Ante
el avance del secularismo radical
En los últimos años, un sector de creciente influencia dentro de la francmasonería se ha caracterizado por asumir
posiciones secularistas cada vez más radicales. Esta cuestión permanece sin
debate, aunque cada vez más HH.·. manifiestan su preocupación ante esta
situación.
En su artículo sobre La
secularización de la Cultura Occidental –que sirve de prólogo a la
obra de A. N. Wilson, Los Funerales de Dios- Gerardo de la Concha
afirma que desde la Ilustración quiso pensarse al hombre, la sociedad y la
cultura, sin el referente religioso. Para de la Concha, éste era ya el anuncio
de la muerte de Dios.
…Desde el racionalismo y sus
manifestaciones escépticas hasta el nihilismo radical, la cultura de Occidente
se vinculó al arduo proceso de secularización –que básicamente significa la eliminación
de lo sagrado-religioso del vínculo social –o incluso el secularismo- el
combate directo de lo religioso-, mediante las obras de pensadores y artistas.
En este sentido, es correcto referirse a una secularización de la cultura
occidental… [1]
…La ausencia de lo sagrado crea
un vacío absoluto que se llena con falsos sacralismos, con otros dogmas o
ídolos. El racionalismo se vuelve al revés; al sacralizar al hombre abstracto o
la razón, en su esencia misma se anida lo irracional. Por sus frutos se le
conoce a esta ideología…[2]
Nuestra responsabilidad primaria es
la aceptación, lisa y llana, de que los sectores francmasónicos que adhieren al
ateísmo han sido y son una herramienta activa –de vanguardia diría yo- del
secularismo, es decir, del combate directo de lo religioso, que en el ámbito de
nuestra sociedad debe leerse como el combate directo al cristianismo.
Mientras no llevemos a cabo un
exhaustivo análisis histórico del vínculo entre secularismo, ateísmo y
masonería en las primeras décadas del siglo XIX -y seamos valientes al asumir
su costo- nos mantendremos en una indefinición respecto de las
responsabilidades de la masonería en torno a los acontecimientos políticos en
Europa y América.
Según el Dr. Ferrer Benimeli, en
los primeros años del siglo XIX el enfrentamiento Iglesia – masonería se vio
afectado por las consecuencias interpretativas de la revolución francesa y con
el nacimiento del famoso mito del complot masónico revolucionario… a
partir de estos años –afirma Benimeli- la masonería latina
europea fue erróneamente identificada con los iluminados de Babiera, los
jacobinos, los carbonarios y otros por el estilo.[3]
Durante muchos años se sostuvo que
la identificación entre masones e iluminados era una excusa de los católicos
ultramontanos para la condena en masa de los masones. Pero la realidad –pese a
los esfuerzos de Benimeli- es que los iluminados infiltrados en la
francmasonería (tal como pudo verse en el Convento de Wilhelmsbad) liquidaron
la masonería cristiana durante la revolución y, a partir de allí, fueron
vanguardia en todo el movimiento revolucionario europeo.[4]
Esta acción es la causa de los más
de 2.000 documentos promulgados por León XII (1823-1829) y por Pío VIII (1829-1830)
contra los masones, identificándolos como sociedades clandestinas cuyo fin era
conspirar en detrimento de la Iglesia y de los poderes del Estado.
Este combate se exacerbó en 1836,
cuando el Papa Gregorio XVI (1831-1846)[5] identificó
a la libertad de conciencia como enemiga de la Iglesia y al liberalismo como
prohijado por el demonio.[6] Para
algunos, este fue el momento en el que la Iglesia se identificó con una causa
secular: La de los conservadores ultramontanos …y entró en el terreno peligroso
de querer combatir frontalmente las libertades de la modernidad, lo que marcó a
la Iglesia como parte del Antiguo Régimen…[7] Sin dudas
fue un momento desgraciado en el que la Iglesia equivocó el rumbo.
Apenas una década después tendría
lugar en Francia la revolución liberal de 1848, cuya influencia se extendería
por Europa y arrasaría con los Estados Pontificios. Para ese entonces, los
masones se encontraban al frente de la lucha contra el Trono y el Altar y en nuestros
países, los masones cristianos eran una verdadera rareza y una especie en
extinción.
Aceptémoslo de una vez: La
francmasonería atea nunca dejará de combatirnos porque ha sido y es una
herramienta del secularismo duro, expresado como la más violenta versión de la
secularidad. En el siglo XIX, los racionalistas anunciaron que asistíamos a los
funerales de Dios y lo dieron por muerto. Nuestros Hermanos ateos estaban -y
están- entre los que organizaron el entierro.
¿Cuál es nuestro lugar en esta
batalla? No me consuela ni me conforma la definición caballeresca de la lucha
interior, que la reconozco como un anhelo espiritual, pero la caballería como
tal no ha sido concebida fuera de la sociedad ni de la polis. El caballero no
es un ser aislado. No es un monje cartujo. Su destino está ligado al de la
sociedad que integra y de la cual es su brazo custodio. Así ha sido en Grecia,
en Roma y en el Sacro Imperio Romano Germánico. Por eso adhiero a Panikkar: Sin política no hay Salvación.
Intento responderme a mí mismo esta
pregunta e intento al mismo tiempo encontrar una respuesta en mis hermanos
masones cristianos. ¿Cuál es nuestro lugar en la batalla? ¿No habrá
llegado la hora de planteos más profundos? ¿No deberíamos diferenciarnos -de
manera activa- del ateísmo militante que se expresa en el seno de muchas Grandes Logias? El cristianismo está en una
encrucijada; una situación inédita en la que los cambios son más radicales que
los que tuvo que superar el hombre del Renacimiento. El resultado de aquel
tembladeral fue, sin duda alguna, la Reforma. Pero aquello, en todo caso, era un debate entre cristianos. Lo que ahora se plantea es claramente peligroso, porque se pretende abrir el debate a corrientes contraculturales que buscan la aniquilación de toda expresión religiosa. ¿Asistiremos a esta crisis sin
plantar bandera?
Al respecto recuerdo un artículo
del padre Víctor Codina s.j. titulada Desaprender, una
tarea cristiana urgente cuya lectura recomiendo.[8] En
resumen, el padre Cordina dice que no podemos encerrarnos en un pasado superado
sino abrirnos a la novedad del Espíritu y discernir los signos de los tiempos.
Para ello hemos de comenzar por “aprender a desaprender” muchas cosas. Así
podremos reaprender la novedad del
Espíritu. Por supuesto que, lo que hay que desaprender, desde el punto de vista
del citado padre, es prácticamente todo el catecismo.
En artículos anteriores he hablado
de la crisis de los meta-relatos, propia
de la posmodernidad. Estamos asistiendo a la destrucción sistemática de nuestra
historia –nuestro meta-relato judeocristiano- pues nuestra historia está
anclada al cristianismo que se combate. Careceremos de historia en poco tiempo
más.
Thomas Berry afirmaba que es todo
una cuestión de historia. Justo ahora estamos en problemas –decía- porque
no tenemos una buena historia. Estamos en medio de historias. La vieja
historia, el relato de cómo encajamos en él, ya no es eficaz. Sin
embargo, no hemos aprendido la nueva historia. Berry afirmaba que el universo
es una comunión de sujetos, no una colección de objetos. Pocos lo han
comprendido.
Pero este teólogo, profesor de la
Universidad Católica de los Estados Unidos, profundamente influido por Teilhard
de Chardin, creía que aquello que nos condujo hasta aquí, bien podía merecer
nuestra confianza y nuestra Fe.
En efecto, el padre Berry creía que
el estado de ánimo básico del futuro bien podría ser uno de confianza en la
continua revelación que tiene lugar, en y a través de la Tierra. Si la dinámica
del Universo formó desde el principio el curso de los cielos, encendió el sol,
y formó la Tierra, si este mismo dinamismo dio a luz los continentes y los
mares y la atmósfera, si despertó la vida de la célula primordial y luego trajo
a la existencia la variedad sin número de seres vivos, y finalmente nos llevó a
ser y nos ha guiado de forma segura a través de siglos turbulentos, hay razón
para creer que este proceso que nos ha orientado sea precisamente el que nos ha
despertado a la actual comprensión de nosotros mismos y a nuestra relación con
este proceso estupendo. Sensibilizados por esta guía proveniente de la propia
estructura y funcionamiento del Universo, podemos tener confianza en el futuro
que le espera a la aventura humana.
La pregunta ahora es, a nosotros,
masones creyentes ¿Qué nos condujo hasta aquí? dice Wilson:
…Tal vez sólo quienes han
conocido la paz de Dios, que rebasa cualquier comprensión, pueden tener una
idea de lo que se perdió hace cien o ciento cincuenta años, cuando en Europa
Occidental la raza humana empezó a desechar el cristianismo. La pérdida no fue
sólo un cambio intelectual, el desecho de una proposición a favor de otra. En
realidad, a pesar de que quienes perdieron la fe ofrecieron muchas
justificaciones intelectuales, parece que en muchos casos el proceso fue una
conversión tanto emocional como religiosa y, con frecuencia, sus raíces fueron
de igual manera irracionales…[9]
Para pensar.
[3] Ferrer Benimeli, José Antonio; La
Iglesia Católica y la Masonería, Visión Histórica en Masonería y Religión:
Convergencias, oposición ¿Incompatibilidad? (Madrid, Editorial Complutense,
1996) p. 190 y ss.
[5] Nació en Beluno. Elegido el 6-II-1831,
murió el 1-VI-1846. Se apoyó a las potencias de la Santa Alianza (Austria,
Prusia y Rusia) para gobernar los Estados Pontificios.
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