirasio considere lógicamente a
Guénon, pero ponga por delante y en primer lugar a Cristo.
Menciona –aunque sea muy de pasada- a Louis-Claude de
Saint-Martin, pero para nada a Martinès de Pasqually y por supuesto, ignora sus
postulados conflictivos [para la tradición cristiana] que se pueden encontrar
en su “Tratado”. Estoy de acuerdo con Gambirasio sobre que Saint-Martin –sin
haber renegado de Pasqually- es mucho menos peligroso que este último. Pero
insisto cómo destaca su perfil católico-romano al ponernos como ejemplo de
receptividad y apertura a la voluntad de Dios, de la figura de la santa Virgen
María.
Destaca también su percepción y diferenciación entre
esoterismo cristiano y cristianismo esotérico que
condena al pretender constituirse este en “una especie de cuerpo doctrinal
distinto, incluso opuesto al Santo Evangelio” el cual sitúa por encima de todo.
Es ese cristianismo esotérico a que
se refiere Gambirasio, que tanta turbación ha traído a la Orden Rectificada por
parte de aquellos que confunden la gimnasia con la magnesia, insistiendo en la
existencia de una doctrina propia del Rectificado (heredera de algunos
postulados equívocos de Pasqually) que estaría por encima (por aquello del purismo
en la práctica del R.E.R.) de cualquier otra doctrina, chocando con esto con el
Evangelio y con la doctrina de la Iglesia. La iniciación de “los confundidos”
entraría entonces para Gambirasio en la categoría de las “tradiciones no
cristianas” en la que el iniciado se sitúa por encima del resto al pretender
poseer un tipo de conocimientos que los demás no poseen, entrando con ello en
colusión con la tradición cristiana para la que “todo es dado” en plenitud por
los sacramentos.
Muy interesante trabajo el de Pascal Gambirasio sobre “La
Iniciación” y que aporta valiosas luces que he querido compartir, traduciendo
sus reflexiones para hacer partícipes de las mismas al ámbito hispánico.
Ramón Martí Blanco
Barcelona,
15 de julio del 2017, (veinte años después de la aparición del trabajo de
Gambirasio)
Festividad
de San Buenaventura
LA INICIACIÓN,
¿POR QUÉ Y PARA QUÉ?
VISIONES DIVERSAS SOBRE LA VÍA INICIÁTICA EN EL MARCO
EVANGÉLICO
Pascal Gambirasiod’Asseux
Este título es voluntariamente provocador. Pero la
“pro-vocación”, en su esencia¿acaso no debe entenderse como un llamamiento para
cumplir alguna cosa, como una llamada hacia algo o de alguien…? Siendo ese
“alguien”, como bien habrá podido comprenderse, el mismo Cristo que no deja de
llamar a los hombres a que lo sigan y a su imitación.
El subtítulo, por su parte, anuncia la orientación y el
objetivo de este trabajo (que reconoce gustoso por su parte sus límites e
imperfecciones) versando sobre un tema mayor de nuestra vía espiritual. En
efecto, en tanto que iniciados cristianos debemos ser conscientes del carácter
paradójicamente específico y universal de nuestro camino, y como bien señalaba
el Papa Juan Pablo II en su exhortación apostólica “VITA CONSECRATA” presentada
en 1996: “Aun cuando toda la Sagrada Escritura sea (…) fuente límpida y perenne
de vida espiritual, los Evangelios son «el corazón de todas las Escrituras ».
El sentido de la palabra iniciación (del latín: initium, que viene de inire: compuesto por su parte dein, que significa en eire, significando ir, marchar,
avanzarse) es doble y connota por una parte la idea de encaminamiento, más
particularmente de los primeros pasos en el cumplimiento de este encaminamiento,
y por otra, la idea de una interioridad.
La iniciación se define así de manera natural como un
encaminamiento interior, como una búsqueda de interioridad, insistiendo en su
carácter de comienzo probablemente con el fin de subrayar que su término, su
cumplimiento “no es de este mundo” en su sentido evangélico, lo que tampoco no
significa que no pueda ser alcanzada, realizada “en este mundo” o “desde este
mundo”. Volveremos más adelante sobre esto.
Esta andadura interior, así pues estrictamente hablando,
esta vía del y hacia el corazón, es simultáneamente, y de manera efectiva,
andadura hacia lo “alto”, andadura hacia el Reino de los Cielos en el que
Cristo Jesús nos revela que él “también” está y ello “en primer lugar” dentro
de nosotros: “ved, en efecto, que el
reino de Dios está dentro de vosotros”[1].
Señalaremos aquí que el término de esoterismo
significa precisamente “lo que está al interior”, en “el corazón” de las cosas
o los seres.
Por otra parte, no nos es posible evocar este carácter de
encaminamiento y vía que constituye el propio de la iniciación sin recordar
estas palabras del Señor que aclaran e iluminan (en todos los sentidos del
término) su naturaleza esencial: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”[2].
El Verbo divino encarnado en la adorable Persona de Jesucristo,
se presenta así, no solamente como el objetivo de toda iniciación, sino también
como la vía misma para acceder a ella; diríamos inclusive la Voz, la Palabra de
llamamiento que invita a ello. Efectivamente, el hombre es llamado
continuamente por su Creador y Salvador para que se gire (se torne: la
conversión en su sentido pleno) hacia Él, Fuente de Amor y de Vida: “Sígueme”[3].
La iniciación es pues la búsqueda del reencuentro, de la
intimidad con la Verdad revelada la cual, de igual modo como el Camino que
conduce a ella, no es otra que una Persona, la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad.
Por otra parte el esoterismo, o el conjunto de
conocimientos y “operaciones” rituales que le están vinculados, significa muy precisamente
lo que surge del ámbito de la interioridad y en consecuencia del secreto porque
es de naturaleza sagrada y escondida en “la célula del corazón” según expresión
monástica. El esoterismo, en oposición a la locura ocultista o de los
travestismos heréticos en que algunos lo han convertido –en todos los sentidos
de la palabra-, aparece así como el corazón, la médula y la sangre espirituales
del Conocimiento y la Caridad que el Padre nos abre y nos pide por el Hijo en
el Espíritu: “Venid, y lo veréis.”[4]
Pero es menester precisar que la iniciación, esencialmente,
es una vía reservada; una voz que sólo es percibida si uno es
escogido por ella. He ahí el auténtico sentido de la vocación que nos devuelve al deseo espiritual del santo encuentro
que evocábamos hace un instante, encuentro de corazón a corazón con Dios,
Creador, Salvador y Amigo, que a la vez se revela y se oculta. Y para nosotros,
en tanto que cristianos, de la entrada más intensa en la participación adoptiva
de la vida trinitaria, en este amor de las Tres Personas de una única
naturaleza, que nos es dada por los Sacramentos del bautismo, de la
confirmación y de la eucaristía. La realidad de esta vía reservada, de esta
vocación específica nos es anunciada y justificada por estas palabras de Jesús:
“No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas ante los cerdos, no
sea que las pisoteen con sus patas y volviéndose a vosotros os despedacen.”[5], y
cuando sus discípulos le preguntaban por qué hablaba a las turbas mediante
parábolas, les respondía: “A vosotros os ha sido entregado el misterio del
reino de Dios; mas a aquellos de fuera
todo les viene en parábolas, para que mirando, miren y no vean; y oyendo, oigan
y no entiendan (…).”[6]
Múltiples son los sentidos de estas palabras, todos ellos complementarios.
Significan la multiplicidad de los dones de Dios y de los caminos que llevan a
Él y sugiere muy nítidamente, en particular por el calificativo de “aquellos de
fuera” (dichos también profanos), la vocación iniciática y el conocimiento
esotérico.
En otros términos, esta vocación iniciática, esta vía
esotérica constituyen realmente una hermenéutica, pero interior y reservada (entendiendo
que la hermenéutica es la interpretación teológica de los textos sagrados).
El misterio de este llamamiento es un componente del
misterio de las vocaciones y carismas que Dios dispensa a cada uno según su
sabiduría infinita para el bien de todos en la unidad de la Iglesia, como lo
expone principalmente san Pablo en su epístola a los Romanos[7] y
en su primera epístola a los Corintios[8].
El episodio de la Transfiguración del Señor fundamenta e ilustra esta vía de
misterio reservado: en efecto, de entre los doce, Jesús escoge y llama
únicamente a Pedro, Santiago y Juan; los lleva en un aparte únicamente a ellos
a otra montaña, el monte Thabor, para contemplar la manifestación de la Gloria
divina. Pero “descendiendo ellos del monte, les mandó que a nadie dijesen lo
que habían visto, sino cuando el Hijo del Hombre hubiese resucitado de los
muertos. Y guardaron la palabra entre sí.”[9] La
tradición ha querido dar a Santiago y Juan el calificativo de Boanerges, nombre
que significa literalmente “hijos del trueno”. Recordaremos, por una parte, que
Juan y Santiago son los dos santos patrones de la iniciación de Oficio o
Compañerazgo, y por otra, que en el curso de la ceremonia de iniciación según
el Rito Escocés Rectificado el candidato, justo antes de recibir la luz, “oye”
resonar el trueno.
La respuesta libre y amorosa del ser ante el llamamiento
divino según su carisma propio, según el don del Espíritu que el Padre ha querido
para él, es lo que defineal hombre de deseo, tal cual es evocado por el Apocalipsis
de Juan y junto a él por el Filósofo Desconocido Louis-Claude de Saint-Martin.
Esta respuesta del amor del hombre al amor de Dios, que
la teología denomina la redamatio, da testimonio de la orientación del ser, del
“signo” que lo marca ontológicamente y del buen uso que el interesado ha hecho
de su libertad, primero de los dones gratuitos del amor de Dios para con el
hombre. Es la respuesta a la pregunta planteada por el Señor a Adán en el
jardín del Edén después del Pecado y es entonces que precisamente Adán se
esconde: “¿Dónde estás tú?”. Pero ésta vez, en la luz de la Salvación y la
voluntad de conversión del hijo pródigo, la respuesta es idéntica a la del
discípulo Ananías llamado por Jesús en el curso de una visión: “Heme aquí,
Señor”[10] y
satisface todo el conjunto y la anterior pregunta cuando la Caída y ésta llamada
constante del Salvador citada anteriormente: “Sígueme”.
Es la respuesta del ser que presenta su dignidad
esencial, su nobleza original y que experimenta en lo más profundo de sí mismo
que su razón primera no es otra que escatológica: la alabanza y la adoración de
la Santísima Trinidad en la intimidad filial de este diálogo auténtico y
misterioso que es la verdadera contemplación: la presencia del corazón del
hombre con la Presencia del Corazón de Dios en él, en primer lugar, por el de
Jesús, el Emmanuel por el Espíritu Santo.
Por otra parte en este aspecto, el primer carácter de la
vía iniciática, en su modalidad cristiana, es perfectamente mariano puesto que
en efecto, en la historia de los hombres como en la plenitud de los tiempos, no
existe ninguna criatura, ningún ser comparable a la santa Virgen María quien,
en fruto de su total oblación a Dios, ha sido objeto de la manera más eminente
y única de la presencia en ella del Verbo por el Espíritu. En este sentido
asume por todos nosotros el paradigma de toda santidad y nos es dada a la vez
como ejemplo y como madre. A la Iglesia en general y a cada uno de sus hijos en
particular, especialmente a aquellos que han recibido la cualificación
iniciática, ella muestra, cuando la Anunciación, la única vía hacia Dios
presentándose como el cumplimiento perfecto: “He aquí la sierva del Señor;
hágase en mí según tu palabra”.[11]
La “cualidad mariana” se revela pues como carácter
constitutivo de toda alma ofrecida a Dios y viviendo de y para el Señor, Única
Realidad, único origen y Único Término.
Vía activa en una aparente pasividad que es de hecho una recepción
gustosa y activa, una receptividad actuante y discerniente del corazón y del
espíritu. ¿No es acaso el trabajo de todo iniciado y principalmente el del
aprendiz, sentado silenciosamente en la columna del norte y que acaba de nacer
(o quizá mejor renacer) a la Luz que es Cristo? Para realizar esta recepción,
es preciso en primer lugar ser capaz del recogimiento, que es silencio y
secreto, así pues vigilancia del centro del ser, esta “célula del corazón” de
la que hablábamos más arriba. Esta guardia, esta vigilancia, es un elemento
clave –en el pleno sentido de la palabra-, de la vía espiritual y muy
especialmente de la vía iniciática, ligada por naturaleza al misterio del
silencio y de la Luz escondida para aquel que no está llamado a contemplarla en
todo su esplendor. El ritual de cierre de los trabajos del Rito Escocés
Rectificado se nos presenta como una ilustración inmediata a través de estas palabras
pronunciadas por el Venerable Maestro: “Que la Luz que nos ha iluminado en
nuestros trabajos no sea nunca expuesta a los ojos de los profanos”.[12]
Esta vigilia, este recogimiento en la humildad, ya que
quien se siente llamado y todavía más en el camino de la iniciación, sólo puede
hacer íntimamente suyas estas palabras pronunciadas por todos y cada uno en el
momento de la comunión en el Cuerpo y la Sangre de Cristo: “Domine, non sum
dignus (Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya
bastará para sanarme)”, esta guardia y este recogimiento,así pues, se enraízan
y se alimentan del ejemplo mayor de María acogiendo la Palabra y recogiéndose
en Ella para mejor ofrecerla al mundo, así como san Lucas lo señala: “María
guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.[13]
Es solamente en la plenitud de esta actitud que toda alma
está dedicada a volver a ser, lo que ella siempre ha sido y nunca ha dejado de
serlo, desde toda la eternidad, y que traduce tan pertinentemente el blasón y
la divisa del grado de Aprendiz (“AdhucStat”).
Es también el signo cristiano de este camino iniciático,
que de alguna manera y según su carácter propio y sus carismas específicos,
sella lo que en términos teológicos se denomina la consagración: se evoca
entonces la vida consagrada o una persona. Nos parece oportuno citar aquí un
breve pasaje de la exhortación pontifical citada anteriormente: “A imagen de
Jesús, el ‘Hijo bien amado’ que el Padre ha consagrado y enviado al mundo[14],
aquellos que Dios ha llamado para que le sigan, están ellos también consagrados
y enviados al mundo con el fin de imitar su ejemplo y proseguir su misión. Esto
se aplica a todos los discípulos en general. No obstante, se aplica de manera
más particular a aquellos que son llamados a seguir a Cristo “más de cerca”, en
la forma específica de la vida consagrada, y hacer de ello el “todo” de su
existencia (…) La misión, en efecto, caracterizándose por las obras exteriores,
consiste en hacer presente al mundo el mismo Cristo a través de su testimonio
personal. He ahí el desafío, ¡he ahí el objetivo primero de la vida consagrada!
En la medida que uno se deja configurar a Cristo, más lo hace presente y
actuante en el mundo para la salvación de los hombres. Esta consagración, que
no debe ser confundida con uno de los siete sacramentos, es el vector de cargos
y deberes espirituales.
En el plano y en el ámbito que son los suyos, la
iniciación es comparable a una consagración y exige con el mismo rigor la
cualificación y fidelidad a los compromisos solemnemente adquiridos. Por lo
demás, ¿acaso en el ritual de cierre del Rito Rectificado no se nos pide:
“llevar entre los otros hombres las virtudes de las cuales habéis jurado dar
ejemplo”[15]…
Esta “consagración iniciática”, podríamos decir, cuyo carácter imborrable queda
impreso en el ser por la recepción de lo que René Guénon denomina “la
influencia espiritual” recibida en el momento de la ceremonia de iniciación, es
también, en corolario, la fuente de los carismas necesarios a esa misión, a
estos deberes. Carismas, a los que por otra parte aspira nuestra plegaria de
cierre de los trabajos recitada en el seno de la cadena de unión, dispensados
por el Espíritu sobre cada uno de acuerdo a sus necesidades y los deseos de
Dios respecto a él.
Sobre la naturaleza y los “efectos” de la iniciación, es
ciertamente necesario distinguir según se opere en el seno de las tradiciones
no cristianas o en el marco evangélico de la Nueva y Eterna Alianza.
Tradiciones no
cristianas
La iniciación constituye, en el contexto espiritual
considerado, como un “plus” que aporta en relación a lo que recibe la
“multitud” realmente una gracia suplementaria. La iniciación, por su parte, a
través de la bendición específica que ella representa, confiere una suerte de privilegio
a ojos de lo que es transmitido a la masa de fieles. En la medida que estos
últimos reciben el viático general que les permitirá cumplir lo mejor posible a
su estado su peregrinación terrestre (en modo bíblico, diríamos que son
admitidos en el recinto del Templo, incluso en el Santo), la iniciación se
presenta entonces como la posibilidad de franquear el umbral, siendo admitido
en el Santo de los Santos; quedando así como la recepción de un tipo de
bendición reservada.
Así mismo, este “plus” que evocábamos hace un instante se
percibe y analiza como un elemento de interioridad y decondicionamiento
“suplementario” en el cuadro de la revelación espiritual considerada. Dicho de
otra manera, se trata de una gracia (de una “influencia espiritual” como diría
Guénon) que aproxima al Centro a aquel que la recibe, permitiéndole, obrándole
en el pleno sentido de la palabra, otras posibilidades, otros campos de
realización espiritual en esta vida o en lo que se ha convenido denominar los
estados póstumos del ser. Estos estados pudiendo entonces diferir
esencialmente, en este contexto tradicional no cristiano, según uno esté
iniciado o no, y a condición que dicha iniciación se haya cumplido, o que uno
se beneficie (si se nos permite decirlo ya que de por sí es un testimonio
eficaz e inconmensurable de la atención misericordiosa del Creador para sus
hijos), “solamente” de la bendición general que “envuelve” al conjunto de
miembros de la comunidad con vistas a un viático espiritual apto para ser
alcanzado y cumplido por esta multitud todavía no sensible al deseo de
interioridad y de lo absoluto “para el Reino de los Cielos”.
Tradición cristiana
Fundamentalmente a diferencia de otras formas
tradicionales, precisamente porque se trata de la Nueva y Eterna Alianza en la
que interviene “la plenitud de los tiempos”, según la promesa de Dios, la
revelación cristiana no conoce, o quizá mejor no considera, esta distinción de
algún modo jerárquica de bendiciones, de la “periferia” al “centro”.
“Todo es dado” en plenitud por los sacramentos
fundamentales del bautismo y la confirmación y por la participación de la
comunión eucarística que los mismos sacramentos permiten y para el que son
ordenados.
El hombre, por el santo bautismo es definitiva y
radicalmente lavado del pecado original, o lo que es lo mismo, de las
consecuencias ontológicas del pecado de Adán. El hombre es salvado de la Caída
y la marca de Satán sobre él queda borrada, aunque permanece, a pesar de todo,
susceptible y así pues sensible a las tentaciones del Maligno quien continúa
pudiéndolo herir a nivel individual mediante sus potenciales corrupciones si se
deja seducir y subyugar. Pero las aguas vivas del bautismo y el fuego de esta
pentecostés personal que constituye la confirmación, marcan de manera imborrable
al ser que las recibe y hacen de él un ser nuevo, un ser renovado en el Señor.
El alimento eucarístico, finalmente, lo hace entrar como por “anticipación
escatológica” en los misterios del Reino de Dios y ser admitido, por la gracia
adoptiva a la vida Trinitaria que las Tres Personas tienen por naturaleza.
Como podemos ver, y es aquí la doctrina cristiana con
toda su autoridad divina la que afirma a través del Evangelio y del Magisterio
de la Iglesia, que no es posible que en el marco espiritualla iniciación aporte
una gracia “de más” en relación en relación al resto que no fuera compartida
por el conjunto de bautizados. Es de igual modo precisamente en esto que el
cristianismo y la iniciación cristiana difieren de otras tradiciones.
Sin embargo, esto no significa que la vía iniciática
pierda su razón de ser en el contexto cristiano, ni tampoco su “eficacidad”
propia, muy al contrario; y si acaso no confiere “nada de más”, ella transmite
“algo mucho mejor”, dicho también lo “más cercano” a Cristo por retomar la
expresión del Santo Padre (cf. Vita Consecrata). Ella constituye, si se nos
permite el ejemplo, una ampliación, una intensificación del sacramento de la
confirmación y más precisamente todavía de ciertas virtudes y gracias del
Espíritu Santo que este confiere, en particular la virtud de la Fuerza y la de
la Justicia, particularmente vinculadas a la iniciación caballeresca. Por otra
parte, podemos acudir a la misma doctrina de la Iglesia en cuanto a la
definición ya los efectos del sacramento de la Orden, reservada a algunos en
relación a las gracias y caracteres generales compartidos por todos los
bautizados, llamados –no lo olvidemos- al triple ministerio real, sacerdotal y
profético. La iniciación, en el marco de la tradición cristiana, integra,
culmina, recapitula y justifica las iniciaciones anteriores, todas ellas
fundamentalmente de origen divino y coeternas al hombre desde su exilio “en
este mundo”. Actúa en esto exactamente la tradición cristiana como respecto a
otras tradiciones en el plano dicho “exotérico”.
De este modo la iniciación cristiana transfigura e
ilumina las iniciaciones anteriores las cuales aparecen como prefiguraciones.
En lenguaje teológico, diríamos que estas iniciaciones quedan “justificadas”,
en efecto, es decir a la vez legitimadas en su naturaleza y objeto, y en lo
sucesivo comprendidas y “situadas” como “propedéuticas” antes que la Palabra no
se encarnara en la historia de los hombres. Estas religiones e iniciaciones
contribuyeron, según su orden, a realizar lo que Juan el Bautista nos exhorta a
efectuar en nuestros corazones respectivos: preparar y enderezar el camino
hacia el Señor[16].
Esta “justificación” le permite tomar finalmente su verdadera dimensión y
revelar su auténtica “eficacidad espiritual”.
La iniciación, en el marco cristiano, está marcada por el
mismo sello. Los elementos arquetípicos y preexistentes en la perspectiva que
acabamos de definir quedan en lo sucesivo ordenados a la Palabra última y
viviente de Dios hecho hombre, Jesucristo, que da y deja al mundo su Alianza,
su Alegría y su Paz.
Como la religión en la que se inscribe en un corazón
radiante, la iniciación cristiana “recapitula” igualmente todo lo que fue o
permanece en la materia como al igual en gracias anteriores, lo que significa
que las reúne y traspasa, que las sintetiza e ilumina en plena comunión de
sentido.
Por otra parte, firma y abre una profundización en la
mirada interior, una apertura del “ojo del corazón” en favor del iniciado
cristiano en relación a su hermano cristiano no iniciado. Como ya hemos dicho, el
no iniciado, no soporta una falta, ya que el iniciado, sin tener un “plus” goza
de un “mejor” en una ilustración de la diversidad de carismas y la
superabundancia evangélica.
Ya que, si todos los cristianos están “situados” por la
gracia del bautismo, en el “centro”, en el “corazón de Dios”, el iniciado en
particular, percibe sus latidos con mayor consciencia, deseo e intensidad. Es
de hecho el oficiante y el guardián, de acuerdo a su vocación y a los dones que
el Espíritu le haya otorgado. En esto consiste su misión en este mundo.
Así mismo, la iniciación en el marco de la religión
cristiana, busca con todo amor y toda humildad la revelación del corazón del
Evangelio, de la interioridad cardíaca o cordial de la Alianza del Cordero de
Dios, Salvador del mundo.
Y ¿por qué–pues-, querer ir más allá, hacia Dios? ¿Por
qué pues ir, como dice el Santo Padre: “lo más cerca de Cristo”?[17]
La respuesta la tenemos, por una parte, en estas palabras de san Macario de
Egipto: “Si alguien dice: ‘soy rico, tengo todo lo que pueda necesitar, no
necesito nada más’, este no es cristiano sino un vaso de iniquidad diabólica.
Ya que el placer que se tiene en Dios es tanto que uno no puede saciarse.
Cuanto más se gusta, cuanto más en comunión estas con Él, más hambre tienes.”
Ahora bien esta hambre a que nos referimos, ¿acaso no es
la vocación primera, esencial, del hombre la verdadera vida de su ser…?
Y en estas palabras de san Anselmo, por otra: “No trato,
Señor, de penetrar en vuestras profundidades ya que mi inteligencia no es en
absoluto comparable, sino tan solo deseo comprender un tanto vuestra verdad que
mi corazón cree y ama.”
Estos dos Padres de la Iglesia explicitan de esta manera
y en su radicalidad la fuente y la legitimidad espirituales y evangélicas de la
meditación teológica al igual que de la vía iniciática.
Por otra parte, toda la vía se resume, se consuma y se
consume en el ejemplo y el testimonio de estos tres faros de la espiritualidad
carmelitana que podemos contemplar como iniciados por el mismo Espíritu Santo.En
primer lugar, san Juan de la Cruz cuando afirma: “en el atardecer de nuestras
vidas, seremos juzgados en el amor”; santa Teresa de Jesús (santa Teresa de
Ávila), a continuación cuando proclama: “Y sin amor todo es nada”; finalmente
santa Teresa del Niño Jesús (santa Teresa de Lisieux), que nos deja el perfume
de su alma, escribiendo: “En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré
el amor”.
Amor y conocimiento como una sola y única plegaria, como
una sola y única obra cristiana, san Pablo lo confirma y exhorta a ello con
estas palabras: “Que vuestra caridad abunde más y más en el conocimiento y en
toda comprensión”[18].
He ahí lo que teje el carácter de la iniciación cristiana, el mantillo de tierra
en que germina y crece.
En esta realidad y por tal de captar un tanto la
dimensión de la iniciación cristiana y del esoterismo cristiano, podemos
considerar la síntesis siguiente: Bautismo y Confirmación son los sacramentos
fundamentales del cristiano: los sacramentos, es decir los signos y los instrumentos
eficaces de la regeneración de su ser por la gracia salvífica del “Cordero de
Dios, el que quita el pecado del mundo”[19] y
redime el pecado de Adán al precio de su Preciosa Sangre. La eucaristía, alimento
celeste o pan de los ángeles, es la participación “desde esta vida” de la Vida
trinitaria, abierta por los dos sacramentos anteriormente citados.
En el seno de la plenitud de estos tres sacramentos que “marcan”
ontológicamente al cristiano y componen una única familia, en la Iglesia, donde
todos comparten la misma dignidad y los mismos efectos de la gracia de este
modo dispensada, hay como tres recintos en la economía general de las misiones
ligadas a la vocación de cada uno, que no difieren en jerarquía sino en
carácter. Y la iniciación es uno de estos tres recintos. Recordemos estas
palabras del Apóstol: “Y hay diferencias de dones, pero el Espíritu es el
mismo. Y hay diferencias de ministerios, pero es uno mismo el Señor. Y hay
diferencias de operaciones, pero es uno mismo el Dios que lo opera todo en
todos. A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para lo conveniente.”[20]
El sacramento de la
Ordenación
Según la jerarquía tradicional y estrictamente hablando,
únicamente el Obispo (consagración episcopal) y el Presbítero (ordenación
sacerdotal) están facultados para celebrar la eucaristía, ya que el Diácono no
ha recibido la ordenación que se lo permitiría. De acuerdo a ello, la misión y
el carisma del obispo y del sacerdote, por la gracia y el carácter del
sacramento de la Ordenación, es el de configurarse a Cristo para cumplir el
sacrificio eucarístico y asumir la plenitud del apostolado en beneficio de
todos. En estos “actos”, se encuentra realmente el Verbo de Dios que actúa en y por
ellos.
La vida consagrada
Esta consagración no se inscribe entre el número de los
siete sacramentos. Dicha dedicación, define y sella la vocación religiosa
regular o secular de los hombres y mujeres que “toman el hábito” de las Ordenes
monásticas, o se comprometen en el seno de las Congregaciones o Institutos
religiosos. Es igualmente la vía de los laicos pertenecientes a lo que se
denomina las Ordenes Terciarias u Ordenes terceras, surgidas de una de las
Ordenes monásticas mencionadas. El carácter de esta vía dedicada y la
especificidad de la misión de aquellos que son llamados a la misma es el de
vivir en imitación perfecta a Cristo, castamente, pobremente, obedeciendo la
voluntad del Padre, orando y llevando su misión, a fin de hacerlo presente, incluso
y sobre todo, allí donde no es conocido o reconocido. En su modalidad
religiosa, es la ascesis hacia la santidad a la que todos los hombres están
llamados -aunque bien pocos respondan a esa vocación-, para convertirse en el
germen del Amor, de la Paz y de la Alegría de Dios.
La iniciación
En el marco cristiano, la iniciación se presenta, a la
vez y en una aparente paradoja, como un aspecto central y específico de la
consagración evocada en el párrafo precedente.
Aspecto central, porque la iniciación nace y vive de la
Palabra encarnada que es simultáneamente la Luz verdadera que ilumina a todos
los hombres, como bien anuncia el Prólogo del Evangelio según san Juan[21].
Central y así pues, en el sentido pleno de la palabra, católico, es decir
universal. Es en esto por otra parte, que a imitación del Evangelio en el seno
del cual se inscribe, la vía iniciática cristiana “recapitula” como se ha
dicho, “conteniendo” en cierto modo, todas las iniciaciones anteriores.
La iniciación cristiana constituye el corazón de “la iniciación” por consecuencia inmediata
del hecho que el Evangelio constituye a su vez el corazón de todas las
Revelaciones divinas precedentes hasta entonces identificadas como
prefiguraciones y propedéuticas. Analógicamente y haciendo un paralelismo,
podemos ver que en el Rito Escocés Rectificado, desvelamos la luz al candidato
durante la ceremonia de iniciación en dos tiempos: en el primero, desvelándole
solamente una luz “difusa”, precisamente porque sus ojos –el alma del
candidato- no son todavía capaces de soportar en todo su esplendor-en que por
otra parte nunca ha dejado de brillar-, mientras que en el segundo, se sitúa al
candidato frente a y en la gloria de la Presencia, en un recuerdo del bautismo que
lo revistió de Cristo, Luz del Mundo. Podemos comprender ahora por qué la
iniciación hace de él en lo sucesivo, un “hijo del trueno”, un “hijo de la
Luz”.
Aspecto específico, ya que la iniciación, el conocimiento
esotérico, tiene por misión abrir el ser que está llamado al absoluto de la
Buena Nueva y a la realización, por los ejercicios espirituales que le están
vinculados y reservados, de cuerpo de gloria o cuerpo de resurrección. ¿Acaso
no afirma la tradición iniciática, que al mediodía en punto, el iniciado
cumplido no proyecta ninguna sombra…?
La Gran Obra de esta vocación es pues la de actualizar,
la de “anticipar”, si se nos permite, lo que debe advenir escatológicamente, en
primer lugar a título individual en lo que se acostumbra a denominar los
estados póstumos del ser, en cumplimiento de la Resurrección de la carne y a
continuación a título colectivo, lo que significa radicalmente la Comunión de
los Santos, cuando todo estará acabado en la Plenitud de los tiempos en que
Dios será “todo en todos”[22],
como dice san Pablo.
A través del camino trazado por las Beatitudes, que
residen en la vía real del cristiano, así como por las “operaciones” y
ejercicios espirituales que le son propios, la vía iniciática permite a
aquellos que son llamados a esta realización en modo religioso o monástico,
realizarla incluso “en esta vida” y “desde esta vida”, constituyéndose en los
guardianes de una enseñanza que el Señor entiende que no es bueno que sea
compartida por todos. Esta santa ciencia llama a aquellos que la profesan a
convertirse y permanecer eficientes y oficiando al servicio de la Verdadera Luz
que es Cristo. Por todo ello, no por revelación directa, sino por una especie
de “capilaridad espiritual” a través de la acción de presencia y la ascesis
particular de los iniciados, este arte real y reservado concurre igualmente al
bien común.
De todas formas, la iniciación es “pentecóstica” ya que
por ella el Espíritu refuerza, por decirlo de algún modo, su presencia en el
corazón del hombre. Igualmente, promete en su perfección una asunción del ser
por el logro del estado glorioso que acabamos de evocar. El profeta Elías, por
otra parte patrón de los Carmelitas, y antes que todo, la Virgen María son los
ejemplos mayores de lo que nos es prometido si permanecemos fieles a las promesas
de nuestro bautismo y a nuestros votos iniciáticos.
Una en su naturaleza, pero múltiple en sus formas, la
iniciación en el marco cristiano que es el nuestro, presenta las vías
siguientes:
-
La vía del Oficio,
dicha también Francmasonería y el Compañerazgo
-
La vía heroica, es
decir la Caballería y su lenguaje simbólico: la heráldica
-
La vía alquímica y
hermética: Al-kimia significando en
efecto química de Dios (Al/El)
-
La vía de las
letras y los números o cábala cristiana.
Sin olvidar que con toda evidencia la manifestación más
perfecta y más acabada de todo esoterismo se tiene en ese misterio insondable
del amor de Dios que nos sacia de su Presencia y de su Vida bajo las Santas
Especies Eucarísticas.
Sea cual sea el camino escogido o “que nos haya
escogido”, es preciso saber que el peregrinaje es largo y difícil e incluso
peligroso. La vía iniciática, en plena armonía con la paradoja a que nos
referíamos en preámbulo, conjuga el don y el misterio de hacernos partícipes
del anuncio de la Buena Nueva por un testimonio de vida auténtica aún y que permaneciendo
secreta, en la medida que permanece reservada solamente para aquel que está
llamado para franquear el umbral. Este secreto no debe sorprendernos. ¿Acaso
san Pablo no enseña? que: “(…) vuestra vida quedó oculta con Cristo en Dios;
cuando Cristo, que es vuestra vida, se muestre, os mostraréis también vosotros
en gloria con él.”[23]
Así, podemos hablar de una verdadera “legitimidad
evangélica” de la iniciación. Es en este sentido que es lícito y verdadero
hablar de un esoterismo cristiano. Insistimos y subrayamos –a continuación de
René Guénon- el hecho que se trata de un esoterismo
cristiano, es decir una vía de interioridad espiritual en la acogida y
meditación de la Palabra de Dios (en ejemplo, citaremos la lectura alquímica
del Apocalipsis de Juan que constituye una de las aplicaciones del sentido
anagógico de las Escrituras) y no de un cristianismo
esotérico que constituiría una especie de cuerpo doctrinal distinto,
incluso opuesto al Santo Evangelio.
Cristo, no solamente permite sino que anima y legitima
esta gesta cuando el episodio de la unción de Betania. En efecto, mientras que
Judas se indigna por el hecho que María esparza a los pies del Señor un perfume
de nardos de alto precio, poniendo como objeción las necesidades de los pobres,
Jesús responde: “Déjala…”[24].
En uno de los significados en que podrían ser entendidas estas palabras, pide a
cualquiera que permanezca extraño a una misión o carisma particulares y
especialmente a la vía iniciática, de no obstaculizar esta vocación de
interioridad operativa que, ciertamente, uno puede no llegar a comprender, que
puede incluso llegar a molestar a otros, y como sucede para la vida
contemplativa, puede no llegar a verse la necesidad y la belleza que supone a
los ojos de Dios.
Subsiste, al cabo de toda esta exposición, una pregunta
fundamental, en el verdadero sentido del término: ¿cómo cumplir nuestra
vocación cristiana e iniciática? Esencialmente por la fiel aplicación de esta
enseñanza de los Padres y grandes maestros de la acción apostólica que recuerda
por otra parte el Santo Padre en su exhortación sobre la vida consagrada: “es
preciso tener confianza en Dios como si todo dependiera de Él, y al mismo
tiempo, comprometerse con generosidad como si todo dependiera de nosotros”.
Pascal Gambirasio d’Asseux
Enero de 1997.
[1]Lucas 17,
20-21.
[2]Juan 14, 6.
[3]Mateo 4,
19-20; Marcos 1, 17-18; Juan 1, 37-39.
[4]Juan 1, 39.
[5]Mateo 7, 6.
[6]Marcos 4,
11-12; Mateo 13, 11-13.
[7]1 Romanos
12, 3-8.
[8](en
particular 1 Corintios 12, 4-30.
[9]Marcos 9,
2-10; Lucas 9, 28-36.
[10]Hechos 9,
10.
[11]Lucas 1, 38.
[12]Ritual
Aprendiz, pág. 104.
[13]Lucas 2, 19.
[14]Juan 10, 36.
[15]Ritual
Aprendiz, pág. 105.
[16]Juan 1, 23.
[17]Cf. VIA
CONSECRATA, Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, 1996.
[18]Filipenses
1, 9.
[19]Juan 1, 29.
[20]I Corintios
12, 4-7.
[21]Juan 1, 9.
[22]I Corintios 15,
28.
[23]Colosenses
3, 3-4.
[24]Juan 12, 7.
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